CAPITULO 73

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MAXIMILIAN

Vino.

¿Cómo se le ocurría pedirme vino en un momento así?

Después de besar mis labios se había alejado y había solicitado el líquido de la vid de forma sedienta, mirándome burlona como si se divirtiera a mi costa y a costa de mi deseo. Movió sus caderas seductoramente y se quitó las sandalias para después tomar una copa y llenarla hasta el tope.

La ví beber y dar a sus labios ese sabor fuerte pero dulce a la vez que solo el vino podía dar. El inconfundible vino y la seducción de Baco. Tomó en sus manos una copa vacía y mostrandomela preguntó si quería un poco.

¿Quieres vino?

Esa mirada plata divertida me hizo sonreír.

Tengo sed, de otra clase de bebida.

—¿En serio? Pensé que estabas bien alimentado—musitó sin hostilidad—. No quiero que pienses que te estoy juzgando o algo así. No tengo ningún interés en arruinarnos la noche, solo quiero sincerarnos y jugar un rato.

Me levanté de la cama.

—Aunque has venido a mi lecho, pareces querer hablar antes de follar, Domine.

—¿En serio? Me has negado de tu voz durante varias semanas, debo aprovechar para todo. Es poco común que bajes la guardia y me encuentro en un punto donde me has hecho desconfiar hasta de tus propias acciones?

Su sinceridad me sorprendió.

Caminó hacía una de las mesas donde había un mapa extendido y colocó sus dedos sobre el óleo y los tintes que dibujaban los límites de Roma. La ví subir sobre la mesa y después cruzó sus piernas dejándome ver lo que escondía debajo de esa seda.

No sabía que te gustaba mi voz, más que mi habilidad para hacerte temblar las piernas. Uno aprende cosas nuevas de sus mujeres cada vez que se toma el tiempo de conversar con ellas.

—¿Me conoces en verdad?

—¿Y tu a mi?

Levantó una ceja de forma seductora. Una de sus manos sostenía la copa de vino, la otra, la orilla de la mesa, así que se inclinó un poco mostrando sus pechos de forma inconsciente, pues no parecía tener esas intenciones.

No se daba cuenta de lo que me estaba haciendo.

—Te conozco lo suficiente.

Nunca digas eso. Un general no conoce lo suficiente a su enemigo nunca, ni tampoco una esposa a un esposo. Lo único que se puede conocer al pie de la letra es a uno mismo.

Me acerqué a ella, pero cuando quedé a unos pasos de distancia la ví alargar la mano y fue así como sujetó la mía. Sus dedos envolvieron mi muñeca, me guió en medio de sus piernas y después me rodeó con ellas.

Esos ojos...

Esos ojos habían cambiado.

Recordé la inocencia que alguna vez los decoró, pero ahora tenían otros sentimientos menos puros. Tenían orgullo, soberbia y un toque de descaro.

¿Cómo podía el descaro ser tan lujurioso?

Mis deseos de tocar su lindo rostro se materializaron, así que lo hice. Quería ver esos ojos y esos labios que tantas veces había extrañado. Recorrí la suavidad de su tentadora boca y después esas mejillas sonrosadas por la tensión que nos cubría.

Su mano subió sobre mi pecho y despreocupadamente jugó con él, para después humedecer sus labios sin dejar de mirarme a los ojos.

—¿Tú te conoces a ti mismo?

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora