CAPITULO 132

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SIGUE NARRANDO ALEXANDER

Cuando la puerta se abrió, Danko ingreso primero y detrás yo que cerré la puerta, allí estaba ella sentada junto a un hombre rubio que al sentir que entrabamos miraron hacia la entrada, yo salude, pero, en cambio, mi esposo solo la observaba a ella. Dalila se levantó al igual que ese hombre rubio, sin embargo, solo ella se acercó lentamente a Danko para hablar

—¡Danko!, yo

La reacción de Danko fue abrazarla, apretarla contra su cuerpo y llorar, su cabeza encima del cabello de la mujer que también lo abrazaba y los dos sollozaban, en el silencio de ese despacho se escuchaban sus gimoteos, el rubio volvió a sentarse sin decir palabra alguna, solo los observaba y note que de sus ojos salían también sendas lágrimas y yo no me quedé atrás escucharlo llorar duele

Muchos minutos tardaron en calmarse, la primera en separarse fue Dalila que alzo su cabeza para mirarlo y decir

—Sigues siendo el mismo hombre guapo que conocí

Esas palabras hicieron esbozar una leve sonrisa a mi esposo, que no contemplo tiempo para indagar

—Dalila, ¿qué paso?, no entiendo nada, ¿Cómo es posible que estés viva?

Movió sus manos para recalcar

—Yo... yo toqué tu cuerpo frío, yo... yo besé tus labios amoratados, yo te vi allí en ese ataúd, vi cuando te metieron en ese hueco en el mausoleo

Camino un poco hacia mi persona, pero no me avistaba a mí, solo estaba hablando, reclamado

—Yo casi muero de dolor, quería meterme en ese ataúd contigo, no tenía ganas de vivir, ¡quería morirme!

Dalila habló con tristeza

—¡Lo siento!, ¡no lo sabía!, yo...

Las palabras se atragantaban en su garganta, los sollozos no la dejaban hablar, cuando el hombre rubio intercedió hablando con voz fuerte

—¡Ella no tiene la culpa de nada porque perdió la memoria!, además que... casi muere en ese accidente

Sin dejar de mirar fijamente a Danko soltó

—Hice algo que creí en ese momento, que me iba a favorecer, que iba a calmar mi dolor...

Se dio vuelta cabizbaja para proseguir, pero esta vez miro a Dalila y expreso

—Perdóname amor, yo... yo te engañé

La mirada incrédula y de sorpresa de ella no se me paso de alto y tampoco a Danko, que estaba con sus ojos clavados en ese hombre rubio, que se recostó en una pared lateral para seguir narrando

—Quiero contarles lo que sucedió ese día del accidente del avión en el que viajaba Dalila (tomo aire para continuar), mi esposa Emily y yo estábamos escalando cuando la soga de ella se rompió y... y cayó al vacío, no pude ayudarla, solo fui testigo de su mirada de pánico mientras caía, yo solo alcance a gritar su nombre

Se sentó en un sofá para seguir hablando, esta vez ya más entrecortado porque los sollozos obstaculizaban su narración, ante la mirada curiosa de Dalila, de Danko y la mía

—¡No pude hacer nada!, ¡nada, maldita sea!, solo escuchar el ruido del golpe de su cuerpo al llegar a las rocas, esa densa niebla no me dejo ver casi nada, descendí muy despacio, cuando llegue a la base de la montaña... (sollozo un poco) la vi, estaba... estaba muerta con sus ojos abiertos llenos de pánico, yo... me sentí culpable por no poder ayudarla

Dalila se le acercó para abrazarlo y pedirle que se calmara un poco y le pregunto cariñosa

—Franco, ¿por qué lo callaste tanto tiempo?, ¿por qué no me dijiste nada?

LOS FETICHES DE MI PADREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora