ROMA
CAPITAL DEL IMPERIO
Llámenlo miedo.
Llámenlo conciencia.
Daba igual la forma en la que fuera llamada, no importaba que arrastraba a un hombre a la locura si no las acciones que llevaba a cabo. No tenía dudas de que Adrianus era un hombre trastornado, decir que no lo quería muerto sería una mentira y yo era lo que más detestaba, las mentiras. La paciencia es primordial para obtener lo que se desea, y yo no tenía paciencia, había tenido que pasar demasiado para llegar hasta aquí.
Había sufrido tener que pasar meses sin Maximilian.
Había sufrido tener que enterarme de su muerte.
Había sufrido el dolor y la muerte de mi alma durante sus ritos funerarios.
Luego, como si lo anterior fuera poco, había tenido que casarme con un hombre que no amaba para poder proteger mi nombre y lo que había construido.
Estar bajo el yugo de un hombre siempre era una obligación, no una decisión en Roma, sin embargo, yo no estaba dispuesta a ser una linda esposa, que tejía y que se encargaba de administrar la casa, así como así. Esos deseos solo los había tenido para con un hombre, mi marido, y él ahora estaba muerto. Asesine a mis días escribiendo cartas, una diaria, en ocasiones dos, cartas donde relataba mi sentir y el dolor que no parecía alejarse de mi pecho, deseaba verlo, deseaba escuchar su voz y sentir su tacto, en incluso había ocasiones donde mi mente al desearlo tanto incluso alucinaba escucharlo. Escucharlo una última vez sería imposible.
Los días se convirtieron en semanas y las semanas no tardarían en convertirse en largos meses, no me importaba que cada día que pasaba la salud de Adrianus se quebrantara más, solo quería una cosa y esa era verlo muerto, verlo muerto y luego arder en las llamas de la hoguera para que nunca mas regresara e incluso negarle el pase al inframundo porque estaba segura que terminaría sufriendo penurias en el tártaro.
—Padre, necesito que envíes a alguien a Egipto.
—¿Cómo que a Egipto?
—No estaré tranquila hasta comprobar por mí misma que Aurelius no está allí. Aelius no ha dicho absolutamente nada al respecto y desde que supe que los pretorianos viajarían allí no tengo paz, me temo que terminaran cometiendo una injusticia y Aurelius terminara sufriendo una pena de muerte que tal vez no merezca y yo nunca podría perdonarme no haber hecho nada al respecto.
Mi padre me observó con perspicacia. Sabía que la idea no le agradaba.
—Si lo sabe te meterás en problemas con él—murmuró no muy convencido al respecto—, Egipto es una ciudad grande, será casi imposible que lo atrapen y es mejor para tu reputación y la mía, mantenernos alejados de los problemas políticos de la ciudad o al menos de los que puedan demostrar nuestra participación.
—¿Entonces me estás pidiendo que me quede con los brazos cruzados mientras Aurelius muere?
—¿Y que hay si es el culpable?
—No lo sé, lo único que tengo claro es que una voz en mi interior me grita que eso es imposible y que no puedo dejarme cegar por ello. Todo se fue por la borda cuando César murió, el imperio se vino abajo cuando Adrianus ascendió al trono ¿Qué ganaría Aurelius con cederle el poder a Adrianus si él era quien lo deseaba? No ganaría nada porque el mejor que nadie sabía lo engañosos que son en la gens Flavia, no se podría confiar en ellos ni siquiera para usarlos como un peón.
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ARTS AMATORIA (VOL III)
Historical FictionCuando el odio lleva a la venganza y los enemigos asechan todo se torna inestable, lo que se creyó posible se torna imposible y las personas en las que creíste fielmente te traicionan. Antes de obtener lo que desean Gia y Maximilian deberán aprender...