CAPITULO 28

456 72 373
                                    

ROMANUS TABERNA

(30 KILÓMETROS DE ROMA)

Una puerta era golpeada con fervor, una y otra vez, el mensaje golpeaba la muerta de la posada en busca de la persona a la que tenía que dar el mensaje. El posadero se despertó ante los golpes y al abrir la puerta se encontró con un hombre de tez reacia quien preguntaba por un Dominus de la gens Claudia.

—¿A quién buscas, mensajero?

—Estoy buscando al Dominus, Thiagus Claudius. Traigo un mensaje urgente para él desde Roma.

El posadero asintió y el mensajero pudo respirar, era la posada más cercana y luego de un viaje a todo galope durante la madrugada pudo llegar. El posadero se dirigió a despertar a un par de esclavos que acompañaban al Dominus para que fueran ellos quienes recibieran la carta. De inmediato se pusieron de pie y fueron al encuentro del mensajero, le otorgaron comida y agua por el largo viaje y luego se dieron a la tarea de despertar al ex -cónsul.

Dominus, Dominus—le llamaron ligeramente movimiento su cuerpo—. Ha recibido una carta de urgencia desde Roma.

Como si se tratara de algún balde de agua helada el hombre despertó y se puso de pie de inmediato. La preocupación le hizo sujetar el papel con rapidez y ordenarle a uno de esclavos que acercara una antorcha para que pudiera leer con claridad. La nota apenas y tenía una oración, pero bastó para descolocarle: Aelius scit. Fugere quam celerrime Roma, evasi, valebimus, congrediemur in Britannia. (Aelius lo sabe. Tienen que huir lo más rápido de Roma, he escapado, estaré bien, nos encontraremos en Britania.)

Thiagus se quedó sin palabras, su voz no pudo salir con claridad cuando intentó maldecir a Aelius y luego rogar a los dioses. Tenían que irse ahora de allí. El ex - cónsul ordenó que despertaran a Licinius y a los demás esclavos, tenían que marcharse ahora mismo porque la guardia pretoriana no tardaría en buscarlos. Esa nota no daba muchas explicaciones, pero si las suficiente y única que necesitaba, si regresaban a Roma serían considerados traidores.

—El maldito lo sabe Licinius, la guardia ya debe estar buscándonos porque debe de suponer que no estamos tan lejos. Debemos cambiar de rumbo porque nos seguirán el rastro como perros, viajaremos a Egipto para despistarles y veremos si hay la oportunidad de encontrarnos con las mujeres en Pompeya, aunque lo más seguro es que no lo hagamos.

Este maldito es astuto, no parará hasta encontrarnos.

—No me importa si me encuentra, lo que me importa es que tú también estás aquí.

—¿Yo que tengo que ver con esto?

—Legalmente, si algo me ocurre tomaras el control como Pater Familias de mi esposa y de mis hijas, de mi fortuna y de todo título o nombramiento que yo haya tenido. No podía marcharme de Roma a una situación como esta sin haber arreglado asuntos legales. Apareces en mi testamento como sucesor.

No, no. Eso no es necesario porque ambos viviremos y no le daremos el lujo de poner nuestra cabeza en una bandeja delante del senado.

—¿Crees que va a matarnos así? —preguntó Claudio mientras esperaban que los esclavos terminaran de arreglar todo para su partida.

—Pienso que es lo que buscará.

—Yo creo que nos asesinara de esa forma, pero no públicamente, acusará a alguien más de hacerlo. Somos personas influyentes en Roma, pertenecemos a gens poderosas, condenarnos a muerte y con una forma tan humillante como la decapitación provocaría el enfado del senado. ¿Enviaron el decreto a Fabio Mario?

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora