CAPITULO 1

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Tan pronto como el frio del invierno abandono Roma los rayos del sol comenzaron a iluminar los campos, los parajes se llenaron de color y los cerros irradiaron de vida, las flores brotaban de la tierra como la promesa Ceres (Diosa de la agricultura romana), que con solo posar sus manos en la tierra la convertía en terreno fértil. Los campos debían estar sembrados para la llegada de la primera o comenzar a hacerlo en los primeros meses, sin embargo, estaban vacíos dejando cabida a la mala hierba que también aprovechaba la fertilidad para crecer a sus anchas.

El anunció del compromiso y lo deseos del emperador habían retumbado en todas las paredes de casa hogar en Roma, consideraban aquel matrimonio una estrategia política del César para mantener a sus enemigos cerca y también para convertir a su hombre de confianza en alguien más poderoso usando la gens de su próxima esposa, yo en cambio, pensaba en aquello como una oportunidad para destruirlo a él.

No me importaba lo que dijeran de mí siempre y cuando lograra cumplir con mi marcado objetivo. Para mi buena suerte los comentarios hacia mi persona no habían cambiado, al haber lanzado una orden imperial no estaban en decisión de negarme y eso parecía no haber sido tomado en cuenta por él, a pesar de que había planeado el matrimonio con antelación para el pueblo no parecía ser de esa forma, todo lo que ocurría manchaba el honor de un solo hombre y ese era Adrianus, al parecer lo que pensaran de él le valía poco.

Los días se me hacían eternos, largos, cada día que pasaba el dolor que según mi padre debía atenuarse, solo aumentaba más, siempre al mirar mi cama mi vacía lo encontraba a él y al parpadear su silueta se esfumaba como una bruma. Era desgarrador. Posiblemente nunca hubiera deseado que las cosas tomaran ese rumbo, pero estando rodeada de personas que solo buscaban hacerme daño debía hacer lo que estuviera en mis manos para ponerme a salvo. Mientras observaba a la enorme Roma delante de mí en la planta superior de la Domus de mis padres pensé en lo que quería para el futuro. No sabía que pasaría luego de la muerte de Adrianus, pero luego de ello tomaría decisiones importantes que ahora no parecían tener demasiada relevancia.

El senado había desconocido al César como gobernante de Roma, las decisiones militares y sociales eran tomadas por ello como en decaída época de la república, en cuanto sus últimos aliados poderosos le abandonaran podrían desvestirlo de la toga imperial y juzgarlo como el criminal que era y que su tío había confesado. Mientras tanto se mantenía encerrado en su palacio intentando rasgar con sus dedos alguna esperanza, sin embargo, sus estrategias no eran del todo correctas, posiblemente debido a que estaban cargadas de sadismo.

Había un libro en mis manos, Memoriae Germaniae (Memorias de Germania). El libro era realmente alucinante, contenía mucha información militar y también estrategias políticas para el imperio, tenía la clave para asegurar la lealtad de las legiones hacia el emperador, claves que César Augusto había utilizado de manera correcto para convertirse en el emperador que era ahora, pero otras que tal vez no le había dado tiempo de implementar. Había leído tanto que mis ojos se habían cansado, pero era alucinante mirar la mente de un hombre a través de sus escritos.

—Sabes qué día es mañana ¿Cierto?

Gire mi rostro para mirar a mi hermana, su vientre ya estaba levemente abultado.

—Lo sé.

—¿Aún quieres hacerlo?

—Ahora no tengo forma de negarme, pero tampoco tengo intenciones de hacerlo—respondí haciéndome a un lado en el diván para que ella pudiera tomar asiento, —en la vida hay que tomar decisiones complicadas cuando se quiere mantener a salvo a los que se ama.

—Casarse no es algo sencillo Gia, debo decir que me siento un poco envidiosa en algunas cosas, por ejemplo, los dos hombres que han entrado a tu vida son poderosos, cada uno a su manera claro está, aunque existe un abismo claro entre Maximilian y Aelius.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora