BRITANIA DEL NORTE
Cuando se vivía en Roma el futuro era imprevisible. En la capital del imperio dominaban aquellos que mataban por poder político, por venganza o simplemente para acelerar el cumplimiento de sus deseos, pero lo único que quedaba claro era que Roma era una tierra de venenos, una tierra donde la muerte gobernaba y donde no existía moral alguna para sacar a los enemigos del mapa.
El cielo estaba nublado, señal de que la lluvia pronto haría su aparición aunque estuviera fuera de sus fechas comunes. Un carruaje se acercaba por los estrechos y empinados caminos en dirección al campamento. Galia iba apagada, con la mirada triste mientras aferraba sus manos a su vientre como si deseara proteger a su bebé, Fátima estaba desecha, pensando en la muerte de su esposo y en todos los años que habían compartido juntos.
Hubiera deseado verlo solo una vez más.
Licinius mantenía una mirada reacia mientras pensaba en la forma menos dolorosa de informar a Gia sobre la muerte de su padre. Fue terrible imaginar el rostro de su cuñada cuando lo supiera.
¿Cómo se supone que debía decirlo?
Gia había pasado por mucho y ahora que estaba en Britania debía ser complicado para ella, pues aunque no le gustaba minimizar su valía por ser mujer, era sabido por todos que los campamentos eran lugares hostiles que no aceptaban mujeres debido a su inclemencia. Era un lugar peligroso para un hombre y lo era el doble para una mujer.
—¿Que se supone que haremos ahora?
—Todo debe seguir su orden.
—¿Qué orden?—preguntó Galia.
—Nuestra familia dejará de ser una paria en Roma. Aunque parezca que Aelius quiere otra cosa y nos tenga como su apreciable familia perdida que fue capturada por Fabio Mario, es claro que desea matarnos, nos quiere muertos a todos, tal vez a Gia no, pero la desea tener a su lado a la fuerza.
Galia soltó un bufido amargo.
—Parece que mi hermana goza de la capacidad para enamorar a los hombres poderosos de Roma. Años atrás hubiera envidiado su facultad para lograrlo, pero ahora—la mujer guardó silencio y después negó—, ahora creo que es una jodida maldición que deseo con ansias, la libere pronto.
Licinius no creía que Aelius estuviera enamorado, más bien obsesionado y ansioso por explotar a su esposa como una forma de ganarse la confianza del pueblo. Aelius era un manipulador de mierda que había logrado engañarlos a todos de una forma tan perversa que les hizo ver como estúpidos.
—No quiere a tu hermana, al menos no de forma romántica. Es claro que añora obtener lo que ella puede ofrecer. Hablo de su fortuna, su posición y su gens. No es amor y si lo es, es jodidamente enfermo. Maldito hijo de puta.
—Unirse a una rebelión no estaba en los planes.
—Nada estaba en los planes, pero es lo que hay mater.
Fátima se sentía cansada.
—Yo me siento sumida en un letargo del que dudo que pueda salir. Te acompaño hoy porque quiero ver a mi hija y deseo comprobar por mis propias manos que está bien, pero por Galia debemos regresar a la ciudad donde hay matronas y los instrumentos para que tenga un parto seguro. Regresaremos esta misma semana a Camulodunum.
Licinius concordaba con ella. La mujer acababa de perder a su marido y necesitaba un respiro, un claro respiro de todo esto y no lo lograría estando en una zona hostil como lo era un campamento militar.
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ARTS AMATORIA (VOL III)
Historical FictionCuando el odio lleva a la venganza y los enemigos asechan todo se torna inestable, lo que se creyó posible se torna imposible y las personas en las que creíste fielmente te traicionan. Antes de obtener lo que desean Gia y Maximilian deberán aprender...