CAPITULO 61

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BRITANIA DEL NORTE

GIA

Roma lo era todo.

Los romanos lo eran todo.

No había máquina de guerra más poderosa que las legiones y cada legionario sembraba el terror y era sinónimo de gloria. Nuestros hombres no se quejaban, nuestros hombres no lloraban por sus heridas, nuestros hombres no eran débiles.

Nuestros hombres contenían el dolor.

Lo siento, Imperator.

—¡Solo hazlo!

El médico militar llevó el pañuelo a su herida y comenzó a limpiarla. Maximilian sudaba y mantenía la barbilla apretada conteniendo las ganas que debía tener de quejarse. Una herida dolía, pero una herida cauterizada dolía el doble.

—Debió haber una forma más humana de detener el sangrado—comenté haciendo que el médico negara.

Dominus sabe lo que se hace en estos casos. Quemar la herida detiene el sangrado y ayuda a dejar de perder sangre. Es doloroso pero lo más práctico y rápido para solucionar un problema. Hay que esperar, puede tener fiebre o...

—¿O?

—Bueno, ese "o" no debe ser mencionado.

—¿Por qué no debería de ser mencionado?

—Porque significa que puedo morir—respondió Maximilian—. Los celtas tratan sus armas con toda clase de mierdas. Joden los cuchillos con veneno y hacen solo los dioses saben qué clases de brujerías.

Miré al médico.

¿Estaba jugando? ¿No?

El hombre pareció comprender lo que quería decir y cuando se dió cuenta que estaba esperando su opinión asintió.

—Eso suele suceder, pero no se preocupe Dominus si hubiera estado envenenado ya no estaría con nosotros. Júpiter le concederá la salud y una pronta recuperación. Por ahora será mejor que no force la herida y que no monte a caballo, al menos por un mes, hasta que cierre.

El hombre continuó limpiando la herida. Caius se limitó a asentir y cerrando sus ojos dejó que limpiara cada detalle de la herida viva que mantenía en su costado. Cuando llegó el momento de poder las vendas, tenía todo el torso sudoroso debido al dolor que debía recorrerle el cuerpo y la mirada ámbar un tanto oscurecida y pérdida.

—Déjeme hacerlo.

Claro, Domine. Iré a preparar una infusión de hierbas para ayudarlo con él dolor. Será mejor que descanse y que usted, cuando termine tome un baño—comentó el hombre mirando mis ropas llenas de sangre.

Lo haría.

Tomé las vendas y comencé con la labor que yo misma me había autoimpuesto. La herida tenía sobre ella una especie de unguento de color claro que el medico había colocado según él para evitar una infección. Confiaba en los médicos militares, pues había hombres que sobrevivian sin alguna parte de su cuerpo gracias a ellos y claro, a los dioses.

—Hace falta más que un celta, para matarte.

De hecho solo hace falta una espada.

—Olvidalo. Sobreviviste a muchas cosas como para morir ahora por una herida de esta clase, infringida por un bárbaro—musité en voz baja mientras acomodaba la venda para que recorriera sin dobleces su torso.

—Esta tierra es así y los campos de batalla que nos esperan en Roma son iguales. La muerte es algo común y alcanzar la victoria requiere sacrificios. Si yo fuera tu, regresaría a Camulodunum y llevaría una vida cómoda y alejada de las inclemencias de Roma y de la guerra.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora