CAPITULO 27

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ROMA

(CAPITAL DEL IMPERIO)

GIA

No tuve un momento para procesar lo que estaba pasando. Mis oídos zumbaban, mi visión era casi borrosa, pero tenía un claro objetivo, salir de Roma lo más rápido posible porque sí Aelius me atrapaba de nuevo sería mi fin. Nunca más podría pensar en venganza y menos en salir de la ciudad, porque si una cosa era segura era que iba a asesinarme luego de haber fallado en su cometido de convertirme en una yegua de cría. Deseaba un hijo mío por la misma razón por la que me deseaba a su lado, mi fortuna o más bien la fortuna de Maximilian. Seia sujetaba mi mano mientras corríamos entre los pasillos del palacio, ella los conocía mejor que yo. El paso de los pretorianos quedó detrás y yo apenas podía respirar.

Necesitaba salir de allí a como diera lugar.

—Tiene que calmarse, Domine, está pálida.

—Estoy bien.

Sujetaba los pedazos de ropa con mis manos y entonces al mirar mi estado Seia parpadeó. Debía verme como nunca antes, terrible y me sentía sucia, sucia hasta cierto punto. Ella me adentró en una de las pequeñas habitaciones de los esclavos donde no había soltados y luego fue hasta la cama donde dormía su marido.

Aten, Aten—lo sacudió.

¿Qué pasa? —preguntó el adormecido.

—Tienes que levantarte, tenemos que salir de aquí. Si nos quedamos nos van a matar, es hora de que nos marchemos.

Mi cuerpo temblaba y mientras Seia sacudía a su marido para luego y a buscarme algo de ropa. Cuando Sicio abriera la puerta y encontrara a Aelius en el suelo comenzarían a buscarnos y el sonido del cuenco no había pasado desapercibido. Eso casi podría asegurarlo. Aten se puso de pie y al mirar mi estado comprobó lo que estaba ocurriendo.

—El César ha intentado abusar de Domine.

—¿Cómo? Domine, mire como se encuentra, está temblando.

—Estoy bien—repetí de forma automática, pero ambos negaron. No, no me encontraba bien. Mis ojos brillaban deseando llorar, mi padre me lo había dicho, nada de lágrimas. No más lágrimas, tenía que tragármelas y entonces comprendí una cosa. ¡Mi padre y Licinius! Abrí mis ojos de golpe dándome cuenta de la realidad.

En cuanto Aelius despertara mandaría a su Primus a buscarlo y todos morirían. Ambos serían acusados de traición.

—Mi padre, papá y Licinius han salido de Roma hoy. No deben estar a más de una decena de kilómetros, cualquiera puede alcanzarlos en poco tiempo. Aelius los matara.

—Domine, Domine, tiene que tranquilizarse. Aquí tenemos papel y una pluma, saldremos por los túneles del palacio rumbo a la ciudad. Ustedes, intentaran salir de aquí y yo ganaré tiempo buscando un mensajero. Primero los pretorianos buscarán a mujeres, no pensaran en mí.

Asentí de inmediato y entonces me coloqué en cuclillas para quitarme del pie una joya. Era lo único de oro que tenía y serviría para pagar al mensajero por el servicio. Seia me vistió con uno de sus vestidos tan rápido que apenas me di cuenta y luego sin importar que Aten estuviera apenas vestido con una ropa de lana abrió la puerta comprobando que no había nadie afuera y comenzó a conducirnos entre la oscuridad. Vestía una ropa de esclava, pero eso no era importante ahora, todo era mejor que esa seda sucia que me cubría apenas el cuerpo.

Los pasillos eran oscuros, algunos apenas iluminados por una leve luz de una delicada vela que daba un toque tétrico al lugar, podía escuchar las hordas de pretorianos moverse arriba y supuse que estaban por encontrar a Aelius si es que no lo habían hecho ya. Sicio era un pretoriano peligroso, era su Primus, pero lo custodiaba como un perro faldero. En su posición como pretoriano había hecho amistad con algunos y eso le benefició para tener la lealtad de la guardia en momentos como este.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora