CAPITULO 26

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ROMA

(CAPITAL DEL IMPERIO)

¿Hubo una noche más oscura en Roma que esa?

No, esa es la respuesta.

La luna había desaparecido porque las nubes habían cubierto todo el cielo. El clima era pesado, frío para ser primavera y cuando Gia salió del templo luego de cumplir con su último deber y fue llevada al palacio imperial de regreso notó ese cambio. Un aire helado calaba los huesos y ni una sola estrella decoraba el cielo. Estaba agotada, todo el día se la había pasado de aquí y allá, de rodillas, de pie, orando...Marte, oh Marte, ojalá y sus ruegos fueran escuchados.

Cuando llegaron al palacio, Seia caminaba a su lado alumbrando su camino mientras su largo vestido de seda blanco se movía con gracia por los pasillos.

—¿Y Helena?

—La he enviado al viaje con los demás esclavos.

Gia asintió, no era bueno que una niña se viera sometida a persecuciones como esas. Sus pies se dirigieron hacia la habitación y notó consternada que los pasillos estaban vacíos. No había ningún pretoriano en ellos. Seia la dejó en la puerta.

—¿Quiere que la ayude con su ropa?

—No, pero tal vez quiero unos aperitivos para más tarde.

Como ordene, Domine.

Seia se marchó y los pretorianos que la custodiaban también se despidieron. Cuando abrió la puerta lo primero que encontró fue un ambiente extraño allí dentro. Todo era oscuro, apenas y había algunas velas encendidas que iluminaban algunas partes. Caminó hasta la cama y comenzó a sacarse las joyas que le incomodaban.

Te ves agotada.

Dio un respingo y un grito salió de su boca cuando aquella voz le tomó por sorpresa.

—¡Por Marte! ¡Dioses! Me has dado un susto terrible—exclamó sintiendo que el corazón se le salía del pecho, al voltear, miró a su marido sentado en un mullido sofá mirándola con una ligera sonrisa—. ¿Qué haces aquí? Es tarde, deberías estar dormido. Me he tardado más de la cuenta haciendo mis ritos que no mire cuando se fue el sol.

—Quería verte.

—¿Querías verme? ¿Por qué?

El hombre se puso de pie dejando de juguetear con sus dedos, pues permanecía frotando su dedo índice con el pulgar. Gia sintió que el corazón se le pasmaba cuando lo sintió acercarse a ella. Por alguna razón desconocida estaba nerviosa.

—Hoy un senador vino y me intentó obsequiar un par de mujeres—murmuró rodeándola como si se tratara de una fiera salvaje—. Me ha dicho que eran esclavas vírgenes y que sabían complacer a un hombre a la perfección. No lo dudé, tenía caderas estrechas y pechos lindos. Por unos segundos pensé en aceptarlas, pero luego recordé que mis bajas pasiones ansían perderse en unas caderas en particular y saborear los pechos de una sola mujer.

Gia se puso nerviosa ante esas palabras, fue inevitable no hacerlo, mucho más cuando Aelius se colocó detrás de ella y movió ligeramente el tirante de su vestido para depositar besos por todo su hombro hasta el nacimiento de su cuello. La mujer tragó saliva.

Las esclavas te hubieran servido, no tengo problemas con ellas.

Una leve sonrisa se formuló en los labios del hombre contra su piel.

—No, estoy seguro de que tu no tienes problemas con ellas, soy yo quien lo tiene. Ninguna de ellas eres tú, ni tampoco tenían el mínimo parecido—él la abrazó por detrás acariciando su cuerpo ligeramente con sus manos, apretó uno de sus pechos ligeramente e incluso se atrevió a ingresar la mano dentro del escote para tocar uno de sus pezones—. Tengo cosas que confesar. La primera de ellas es que desde que te mire por primera vez me quedé prendado y la segunda es que siempre he deseado hacerte mía de todas las formas posibles. Ansío el día de ver tu cuerpo desnudo debajo del mío suplicando por más...

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora