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Dante me toma la mano, pero no quiero mirarlo

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Dante me toma la mano, pero no quiero mirarlo. Me siento asquerosa, avergonzada, humillada y cualquier otro sinónimo existente.

Sentirlo fue un alivio tan grande en ese momento, pero no quiero que, otra vez, me vea como una víctima. Como una sobreviviente. Odio tener que serlo. Odio todo esto.

Pero al mismo tiempo, quiero sentirlo. Quiero besarlo, mirarlo, decirle que lo siento por lo que haré, porque no saldré del hospital con vida. No quiero ni puedo seguir viviendo sabiendo que Finn murió por mi culpa. Por mi impulsividad.

Al menos tuvimos una oportunidad de estar juntos antes de suicidarme. Es el único consuelo que tengo.

—Finn está en casa, con mi mamá —dice bajito, pero lo suficientemente fuerte para escucharlo a pesar del ruido del helicóptero—. No tiene ningún rasguño, está sano, ni siquiera perdió peso.

»Lo encontré tres semanas después de que te fuiste. Pasamos Navidad en un hotel. Tengo fotos que mamá me envió en año nuevo, por si quieres verlas.

Gracias a Dios.

—Gracias...

Se me quiebra la voz y se me escapan las lágrimas. El alivio me inunda un segundo y luego la culpa.

El hijo de alguien más perdió las manos—o incluso la vida—solo porque querían torturarme

Aprieto la mano de Dante tan fuerte como puedo.

—Lamento no haberte e-escuchado —susurro—. Y dispararte, aunque te lo m-merecías, pero sé lo difícil que d-debió ser...

Quizás ese niño seguiría con vida si me hubiese quedado en casa ese día. Quizás no lo habrían usado... ni siquiera sé cómo se llamaba.

—Lamento no haberte dicho la verdad... Temía que esto ocurriera.

Sacudo la cabeza. Mi estómago ruge.

—Te odio por eso... pero tengo hambre y agradecería si tienes algo para compartir.

Oigo que mueve una bolsa. Me la entrega, y saco un paquete de galletas. También me da una botella de jugo, pero la dejo a un lado.

No le suelto la mano en ningún momento. Estoy segura con él, pero es todo lo que puedo hacer. No me atrevo a mirarlo a los ojos, no después de verlo llorar.

No lo merezco.

—Yo te sigo amando, ragnetta. Con todo mi corazón.

Me acomodo para reafirmar que no quiero verlo. Cierro los ojos. Todo me duele. Todo es un recuerdo de lo que me hicieron.

Me arrebataron toda la esperanza que tenía. Destrozaron lo que había logrado recuperar de mi alma...

Estoy perdida.

No puedo decirle que perdimos un hijo. Sé que al llegar a la clínica me cerraré. Volveré a ese lugar, y no saldré de ahí en semanas. En meses incluso. Es probable que no vea a Finn, que no pueda tratarlo bien... y me rompe. Me duele. Después de todo lo que ocurrió, todo lo que pensé que pasó con él, no podré verlo y lo odio porque lo necesito. Los necesito a ambos.

Pero, mientras esté lúcida y consciente de que por fin estoy a salvo, le diré todo lo que sí puedo manejar.

—Me enseñaron unas m-manos... Unas manos de n-niño. Dijeron que eran de F-finn...

—Ya estoy encargándome de eso, no te preocupes.

—Quiero saber... quiero s-saber qué le pasó.

—Lo sabrás. Lo prometo.

Asiento, pero ya no le creo. No como antes.

Roza mi brazo con una de sus manos hasta llegar a tocarme el rostro. Me mueve la cabeza delicadamente, pero con las fuerzas que me quedan la mantengo alejada de él.

No puedo verlo. No puedo hacerle esto. No merezco verlo, no merezco nada después de todo lo que hice, después de todo lo que me hicieron hacer.

Soy una tonta. Soy una tonta y Dante merece a alguien mejor. Alguien que no esté rota. Alguien que no sea asquerosa.

No quiero verlo. No quiero ver todo lo que perderé. Él no tiene que quedarse conmigo después de esto. Es un tonto si lo hace.

No quiero más. No quiero...

—Dante...

—Necesito ver tus ojos, ragnetta —se le quiebra la voz—. Puedes evitarme todo lo que quieras después, pero déjame verlos una vez más antes de perderte.

Me quedo sin aliento y se me llenan los ojos de lágrimas.

Con el pecho apretado, obedezco. Pasaré tiempo sin mirarlo y él, aunque sea mi perdición, también es mi único consuelo hasta que pueda ver a Finn...

Y es todo lo que quería hacer: mirarlo por última vez.

Sus ojos azules están rojos alrededor del iris. Hinchados. Se dejó la barba; nunca lo había visto con una. Su cabello está desordenado y tiene sangre y tierra en su ropa.

Nunca lo había visto tan... destrozado.

Siempre llevaba una sonrisa arrogante, siempre tenía algo que decirme. Sus trajes sin ninguna arruga—sangre sí, pero no arrugas—, peinado, afeitado. Siempre poderoso.

Pero ahora es todo lo contrario. Casi no lo reconozco.

Y es mi culpa.

Todo se desmorona en mi interior al darme cuenta de lo mucho que esto nos arruinó.

Lloro desconsoladamente, tapándome el rostro con las manos. Dante me abraza con fuerza y me acaricia la cabeza, uniéndose a mi llanto.

Me rompe el corazón escucharlo. Me duele. Todo es mi culpa. Soy una tonta. Debería morirme.

—Lo s-siento.

—No hiciste nada que no debieras. Es todo culpa mía, amore.

Niego. Lo alejo unos centímetros de mí, le acaricio la mejilla, sobre la cicatriz, secando lágrimas que no deberían derramarse por mí.

Soy asquerosa. Ya no le sirvo de nada.

—Dame un último beso —susurro.

Necesito sentirlo. Necesito un consuelo a lo que aferrarme cuando vuelva a ese lugar, aunque me haga egoísta.

Junta nuestros labios y nos besamos con desesperación. Desesperación por no habernos visto en dos meses, por todo lo que pasó, y por quién seré después de entrar al hospital.

Sabemos que será el último en mucho tiempo, porque no hay forma en que pueda soportarlo a él o mi cabeza durante las próximas semanas.

O mi piel.

O mi vida.

Grita Por Mí (+21) [Terminado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora