CAPITULO 4

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ROMA

CAPITAL DE IMPERIO

(NARRADOR)


El fuego crepitaba, los leños se consumían entre las llamas y Adrianus nunca había mirado un fuego tan más vivaz y atrayente. Sus ojos no eran más que dos círculos negros porque a penas y dormía una hora diaria, su cuerpo antes vigoroso se había consumido tan rápido como una enfermedad que bebía la sangre y lo consumía todo a su paso, estaba delgado, ojeroso y sus largas y costosas túnicas cubrían con un aló sus huesos. El fuego parecía crear figuras que miraba danzar entre sus llamas tentándolo a acercarse y tomarla entre sus manos.

Su mente cada vez más mermada y fuera de sí tuvo un pensamiento: El fuego era tan hermoso que debía consumirlo todo a su paso.

—¿Qué has ganado con esto? —le preguntó una voz que conocía de maravilla y que atormentaba a su persona cada día en las pesadillas que solía tener despierto. Al voltear observó a un imponente soldado romano con sus finos ropajes ahora hechos añicos por las lanzas y flechas, en su pecho había una impactante flecha de oro enterrada en su corazón, pero eso no dejó que su virilidad se viera mermada. Era fuerte, de ojos ámbar y parecía igual de amenazante como siempre.

—He ganado poder.

—¿Y eres feliz con él?

—Soy el hombre que controla el mundo—afirmó mirándolo con una sonrisa de suficiencia que salió más como una mueca forzada. El hombre yacía sentado sobre el mullido sofá de la habitación mientras jugueteaba con la gladius de plata en su mano y corroboraba el filo—, yo controlo el imperio.

—¿Lo haces? —preguntó el general romano mirándolo con burla, claramente era una pregunta capciosa—¿Tu controlas al imperio o el imperio te controla a ti? Hay una clara y marcada diferencia entre ambas cosas.

—¡Yo soy el emperador!

La sonrisa en el rostro del hombre se ensanchó aún más al notar como había dicho aquellas palabras denotando poderío, uno que no tenía ni aparentaba tener. Sus ojos claros como la miel lo miraron con marcado repudio y luego tomó su gladius para apuntarlo con ella de manera amenazante.

Asesinaste a mi padre, tomaste mi trono y luego me asesinaste a mí. No eres más que ¡Escoria! —el gritó gutural que salió de la garganta del ahora enfadado hombre hizo a Adrianus temblar al mirarlo levantarse—¡Una escoria que juega a ser emperador, pero el poder lo ha convertido en nada! Mírate, mírate tan indefenso, tan patético, el miedo te carcome el alma, el poder se alimenta de tu corazón y para todos no eres más que una burla. ¡Ni muriendo y volviendo a nacer serías un emperador digno de Roma!

—¡Cállate! ¡Cállate!

La bandeja en la mano de una esclava tembló al notar como su César hablaba solo, dirigiéndose al sofá como si alguien estuviera allí, sus gestos, su voz, todo aparentaba tener un compañero solo que en la oscuridad de la habitación solo estaban dos esclavos, ella y el César que parecía fuera de sí. Un par de lágrimas de miedo escaparon de su rostro intentando hacer el menor ruido posible, un nudo permanecía en su garganta y la bandeja con la jarra vibraba debido a su temblor casi febril.

—¿Te duele la verdad?

—No, esa no es la verdad—dijo casi en un susurró—, mamá dijo que yo debía ser emperador, dijo que debía ser un hijo digno de Augusto. Me prometió que sería el líder de este imperio y que mi nombre sería tomado por los grandes. Yo lo creí, lo tenía claro, Augusto fue una figura paterna los primeros meses, pero luego...luego llegaste tú, montado en tu cuadriga tirada por los imponentes corceles y al bajar caminaste a su encuentro...te abrazó, y con ese abrazo todo lo que mi madre y yo creímos haber logrado se vino abajo. ¡El hijo de César, el Legado Pro Praetore Caius Maximilian Augustus!

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora