CAPITULO 50

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BRITANIA DEL SUR

(CAMULODUNUM)

DOS SEMANAS ANTES

Licinius estaba agotado, no sabía cómo demonios había llegado a tierra britana pero lo había hecho y no podía estar más contento con ello. Había viajado en barco con sus más leales esclavos, los suyos y de su suegro que aún parecían consternados por las penurias que habían tenido que pasar especialmente en aquel último tramo. El no estaba bien, durante sus más largos minutos en compañía del silencio podía escuchar los largos monólogos de su suegro, la forma confiada en cómo hablaba y como se dirigía a los demás.

No podía creer que estuviera muerto.

Había viajado un par de semanas, el clima le había favorecido y el barco mercante era rápido y luego de haber pagado una gran suma de dinero para cruzar lo había logrado. Tenía suficiente dinero para acelerar su llegada pero a ese punto aún no sabría decir si quería llegar o no hacerlo. Quería ver a Galia y saber si tanto ella como el bebé estaban bien pero no quería dar la noticia de lo acontecido.

—Mi señor, lo que mira delante es la imponente Camulodunum—anunció el hombre que lo llevaba guiando desde que había bajado en el puerto y le había rentado caballos para él y sus pertenencias que si bien no eran muchas, si eran valiosas.

Licinius detuvo el caballo para observar la imponencia de lo que tenía delante, era una ciudad enorme, rebosante de vida romana pero también con una notable presencia celta que le llamó la atención de inmediato. Había mucha gente rubia de intensos ojos azules que miraban su túnica con curiosidad mientras en su cabeza mantenían cuencos de agua. Eran esclavos poco acostumbrados a mirar a un hombre vestido de seda.

A pesar de los malos ratos que había vivido su ego y personalidad no cambiaban, era un senador, uno de una gens poderosa y no podía ir devastado o harapiento a ninguna parte sin importar las circunstancias. Tenía una costosa túnica senatorial y la mano repleta de anillos como ya era costumbre, puede que su cara no denotara el cuidado apropiado porque llevaba semanas enteras sin poder dormir bien, pero se miraba imponente igual.

—¿Cuántos kilómetros para llegar de aquí al norte?

El hombre se notó sorprendido ante la pregunta.

—¿Desea ir al norte?

—Es mi destino final pero primero debo de pasar a Camulodunum. No importa el precio estoy dispuesto a pagarlo, además de que ofreceré a ti y a tus animales comida y agua una vez que me reúna con mi familia en la ciudad. Voy a ser generoso.

El hombre no lo dudaba, la sola túnica que portaba costaba el dinero que él podía utilizar para alimentar a su familia con carne meses enteros, incluso un par de años. Cuando fue al puerto y miró bajar al "Senator" romano no dudo en ofrecer sus servicios, era raro mirar llegar a uno estando las cosas en las circunstancias conocidas, pero de igual forma se era sabido que portaban mucho dinero.

—Son más de trescientos kilómetros, diez días si recorremos treinta diarios. Será un largo tramo además de que le aconsejo contratar seguridad o pagarle a los soldados que aún permanecen en la ciudad para escoltarlo si desea llegar hasta los "Castrums"—dijo el hombre de forma amable—. Los senderos están llenos de peligros y para asegurar una llegada segura se debe de pagar un precio.

—¿Los castrums?

—Los campamentos del ejército que estaban establecidos en el borde norte, o eso dicen. Se tiene prohibido a la gente común ir allí pero he escuchado que hay muchos comerciantes que se están haciendo de dinero allí comerciando con los legionarios y vendiendo metales.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora