CAPITULO 14

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GIA

El hombre me miró con una leve sonrisa en sus labios, era esa clase de hombre que tenía esa aura imponente. Ningún militar romano que conociera podría tener un aura "débil", todos poseían ese cuerpo fornido, esos ojos frívolos y esos anillos en sus manos que siempre portaban para decir a la gente que estaban al mando de las poderosas legiones. Los anillos en la mano derecha de Magnus eran cinco, las cinco legiones de la Germania.

—Un placer conocerlo, he escuchado de usted, aunque no habíamos tenido el placer de conocernos en persona nunca—dije dibujando una sonrisa en mis labios—. La última vez que escuché de usted fue cuando mi marido, Maximilian, me dijo que usted le invitaba a pasar un tiempo en Germania.

—Maximilian, Maximilian, claro, la noticia de su muerte me impactó como no lo puede usted ni siquiera imaginar. Le conocí desde que era un muchacho que apenas y conocía del mundo, podría carecer de experiencia, pero nunca le faltó valor. Una señal indiscutible de que era hijo sanguíneo de Germánico e hijo de crianza del Augusto, de quien también tuve noticias fatídicas.

—La tragedia se ciñó sobre nosotros.

Le lancé una mirada a los pretorianos quienes entendieron de inmediato mi mensaje y se hicieron a un lado.

—Veo que la tragedia no ha sido del todo caótica.

¿Caótica?

El hombre pareció analizarme con suma frivolidad por breves segundos en los que espero mi respuesta. Sabía lo que estaba imaginando y no iba a sentirme ofendida por ello, todo lo contrario, iba a aclararlo porque no quería que se llevará una idea errada de mi cuando regresara a Germania.

—Está equivocado, ha sido de lo más caótica, mi posición ahora fue de lo más inesperada, nunca pensé quedarme en esta posición. Muchas circunstancias me obligaron y llegué a este punto. Puede que, si me viera en esta posición algún día, con una corona de laureles en mi cabeza, pero créame que no bajo estas mismas condiciones. Daría mi vida porque fuera diferente, pero me temo que los designios de los dioses no pueden cambiarse. He perdido mucho de lo que amaba, especialmente a Maximilian.

—He escuchado que su relación con Maximilian era envidiable a pesar de las tribulaciones del principio.

—Estuvo llena de cosas buenas y también de dolor, me temo que el dolor fue peor de lo esperado. Su muerte fue el mayor golpe que pude haber recibido, el ardor del pecho sobrepasa cualquier dolor conocido, mucho peor, al saberlo muerto en una tierra tan lejana y lejos de la Madre Roma.

Magnus asintió y cambió la expresión veleidosa de su rostro.

—Créame, Mater, cuando le digo que no importa en qué tierra muera un soldado romano, lo que importa son las circunstancias y yo le aseguro por mi vida que Maximilian nunca fue un cobarde, apostaría mi brazo a que jamás retrocedió y murió con honor, como debe morir todo romano.

Antes de que pudiera continuar con aquella conversación el hombre se detuvo y volteó por encima de mi hombro. Sus ojos cambiaron rotundamente de expresión al mirar a quien yacía detrás de mí y al voltear encontré a Aelius caminando en nuestra dirección. Sus pasos eran acompañados de los pretorianos quienes no parecían querer darle ni un segundo de tregua a la soledad. Al llegar a mi lado fue reverenciado por el gobernador.

Salve César—saludó Magnus haciéndome parpadear consternada cuando aquella expresión que antes había captado en sus ojos desapareció por completo. Ahora, sonreía levemente e incluso parecía apacible—. Felicitaciones por su investidura, he viajado desde Germania solo para conocerle y ponerme a su servicio, deseo ampliamente poder ayudarlo en lo que requiera.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora