CAPITULO 59

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BRITANIA DEL NORTE

Por un tiempo parecieron olvidar que estaban en el norte, hasta que el mismo norte se encargó de recordarles.

Mantenerse alejados del sur los hacía imposibles de detectar por ojos curiosos que pudieran enviar noticias de un ejército fuerte acrecentando sus fuerzas en el norte, a Roma. Mantenerse en guardia baja les daba ciertos privilegios como el de poder moverse con libertad sin dudar si Aelius sabía de sus planes o no. Nadie podía salir de Britania en el invierno, pero cuando el canal de descongelara todo podría complicarse así que para cuando hubiera una fuga de información, ellos ya debían estar en terreno galo.

Los bosques de Britania tenían buena madera para construir fuertes barcos, barcos que llevaban construyéndose desde que pasó la última nevada y donde los legiones habían trabajado de forma ferviente para construir enormes navíos que pudieran sacarlos de ese territorio al que ya se había acostumbrado pero no por ello era humano. Los enormes árboles eran buena madera, pero lo que aquella tarde encontraron en ellas al hacer recorrido les recordó que no estaban en un territorio que pudieran considerar hogar y nunca lo harían.

Varios legionarios habían caído de espaldas al ver enterrados entre las gruesas fibras de un gran árbol a tres de sus compañeros en una escena demasiado grotesca que les dejó temblando. Nadie supo cómo, solo que tres legionarios habían desaparecido y entre el número vasto de hombres sus ausencias no habían sido notadas, pues sus compañeros de campamento pensaron que tal vez se habían perdido entre el placer de las mujeres. Cuando aquella tarde una cuadriga de reconocimiento barría los perímetros del enorme campamento, encontraron a no muchos metros de donde dormían, los cadáveres de aquellos tres hombres, desnudos, pero con sus cascos puestos mientras sus cuerpos tenían sobre la carne impresos signos druidas.

—Solo son un conjunto de bárbaros locos, darle importancia a sus acciones me pone en una mala posición delante de nuestros dioses—comentaba Lucius mientras caminaba por los bosques seguido de varios de sus hombres—¡Por Marte, Plutón, Júpiter y el miembro de Saturno!

Se quedó frío al ver el árbol.

Había sangre resbalando por él y al ver las cabezas de los hombres sintió que la sangre dejaba de circular por sus venas. Les habían cortado la cabeza hasta el cuello y después las habían costurado en cuerpos diferentes dando una imagen perturbadora y horripilante, pues en una especie de aquelarre les habían cortado las manos y las habían cambiado dándoles un aspecto deforme. Uno de ellos había sido decorado con grandes cuernos de ciervo.

Druidas, putos brujos.

—¿Qué hacemos Dominus?

Lucius se acercó a los cadáveres y buscó entre brazos la marca de la legión a la que pertenecían. Rezó a Marte para que no fueran sus hombres y al leer la inscripción pudo suspirar un poco aliviado "Legio II Augusta Beatrix".

—Son hombres de la legión de Sila. Hay que desclavarlos y darles cremación. No dejen que nadie más los vea. No queremos que nuestros hombres se sientan amenazados por los malditos intrusos que parecen rondar nuestro campamento. No son demasiados, pero las legiones que se mantienen fuera deben ser cuidadosas mientras les damos caza a los hijos de puta.

Los hombres que lo acompañaban asintieron.

Los druidas eran terribles, barbáricos, peor que cualquier otro bárbaro conocido. Piel llena de cicatrices, olor a muerte, dientes tan amarillos que causaban pavor y un aliento a podredumbre debido a que se alimentaban de carne cruda de diversos animales y algunos mas osados, incluso de ellos mismos o eso era lo que se pregonaba.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora