CAPITULO 8

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—¡Dominus! ¡Dominus!

Ese eco resonaba en cada rincón del imperio, esas palabras, una y otra vez, los gritos de los esclavos golpeando las puertas de las habitaciones de sus amos. Eran cerca de las cinco de la mañana cuando un extraño rumor comenzó a extenderse por cada rincón de Roma:

—¡Dominus! ¡Dominus! —gritó uno de los esclavos de la residencia de Licinius. —¡Dominus, tiene que despertar, ha ocurrido algo! ¡Dominus!

Licinius se levantó dejando a Galia a su lado. La mujer se movió un poco, tenía un sueño pesado como para no levantarse con el ruido que los esclavos estaban haciendo fuera. Colocó un batón de seda y abrió la puerta encontrándose con un grupo de esclavos consternados.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué gritan de esta forma? —preguntó haciendo un gesto de molestia pues acababan de levantarlo de un plácido sueño que le costaba demasiado conciliar, entonces, al notar como todos estaban alterados no pudo evitar pensar en las razones que provocarían que un grupo de esclavos entrarán en tal preocupación—. ¿Mi suegro está bien? ¿Mi cuñada también?

—Si, Dominus. Pero todos los esclavos, cuando nos hemos levantado a preparar todo antes de la llegada del amanecer hemos escuchado un rumor que por el bullicio de fuera no parece ser para nada mentira.

—¿Qué ha pasado?

El César se ha quitado la vida—afirmó uno de ellos haciendo que Licinius no pudiera contener la expresión de asombro que acaparó su rostro al escuchar una noticia de tal índole. Rápidamente ordenó que prepararan todo para poder tomar un baño y prepararse, tenía que ir él mismo a corroborar tales hechos al palacio imperial. Envió a un sirviente a comunicar la noticia a sus conocidos y aliados senatoriales, para asistir en grupo y poder corroborar la verdad después de tal rumor.

O estaba muerto o estaba gravemente herido—esperaba firmemente que fuera la primera. No despertó a su esposa, intentó hacer el menor ruido posible y luego salió de su casa cuando el sol apenas comenzaba a alzarse sobre el horizonte. Antes de salir de su Domus, en la puerta, se encontró con un mensajero que llevaba un mensaje especialmente de su suegro, al parecer él también había escuchado tal rumor y cada esclavo había despertado a su Dominus para comunicar las buenas nuevas.

"Podrá ser que los dioses nos bendigan con tal gesto. ¡Es magnífico! Asegúrate de corroborar que todo esté fluyendo en orden y que la noticia sea como tal. Si es de esa forma, comunicare a una reunión de mis más allegados e intentaremos tomar el control del senado, el momento de restaurar nuestra posición debe ser ahora que los aliados de los Flavios son débiles y entrarán en luto, aunque claro, este es casi inexistente dado que buscaban darle la espalda. Esperaré noticias tuyas, pues solo en ti confió"

—¿Lo has escuchado Licinius? —preguntó uno de los Cornelios que había corrido hacia allí luego de recibir la noticia de los hechos—. Adrianus se enterró una daga que lo traspasó, como un romano que busca limpiar su deshora antes de que la derrota lo aplaste por sí misma. Hizo lo mismo que Varus ¿No lo crees?

—Al final, la muerte es una vía de escape para opacar las vergüenzas causadas.

Una leve sonrisa apareció en su rostro y cuando algunos otros poderosos y distinguidos miembros del senado hicieron acto de presencia en la zona acordada, todos partieron en dirección al palacio imperial que mantenía abiertas las puertas de par en par. La noche había sido caótica, la ciudad había sufrido incendios por todos lados. Licinius mismo había mandado algunos esclavos en apoyo de aquellos que se aquejaban de las salvajes llamas, él y otros senadores con una amplia gama de esclavos habían hecho aquel acto de buena piedad.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora