Lucia.
Al hombre poco le importa que todavía no nos encontremos en casa para empezar a manosearme.
Me empuja contra la pared del gran estacionamiento del edificio, apoyándose en la oscuridad para coger mis manos y llevarlas sobre mi cabeza, inmovilizándome de inmediato con su fuerza, junta mis muñecas, apretándolas.
Ahogándome en sus besos, soy incapaz de decirle que no. Sobre todo por lo desesperado, ansioso casi que está por estar dentro de mí. Sus besos carecen de ritmo, y su mano libre torpemente acaricia mi cuerpo sobre el vestido, antes de darle un apretón a mi culo y dejar su palma ahí.
—Tenías que estar de risitas con ese tarado —me reclama, moviendo sus labios por mi mentón hasta llegar a mi cuello—, como si no tuvieras novio.
—Y no tengo.
—Mentirosa.
—Yo soy libre —susurro, perdiendo mi valor cuando empieza a bajar mi vestido, buscando más espacio qué besar; mi voz tiembla, al igual que las rodillas producto del charco que ha provocado entre mis piernas—. No tengo nada con nadie.
—Soy el único hombre al que soportas por más de veinte minutos —no puedo pelearle eso, tiene razón—, entiende que quiero que seas mía.
Aprieta su agarre.
Intento respirar, en vano, sus besos en mis senos casi completamente descubiertos son cada vez más descarados. No puedo detenerlo, ni deberíamos hacerlo aquí, menos cuando estamos tan cerca de ir a un lugar más privado, pero a duras penas aguantamos estar sin el otro.
Ethan levanta mi falda, me suelta las manos para acariciarme las piernas; sus dedos se sienten de maravilla, al subir, mientras muevo mi rostro para darle más espacio que besar. De inmediato, siento que ejerce presión en mi entrepierna, tocándome durante unos segundos antes de que tomara mi ropa interior y me la bajara torpemente. Se queda con la tela, mientras sus dedos se deslizan dentro de mí.
—Mírame, Lucia —ordena, y obedezco—. Solo yo puedo tocarte, gatita, ¿No es así?
No voy a ser tan fácil.
Su pulgar se mueve sobre mi clítoris, haciéndome sentir que estoy en otro planeta.
—Dime que sí —muerde mi labio inferior—. Déjame ser el único.
No. Que si es cierto que técnicamente es así, yo no permito que otro hombre que no sea él se meta a la cama conmigo, pero no se lo diré. Una parte de mí, la cruel, la que más gana en mis debates mentales, está exigiéndome que lo haga sufrir más. Que se muera de celos si es necesario.
—Eres mía, preciosa, tanto si te gusta como si no, lo eres —murmura con voz ronca, no puedo evitar disfrutarlo más con lo que me dice.
No puedo respirar.
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El Único Eclipse (HDP #1)
RomanceLa vida de Lucia Fernández no ha sido fácil; desde que nació, estuvo llena de desatenciones, de personas pasajeras entrando y saliendo de su entorno cercano, y de un Daniel Beckett que no se ha detenido con sus constantes insinuaciones y abusos haci...