CAPITULO 12

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EGIPTO

(Provincia Romana)

Un hombre corría por las calles de manera desmesurada mientras sentía los pasos de los pretorianos seguirle de cerca, sus pies corrieron tanto como pudieron mientras su respiración amenazaba con no ser suficiente para saciar la batalla que ahora libraban sus pulmones, que, frenéticos, luchaban por obtener el aire suficiente para seguir funcionando.

Un puesto de un vendedor ambulante terminó hecho trizas pues se interpuso en el camino del hombre, este hecho entorpeció el camino de los guardias que le seguían y le permitió detenerse en uno de los pasillos para respirar un poco. Su cuerpo estaba cubierto por un manto, pero el tatuaje en su brazo revelaba que se trataba también de un pretoriano.

—¡Búsquenlo! —gritó uno de sus perseguidores que no tenía reparos en hacer pedazos cada puesto ambulante esperando encontrarlo escondido entre alguno—. ¡Si se descubre a alguien intentando ocultarlo juro por los dioses que va a morir!

No tenía que jurarlo, el hombre desenvainó la gladius y comenzó a recorrer las calles siendo seguido del séquito de guardias que estaba bajo su cuidado. Había sido enviado a Egipto con el único propósito de atrapar a Aurelius vivo. Había pasado una semana desde que se comunicó la muerte del César y uno nuevo había ascendido al trono. Todos los sucesos habían seguido esa cadena que Aurelius había predicho, no le había sorprendido en absoluto que Aelius ahora fuera el emperador, se le era raro llamarlo de esa manera.

El hombre oculto entre aquellos mantos siguió corriendo sin parar hasta que sintió una fuerza estrellarlo contra los muros de diabasa, el hombre gimió de dolor y entonces se vio entre las fauces de la muerte: Había sido atrapado. Con un certero golpe fue dejado inconsciente y luego subido al hombro de la persona que le había atrapado de la forma más sencilla posible. Nunca lo habría esperado. Aurelius yacía siendo sostenido sobre el cuerpo de un fornido hombre, parecía un cadáver que se mecía en su suave vaivén, sin embargo, su captor se encargó de esconderle bien esa mata de cabello oscuro entre las telas de su cogulla y se encaminó a salir de allí lo más pronto posible.

La persecución no había sido breve. Había corrido tan rápido como sus piernas le permitieron luego de que fuera avistado por la centena de pretorianos que habían sido enviados de emergencia a la ciudad de Alejandría. Aelius conocía mejor que nadie lo peligroso que era que alguien conociera su secreto y Aurelius no era tonto. La carta que iba dirigida a Gia se había atrasado más de la cuenta, hubo una enorme tormenta de arena que sumergió a Egipto en la oscuridad y Aurelius no gozaba de paciencia así que había decidido él mismo ir a dejarla, aunque arriesgara su vida con ello. Heráclito le había suplicado que no lo hiciera, pero sus deberes como gobernador de la importante provincia le impedía hacer un viaje tan apresurado sin planeación alguna.

Cuando llegó a la entrada de la ciudad se encontró con la sorpresa de un control establecido en el enorme arco de la importante provincia romana que daba la bienvenida a los visitantes. Intentó pasar desapercibido, estaba nervioso, sabía que de ser atrapado terminaría en un tribunal en la capital imperial y era seguro que perdería, mucho más ahora, que Aelius tenía el poder en Roma. Nunca más volvería a ver a su familia y tampoco a sus hijas, era el único miedo que tenía, el de que ellas le sucedieran en ese cruento destino. Cuando el viento movió sus ropajes y el tatuaje que decoraba su brazo fue descubierto por breves instantes, comenzó la persecución, todo indicio de pretoriano debía ser investigado, por eso había corrido cuando gritaron que fueran tras él. Maldito viento, maldita su suerte. Ahora había sido atrapado y era llevado por los pasillos subterráneos de la gran ciudad de los faraones. Abajo se podía escuchar el fluir de las aguas del Nilo y los pasos secos del hombre que parecía siquiera quejarse del peso que representaba el antiguo líder de la Guardia Pretoriana.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora