CAPITULO 4O

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BRITANIA DEL NORTE 

Gia

En el norte hacía frío, un frío que calaba los huesos y ese fue mi pretexto.

Mis cosas estaban ya en los enormes armarios del praetorium, pensaba quedarme aquí hasta que las legiones se instalarán, no podía permitir que Maximilian saliera de mi zona de control, no podía darle a la britana terreno.

Ella quería al hombre y yo lo que el hombre significaba.

Si tenía que pelearme con él lo haría, no había nada que disfrutara más que enfadarlo y estar discutiendo con él era uno de mis mayores pasatiempos. La esposa sumisa que había conocido se había quedado en Roma, ahora lo único que quedaba para él era una mujer calculadora y descarada que ponía al límite su carácter controlador.

No había nada que Maximilian odiara más que el semblante burlón de alguien cuando él estaba molesto. Burlarse en la cara del Dominus no era algo que cualquiera pudiera hacer y yo podía jactarme de ser una persona que lo hacía seguido.

Sentí la dureza y el peso de cuerpo en la cama, supe que había entrado a los cómodos aposentos cubiertos de seda y plumas. Así que terminé girando mi cuerpo y abrazándolo para matar un poco el frío de la noche. Murmuró unas palabras pero estaba demasiado adormilada como para escucharlas con atención.

Estaba caliente.

Era cómodo...

O al menos lo era hasta que sentí como jalaba mi cuerpo a un lado de la cama con delicadeza, eso debía agradecérselo. Mi cuerpo giró sobre la cama empujándome de nuevo hacía la zona fría del colchón.

No, no me gustaba allí.

Unos segundos más tarde, mi cuerpo volvió a girar sobre la cama, regresando de vuelta a su posición. Lo escuché maldecir y me empujó de nuevo a un lado.

Maldita sea.

No me importó lo infantil que pareciera, gire de nuevo y terminé de regreso en la misma posición, solo que esta vez, termine subiendo sobre.

—Calmate, que hace frío—susurré sin abrir los ojos y aferrándome a su cuerpo—. Solo déjame dormir, Maximilian.

—¿Qué demonios haces en mi cama?

Duermo ¿Que no estás viendo?

Lo escuché bufar con rabia y entonces abrí uno de mis ojos para mirar cómo sus ojos ámbar me miraban furiosos. Había bebido algunas copas de vino, cortesía de una de las esclavas y de Seia, quien había dicho que estaba realmente dulce.

—Sabes a lo que me refería, mujer. Baja de allí o tendré que bajarte?

—Si para bajarme tienes que ponerte sobre mi, me interesa—murmuré sonriendo para luego cerrar mis ojos de nuevo y aferrarme a su cuerpo—. Deja de quejarte, sé que quieres que te abrace. Solo di que has extrañado mi calor y cierra la boca.

Hubo un silencio, uno de esos silencios abrumadores. No pude mantener los ojos cerrados por mucho tiempo porque esperaba una negativa, algo que me tumbara el ego crecido. Algo como "Iria ha llenado ese calor", pero solo hubo silencio.

—Si vas a dormir aquí, solo baja de allí y duerme al otro lado. Estoy demasiado agotado como para discutir contigo ahora.

Hablaba en serio y por unos segundos me sentía mal por él. Tener el peso de los campamentos no era tarea sencilla y una vida dentro de ellos tampoco lo era. Más allá de aquel cansancio posiblemente se encontraba el hecho de no querer hablar conmigo al respecto.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora