CAPITULO 46

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BRITANIA DEL NORTE

MAXIMILIAN

Había dicho tantas palabras, tantas que mi cabeza se negaba a procesarlas, quería regresar el tiempo y evitar que dijera cada una de ellas. Miré esa marca en su cuello y mi cabeza formuló toda clase de escenarios y cada uno, me encendía más la sangre que en el otro.

Si lo tuviera enfrente su forma de muerte sería tan dolorosa que suplicare delante de mis pies morir quemado. ¡Maldito bastardo infeliz!

Sus ojos grises parecían vacíos y aquellos segundos bastaron para hacerme sentir el mayor de los idiotas. Miré de nuevo la marca en su mano y recordé todos esos años mirando como se trataba a los esclavos. Los caballos romanos se trataban con mejor condecendencia.

Recordé los gritos de las esclavas, suplicando clemencia al ser abusadas por un decena de hombres, recordé su clamor pidiendo comida, rogando por agua, suplicando por libertad y cada recuerdo me provocó un escalofrio, porque como si se tratara de una mala pasada de mi cabeza, la voz de todas esas mujeres se cambió por la de ella.

La voz de Gia, suplicando por mi ayuda.

—No, no me mires de esa forma, porque no necesito tu compasión y menos tu lastima. Lo que pase allí no se compara en lo más mínimo con el dolor de tu traición—afirmó ella soltando su brazo de mi agarre—. No tienes ni la más minima idea de mi sufrimiento. Primero lidie con tu ausencia, cada día de cada maldito mes añorando una carta, añorando una noticia tuya, luego, soporté el dolor de saber tu muerte, pude haber muerto de tristeza porque mi corazón latía al compás del tuyo. Ahora no dejo de imaginarme otra escena mas patetica para mi, al pensar que mientras yo lloraba tu muerte cada noche, tu estabas en la cama con la salvaje.

No tuve palabras para replicar algo, porque tal vez no había podido engañarla, pero no fue porque no me lo hubiera propuesto si no porque al final no pude hacerlo. Había tenido la marcada intención y eso era más que suficiente.

—No te estoy mirando con lástima.

—¿Entonces dime qué es lo que sientes para que tus ojos me transmitan eso?

¿Qué era lo que sentía? Posiblemente ahora no podía identificar realmente qué era lo que sentía. Tenía tantas cosas en mi cabeza que apenas y podía luchar contra ella. Sus ojos me miraban como mirarían a un criminal, no me importaba porque era uno. No tenía ningun caso decir nada, porque eso no cambiaría lo que había sufrido.

Quería escucharlo salir de la boca de otra persona, no para confiar, si no porque de alguna manera deseaba que me dijeran que era mentira y de esa forma poder luchar contra mi pecho ahora sumergido en un sentimiento de culpa que jamás había sentido.

Había matado.

Había aniquilado a tribus enteras sin dudar.

Había mirado a las hijas de Boudica y a ella misma ser deborada por las bestias en el coliseo y aun así, no había sentido el mínimo arrepentimiento por ello, pero, como si el destino se burlara en mi cara, si lo sentia con ella. Sentía que era mi culpa.

—Lo siento, Claudia. ¿Quieres que me arrodille y te pida perdón?—pregunte—. Dudo que eso cambie algo y tampoco pienso hacerlo. Lamento que hayas tenido que sufrir tanto y que te hubieras visto inmiscuida en un juego de poder, lo siento, porque todo lo que has pasado es a causa de mi pasado, de uno que aun no puedo dejar ir al parecer. De poder cambiarlo, lo haría.

Una sonrisa amarga apareció en sus labios.

—Al menos por respeto a mi, aceptas que te has equivocado.

ARTS AMATORIA (VOL III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora