CAPITULO 11

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Licinius observaba a su suegro caminar de un lado a otro, una sonrisa adornaba sus labios recordando con emoción como los pretorianos habían hecho una reverencia a su hija. Su pecho se hinchó de orgullo. ¡Gia, la emperatriz de Roma!

—No puedo creerlo, aun no puedo procesarlo—decía y parecía que más tarde el rostro le dolería de sonreír—. Tú y yo ahora seremos imparables Licinius, ocuparemos los más altos cargos del senado y juro por los dioses que lo que tuvimos con Augusto regresará, incluso para ti será mejor.

Licinius se mantenía con la mirada fija en la copa de vino y cuando Thiagus miró la expresión de su rostro no dudo en reprenderlo e incitarlo a cambiar esa cara. Toda la gens estaba de fiesta, Gia era ahora la emperatriz, faltaba que el senado aceptara el nombramiento, pero era claro que cederían, estando Licinius y sus aliados en él, no había nada que parara el nombramiento de Aelius como próximo emperador...o utilizando unas mejores palabras, el reconocimiento.

—Yo me convertiré en el suegro del César, tú en su hermano político, ahora formamos parte de la familia imperial—Licinius no cambió la expresión de su rostro, mantenía la mandíbula apretada y sus calculadores ojos observaban el vino como si fuera la cosa más interesante. Nada de lo que dijera su suegro le podría arrebatar una sonrisa. —¡Por amor a Plutón, Licinius, sonríe, date cuenta de nuestra nueva situación!

No confió en él—soltó de golpe haciendo que su suegro frunciera el ceño.

—¿En quién no confías?

—No confió en lo más mínimo en Tigellinus Aelius. Mi sexto sentido siempre me dicta más y ahora no es la excepción, anoche tuve una pesadilla y créame, cada vez que tengo una algo malo ocurre. Tuve una cuando murió mi primera esposa, tuve otra cuando murió Augusto y ahora...la de anoche fue peor—narró con la voz apagada.

—No digas estupideces, no son más que supersticiones.

—No son supersticiones, es mi conciencia y maldito sea el hombre que no haga caso a su propia conciencia, porque eso habla de lo poco que conoce y confía de sí mismo. Él tiene algo que no me gusta.

—Yo creo que es un buen hombre, elocuente, siempre tiene las palabras correctas en la boca y parece siempre estar dispuesto a decir lo que uno quiere escuchar. Tiene una sonrisa confiable, es simpático, afable, inteligente...en ocasiones puede notarse calculador pero los hombres siempre tenemos un poco de eso. Me atrevería a decir incluso que se parece a ti. Mencióname una razón por la cual no te agrade.

—Lo has dicho—repuso—, porque se parece a mí, por eso no me agrada. Sé que tan calculador y letal puede ser un hombre cuando tiene una ávida lengua, yo la tengo y nunca he dudado en que con las palabras adecuadas puedo poner el mundo a mis pies. No hay herramienta más perversa y peligrosa en este mundo que la lengua... ¿Sabes por qué? Porque la lengua, incita a la persuasión y la persuasión convierte al hombre en un sumiso que no tiene libertad ni siquiera de gobernar sus propias acciones, la persuasión tiene el poder de convertir a un hombre libre en el esclavo de otro.

Thiagus se encaminó para sentarse en el diván a lado de él. Sus ojos demostraban inquietud y sabía que Licinius no era un hombre que se atormentaba por nada. Algo lo inquietaba...

—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así? Adrianus está muerto, es lo único que debe importar.

—Adrianus era demasiado cobarde para dejarse caer sobre la espada—dijo entonces—, además... ¿Por qué le dejaría el trono a él? ¿Qué razones tenía? Ninguna, lo obligó a estar a su lado, no confiaba en nadie, él mismo lo dejaba claro en cada oportunidad. Un hombre con paranoia no confía ni en su sombra... ¿Por qué habría de confiar en un pretoriano que no tenía nada que ver con él? —los ojos de Licinius miraron a su suegro con frialdad—. Hay algo más y me gustaría que dejáramos de festejar hasta que mi tranquilidad regrese. Ahora deberás disculparme si no puedo alegrarme por Gia, aún no se si lo que le ha pasado es bueno o es malo y ella debe estar confundida.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora