CAPITULO 22

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ROMA

(CAPITAL DEL IMPERIO)

—Parece que la suerte sonríe a los Claudius de nuevo ¿No lo cree? —preguntó uno de los senadores a Thiagus quien se había hecho de una presencia en el senado luego del ascenso de Aelius al trono. Ahora era conocido por todos como el suegro del César. ¿Pero es que alguna vez estuvo destinado a no serlo?

—Depende a que llames suerte.

—Bueno, su hija menor se casó con Licinius, un senador con una lengua tan afilada que podría hacer temblar a un César cuando habla delante de una multitud, con una riqueza prominente y de una de las familias más importantes de esta ciudad. Tu hija mayor, posiblemente su mayor orgullo puede decir con certeza que ha sido mujer de dos Césares y eso no lo puede decir ninguna mujer más de esta ciudad—no lo decía de malicia, lo decía porque era la realidad—. ¿Pudieron los dioses decirnos de otro modo que estaba predestinada a serlo? No, no lo creo.

—Puede haber suerte o destino.

—Destino puede ser, suerte, suerte no lo creo. Estamos en fechas hostiles senador, los Idus de Marzo llegan a nuestra ciudad y la sangre empapa en suelo de Roma, de la misma forma que empapó el suelo la sangre de Cesar en la Curia del Teatro de Pompeyo durante estas mismas fechas. Son de mala suerte, pero el nuevo emperador nos ofrece prosperidad. ¿Quién hubiera pensado que un Primus Praefectus pudiera tener madera de gobernante? Debe de tener buenos consejeros y está cerca del senado, eso le dará una vida longeva.

El senado, el poderoso senado siempre ansioso de poder. No había nada que amaran más que un senado que les dejara tener todas las libertades y voz y voto en sus decisiones. Un emperador que estaba con el senado, era prácticamente un César indestructible. Las enseñanzas de Augusto habían sido tomadas claras y precisas por Aelius, quien comprendió el secreto del éxito para llevar a un longevo reinado. Mantén a tu amigo cerca, pero a tu enemigo más cerca y su principal enemigo y oponente era el senado. Mantener de su lado a esos hombres le daría éxito.

—El senado siempre ha deseado poder y un gobernante pilares, no hay nada mejor para Roma que un emperador fuerte y un senado que vaya en el mismo rumbo.

—Ya lo creo—apoyó el senador sonriendo hacia Thiagus quien intentaba comentar lo menos posible. Toparse con los senadores en medio de la plaza era común, pero conversar con ellos era un acto más bien de educación que de deseo—. He escuchado que está planeando un viaje.

Eso le tomó por sorpresa, los rumores habían corrido más rápido de lo esperado.

—Iremos a Egipto a un viaje, mi esposa tiene familia allí y ahora que las cosas están calmas en la ciudad podemos darnos el lujo de salir sin muchos problemas.

—La temporada se acerca, es claro que debería intentar posicionarse como cónsul legítimo en las próximas elecciones internas o si no lo hace usted, colocar a su yerno en el cargo.

—Licinius no parece estar interesado en tener esa posición por el momento y yo deseo un periodo de paz antes de involucrarme de lleno en la vida política. Es suficiente con que mis opiniones sean escuchadas y mis palabras siempre tengan peso para todos—explicó el padre de Julia pensando en que el hombre se había tragado lo de Egipto. No irían a Egipto, irían a Pompeya y tomarían un barco en dirección a Britania llegado el momento desde allí. No habría lugar del imperio seguro para ellos dentro de los límites gobernados por Aelius. La única zona en la que podrían ser libres sería Britania y tal vez Camulodunum les ofrecería un nuevo comienzo o una buena residencia hasta que pudieran regresar a la ciudad. Confiaba en que las cosas podrían salir de acuerdo a lo esperado y ellos saldrían victoriosos.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora