035 - R U B É N

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Ella no estaba. No estaba en este puto mundo. No sabía que hacer. No tenía sentido vivir en un mundo donde ella no estaba. Ella era mi vida. Mi razón por la que me despertaba todos los días. Y ahora se había ido. Dejándome solo con mis propios demonios dentro de mi. Que ahora mismo se reían en mi cara. Estaba condenado. Nunca en mi puta vida podría ser feliz ni tan solo unas horas. Todo lo que tenía me lo arrebataban. Y ya no aguantaba más.
Mi ángel había muerto, le habían roto las alas.

Ya no podría escuchar mas su dulce y relajante voz, no podría escuchar su risa. No podría mirarle a aquellos ojos azul mar que tanto adoraba y que tantas veces me había perdido en ellos. Ya no podría oler su aroma, ese aroma que desprendía a rosas. No podría besarla.

No podría verla.

Y eso me mataba. Quería llorar pero no podía. Me prometí a mi mismo no llorar nunca mas. Estaba perdido, lleno de furia.

Ella no se merecía eso. No era justo. Era a mi a quien le tendrían que haber disparado no a ella. Me sentía culpable, había sido culpa mía. Me tendría que haber alejado de ella y observarla desde la distancia. Si tan solo pudiera volver al pasado nunca le habría hablado, nunca me habría conocido y ella aún estaría aquí.

Corrí lo más rápido que mis piernas me permitían. Quería alejarme de ese maldito hospital. Quería alejarme de todo el mundo. Ahora lo que más necesitaba era estar con alguien. Sentir el apoyo de alguien, pero yo estaba sólo en el mundo. No tenía madre, no tenía padre y mucho menos amigos. Solo.

Solo era la palabra que me iba a perseguir por el resto de mi vida.

Porque así iba a estar siempre.

Paré en seco cuando vi en un callejón a un par de tíos pasándose algo. Sabía perfectamente de que se trataba y me acerque hasta ellos.

-Dame un kilo. -los chavales se sobresaltaron y ambos se miraron.

-Chaval, ¿crees que te pienso dar algo gratis? Suelta la pasta. -dijo el que era mas alto. Me reí en sus caras y en un movimiento rápido le propine un puñetazo al que parecía ser el mayor, cuando éste cayó al suelo del dolor, le pegué otro puñetazo al otro.

Ambos estaban en el suelo y comencé a pegarle patadas a los dos. Estaba lleno de furia. Quería matarlos.

Samantha no estaba ya. Ya no podía tranquilizarme y yo sólo quería matarlos.

-¡Para, por favor, nos vas a matar!- dijo el chico rubio con toda la cara ensangrentada. -Te damos todo lo que tenemos, pero para, por favor.

Paré en seco y miré como estaban. Retorciéndose de dolor en el suelo. El rubio me alzó la mano para darme las dos bolsitas que llevaban droga. Sonreí satisfactoriamente y me di media vuelta.

Llegué hasta el parque donde Samantha y yo nos dimos nuestro primer beso.

¿Por qué todo me recordaba a ella?

Me senté en el suelo, con los pies metidos en la orilla del lago. Cogí la bolsita y me quedé unos minutos mirándola. No había oteo solución. Esto haría que mi sufrimiento desapareciera por unas horas. Haría olvidarme de lo miserable, patético que era. De la puta vida que llevaba.

Me metí dos pastillas del tirón y cuando me las trague, me metí una tercera.

Me eché hacia atrás mirando hacia al cielo el cual ya lo iba viendo mas borroso.

(...)

Había pasado un mes desde que Samantha había muerto.

Todos los días iba al mismo parque para recordarla. No sabía donde se encontraba enterrada, no sabía como había reaccionado el gilipollas de Samuel. No sabía ni una puta mierda. Solo que ella no estaba.

Había intentado olvidarme, pasar página. Pero a quien quería engañar, Samantha era, es y será mi vida.

Alex había desaparecido del mapa. La ambulancia cuando llevó a Sam, volvió a por Alex pero dijeron que él no se encontraba ya allí. La policía ha estado buscándolo pero no había manera de encontrarlo. Ese cabrón sabía esconderse bien. Pero yo no iba a descansar hasta encontrarlo y vengar la muerte de Samantha.

Hace una semana, exactamente, me había comprado una moto. La única cosa "buena" que hacía con mi vida. Me levante del suelo del parque y caminé hasta ella. Me coloqué el casco y encendí el motor. Para ir a mi piso tenía que pasar si o sí por casa de Samantha. Al pasar, vi que las luces de la casa estaban encendidas. Fruncí el ceño y a parque la moto en el porche, me coloqué bien la chaqueta de cuero y caminé sigilosamente hasta la ventana que daba al salón. Con cuidado de que no me descubrieran, pude ver perfectamente como Samuel tenía una sonrisa de oreja a oreja mientras abrazaba a alguien. Fruncí de nuevo el ceño y me aproximé mas hacia ella, haciendo, torpemente, que se cayera un farolillo al cielo. Samuel y la chica que estaba en sus brazos se giraron hasta mi, y me escondí rápidamente. Escuché pasos acercarse y me escondí aún mejor. Alguien abrió la puerta.

-No te preocupes amor, no es nadie. -dijo Samuel mirando alrededor de la casa. Se quedó mirando a mi moto y maldecí por dentro. -Aunque hay una moto. Voy a echar un vistazo, ahora vuelvo.

-No Samuel, por favor, no me dejes sola. -me quedé paralizado en el sitio. Sorprendido, confundido.

Era su voz. Era la voz de mi ángel. Pero eso era imposible. Ella había muerto. Yo lo había visto con mis propios ojos. El corazón se me iba a salir del pecho. No entendía ni una puta mierda. Lo único que quería era volverla escuchar.

-Nunca te dejaré sola, nunca mas.

-Te quiero muchísimo.

Era ella.

Samantha.

Mi ángel.

El ángel que hace unas horas creía que estaba muerto y el que con unas tres palabras hacia Samuel había echo romperme el corazón.

Siento haber tardado tanto en actualizar. Espero que os haya gustado. Solo digo que Rubén va a cambiar, mucho, muchísimo.

Posesivo » elrubius | COMPLETA | EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora