Tal vez si voy a su habitación y destruyo todo a mi paso consiga una reacción de su parte. Se me romperá el corazón, pero no me arrepentiré de hacerle daño. Él es el villano y debo entenderlo de alguna manera.
Ha pasado una semana y no ha habido consecuencias. Greta siguió ofreciéndome ayuda, la cual rechacé. No podía mirarla a la cara sin sentirme terrible. No me restringieron la comida, no me regañaron ni me golpearon. Nada. Cero consecuencias. Aunque ahora es casi mediodía y nadie sube a traernos el desayuno.
Lo tomaré como una señal de que yo tengo que prepararlo.
Espero que Dante no esté en casa... ni nadie más. No sé si se me permite comer cuando lo desee.
Con Finn en brazos, bajo las escaleras y voy al comedor. Dante está sentado en un extremo de la mesa, bebiendo café. El sudor frío me recorre la espalda. El corazón se me acelera, pero mantengo el rostro serio, o eso intento.
—Buongiorno, ragnetta.
Me arden las mejillas.
«Sigue caminando; no le prestes atención. Él no existe... Bien, maldita sea, no hay desayuno para ti, y los cocineros te miran como si llevaras un pescado en la cabeza. Retírate a tu...».
Dante me sujeta la muñeca libre. Mantengo la mirada alejada de él. La mesa está dividida en dos. Su lado solo tiene la taza de café, el otro tiene panqueques, jugo—apuesto a que recién exprimido—y papilla de frutas en un pequeño tazón.
Nuestro desayuno.
—Come conmigo.
—Finn no tiene su silla aquí...
—Tengo otra para él.
Cierro los ojos. Me clavo las uñas en las palmas de las manos y se me aprieta el estómago. Quizá esta semana ha estado tramando una forma de castigarme. Tal vez ahora quiera matarme. Matarnos. ¡Oh, Dios! ¿Y si envenenó los platos y quiere vernos morir lentamente frente a él?
Arrastro la silla de comer al otro lado de la mesa. Acomodo a Finn en ella y me siento a su lado.
Una caja golpea el plato frente a mí. No me atrevo a levantar la mirada.
—Tu teléfono —dice Dante—. Es nuevo.
—Gracias.
No lo tomo. Me concentro en las manos de Finn que van de la comida a su boca.
—Te presentaré a tus guardaespaldas en dos días.
—Bien.
—Come.
Obedezco.
Soy un idiota.
Soy una grandísima idiota por pensar que podría salirme con la mía. Ahora estoy encadenada a este lugar.
Ni siquiera soy capaz de matar una mosca. Dante tiene años de entrenamiento. ¿Cómo podría un idiota como yo lastimarlo? De haber sabido que debía apuñalar un poco más arriba, esto podría haber terminado diferente... Y la verdad es que no sé si hubiera podido vivir conmigo misma de haberlo conseguido.
Dicen que la tercera es la vencida, y no quiero correr el riesgo de que sea cierto. Puedo vivir siendo una asesina; no puedo vivir sabiendo que lo maté.
—No volverás a verme si no lo deseas —continúa—. Te enviaré un mensaje cada vez que salga de mi habitación, también cuando me vaya a trabajar.
—Lo que pasó el otro día...
—No volverá a ocurrir. Me has demostrado que no me quieres; no insistiré.
—No puedo obligarte a no estar en tu propia casa.
—Yo estoy tomando esta decisión. No pretendo causarte más molestias o arriesgarme a que me mates a causa de una de tus hazañas.
—Si así fuera, entonces me dejarías ir.
Suspira y se pellizca el puente de la nariz.
—¿Dónde vivirás si lo hago? ¿Qué comerás? ¿Cómo vestirás a Finn?
Se me hace un nudo en el estómago. Todo esto me recuerda lo inútil que soy; no necesito que Dante me lo recalque.
No sé hacer nada, ni siquiera vivir sola.
¿Qué es peor? ¿Vivir con lo mínimo, corriendo el riesgo de quedarme en la calle con Finn? ¿O quedarme en la casa de un lunático como Dante? Yo digo que es lo segundo. Con lo primero, tendré la libertad que merezco... Pero Finn es solo un bebé, y las noches frías en las calles no son buenas para nadie.
—El dinero de Stefan...
—No será suficiente. Y si acudes a tu padre, te venderá de nuevo.
Agacho la cabeza y se me forma un nudo en la garganta. Tiene razón.
Se levanta y camina a paso firme hacia la entrada.
—Depende de ti bajar cuando yo lo haga. Siempre puedes hacerlo después. Haré lo posible por no molestar.
—¿Cumplirás tu palabra de no tocarme?
Se detiene un momento.
—Hasta que me lo pidas. No me acercaré más. Ni siquiera me acercaré a Finn. Te escribiré antes de llegar a casa, para que no tengas que verme. Eres libre de hacer lo que quieras aquí dentro.
Un silencio incómodo llena la habitación. Esperaba gritos, amenazas, golpes e incluso, tal vez, una muerte... Pero no esto.
Es su casa, y yo soy su prisionera; no tiene por qué ser él quien se encierre mientras yo puedo recorrer la casa y el jardín como y cuando quiera. No tiene sentido.
—¿Cómo está tu herida?
—Sanando. Estuviste cerca.
Se me aprieta el estómago. Parte de la comida de Finn cae sobre mi ropa. Me giro para ver a Dante y, para mi sorpresa, no me está mirando.
—Lo siento, yo...
—No importa, Lana. Sé que lo intentas.
Sale y da un portazo.
Tomo la caja, la abro con cuidado y me encuentro con que el teléfono ya está encendido dentro. Es muy probable que le haya puesto un rastreador o algo así.
Sacudo la cabeza. Prefiero pensar que no lo ha hecho. Lo último que necesito es que sea un acosador a tiempo completo. Apenas me libro de él por la noche.
Su número ya está guardado, al igual que el de Greta, además de algunos más de emergencia.
Suspiro y dejo el teléfono a un lado. Intentaré llamar a mamá más tarde. Vuelvo toda mi atención a Finn y le ayudo a terminar su comida.
—Realmente quiero salir de esto, monstruito —le susurro a Finn—. Perdón por arrastrarte conmigo.
Me responde con sonidos de felicidad. Por supuesto, no tiene ni idea de lo que digo.
Algún día convertiré esto en un cuento para dormir, y él no tendrá idea de que lo vivió.
Algún día, seremos libres.
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Grita Por Mí (+21) [Terminado]
RomanceMe traicionó una vez. ¿Cómo espera que vuelva a confiar en él? Lana: ¿Qué haces cuando el príncipe de tu historia se convierte en el villano? Hace dos años me rescató de una prisión solo para llevarme a otra peor. Dante Cassano me traicionó. Destroz...