CAPITULO 63

286 72 103
                                    

BRITANIA DEL NORTE

CONQUISTA ROMANA

Maximilian se había levantado de la cama esa misma noche. Terminó sentándose en la silla de madera tallada y forrada en pieles, sujetando un poco sus vendajes para mitigar el movimiento y evitar que la herida se abriera. Extendió el mapa y colocó varias estatuillas de madera para evitar que se enrollara de nuevo.

Tenía problemas para cruzar por el canal. Temía que la información pudiera fugarse o que Aelius fuera más inteligente de lo planeado y le estuviera esperando. Estarían en desventaja desde el agua, mientras que su enemigo tendría la orilla. No iba a dejar que sus hombres desembarcaran hacía una muerte segura. Estaba pensando en la idea de navegar por varios días más y desembarcar justo en la frontera con Germania. Eran muchos kilómetros de mar, pero al menos sabría que le esperarían bárbaros o galos y no romanos.

Tendría que llevar más suministros en los barcos pero quería legiones completas y ese era el precio que debía pagar.

Marcó la zona de desembarco con una pequeña nave de juguete y entonces un recuerdo le vino a la cabeza. Estaba sentado sobre la pierna de su padre mientras este le mostraba un mapa, debía tener al menos cinco o seis años, fue durante el último año que estuvo con él antes de que le quitaran la vida.

¿Ves esto?

Él había asentido.

Todo esto es Roma y todo lo que pisan las legiones se vuelve tarde o temprano, Roma también. Cuando crezcas podrás escoger tu camino, no pareces tener madera de senador, así que estoy seguro que honraras el mes en el que naciste y te entregaras de lleno a la guerra. ¿Ya te conté esa historia? Tu madre te dió a luz en medio de una tormenta, mientras yo asesinaba bárbaros. Estos mapas algún día terminaran en las manos de tu hijo y le mostraras, como yo te he mostrado a ti, cada rincón de Roma.

El pequeño juguete terminó sobre la mesa cuando agobiado lo dejó allí, pues en su mente se había formulado el pensamiento de él, sujetando a un niño de ojos grises en sus piernas mientras este jugueteaba con las estatuillas de madera y le mostraba la grandeza del imperio.

—No debías salir de la cama.

—Tengo cosas que hacer—argumentó el hombre alejando por completo cualquier señal que pudiera hacer que su esposa adivinara sus pensamientos.

—Y no podrás hacerlas más si eso empeora.

Levantó la mirada para ver a su esposa metida en trajes de seda que arrastraban en el suelo y con esa melena castaña sujeta en una trenza desarreglada. En sus manos tenía lo que parecía ser una copa de vino pero cuando la dejó sobre la mesa y el hombre la olió supo que no era vino.

—¿No había una medicina bebible?

—Lo siento, es lo que te han dado. Bebelo.

Lo dices porque no eres tú quien tiene que tomarlo.

—Bebelo.

La mujer comenzó a mirar el mapa y entonces tomó la estatuilla del barco que él había estado viendo con anterioridad. Sonrió porque pensó que era un juguete con el que un niño podría estar feliz, especialmente debido a su forma tan curiosa. Después de mantenerla unos segundos en sus manos, decidió que era momento de dejarla en su lugar para ver cómo su esposo tomaba a regañadientes lo que le habían recetado. No sabía mal, era un té, pero Maximilian lo consideraba insípido

—¿Qué has marcado?

—Donde planeo llegar. Son rutas viables.

—¿No solo es cruzar por el canal?

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora