095

2K 155 70
                                    

Sentía un gran dolor en mi cabeza. Intenté mover mis piernas y sentí un gran dolor en ellas, en realidad por todo el cuerpo. Estaba en una habitación de paredes blancas. Parecía un hospital, tenía toda la pinta. No recordaba nada de lo que había pasado y mucho menos como había llegado hasta aquí. Mi visión era muy débil, apenas podía distinguir las cosas. Tan solo veía manchas. A mi izquierda parecía ser una ventana ya que entraba muchísima luz.

No escuchaba nada, tan solo el pitido de una máquina que parecía sonar cada veinte segundos. Por raro que pareciera no me sentía ni nerviosa ni asustada, estaba tranquila. Me sentía a salvo. Como si nada malo me pudiera pasar o como si nadie pudiera hacerme daño.

Y entonces me acordé.

Me acordé de Rubén y de lo muy peligroso que era en mi vida. Me acordé de la sangre en sus manos. Aquel líquido rojo recorriendo todas sus manos y muñecas, empapándolo. También recodé sus ojos rojos, tan rojos como si hubiera estado llorando un día entero. Su ceño fruncido, asustado tal vez, victorioso también. Rubén podía ser tantas cosas, que ya no estaba segura de cuál de todas ellas era realmente.

No quería verle.

No quería ver de nuevo aquellos ojos verdes, no quería hacerlo porque si lo hacía me volvería a perder en ellos. ¿Qué era lo que tenía que hacer? Estaba harta, harta de hacer tantas promesas que no podría cumplir aunque quisiera. Porque Clarie, Samuel, Roan, tenían razón. Siempre la habían tenido y yo solamente estaba ciega. Ciega, creyendo que todo sería de color de rosa. Pero ya había despertado de ese sueño. Ya me había dado cuenta de cómo eran las cosas.

Tenía que dejarle.

Esa era la única solución para salvarnos a ambos.

—Vaya, al fin despiertas. —no reconocía esa voz. Dirigí mi mirada hacia la supuesta puerta. No sabía quién me había hablado. ¿Cómo era que hablaba español? ¿Dónde me encontraba realmente?

—¿Quién, quién eres? —mi voz sonaba ronca. Como si hubiera estado mucho tiempo sin hablar. Sentía una tremenda necesidad de beber agua, notaba mi garganta muy seca de repente.

—Como suponía, no te acuerdas de nada.

Volví a cerrar los ojos. Respiré hondo. Todo esto estaba siendo muy raro. Los abrí de nuevo y ya no me encontraba en aquella habitación de paredes blancas con aquella gran ventana. Ya no escuchaba la voz de aquel hombre, ni si quiera podía ver su figura. Veía oscuro. Sólo se podía apreciar una pequeña luz proveniente de la raja por debajo de la puerta. Se sentía como si estuviera en un sótano. Miré mi ropa, también había cambiado. Mi pelo estaba más corto. No sabía que mierda era lo que estaba pasando.

Pero no sentía miedo.

No me sentía agobiada por no saber que estaba pasando. No sentía absolutamente nada, ni miedo, ni dolor, ni tristeza, nada... Era como si nada existiese, como si yo no existiese.

Probablemente estuviera soñando. Un sueño del que no quería despertarme para volver a la realidad.

O quizás, simplemente, es que hubiera muerto.

No lo sabía.

Tan solo sabía que no quería que esto acabara. No quería volver para sentir. Estaba harta de hacerlo. Ojalá existiera un interruptor para apretarlo y apagarlo y encenderlo cuando quisiera.

Era como si estuviera viajando por mis recuerdos. Como si volviera a todos esos sitios en los que había sufrido tanto. Podía recordar este sitio, a duras penas, pero podía hacerlo. Rubén me encerró en este cuarto para así evitar que me fuera a cualquier sitio. Lo recordaba perfectamente, cuando Aarón me abandonó. Me dejó con Rubén para que este hiciera conmigo lo que quisiera. Para que Aarón tan solo consiguiese lo que siempre había querido. Lo recordaba tanto porque fue uno de los peores momentos de mi vida.

Era como si mi cerebro me quisiera mostrar que Rubén no era bueno.

O tan solo era que yo me había vuelto loca.

Cerré los ojos de nuevo y cuando los abrí me encontré con él. En frente mía. Ambos sentados en la cabaña de Noruega. Rubén tenía las manos manchadas de sangre. A su izquierda había una pistola. Miré a mi alrededor, no había nada. Estaba indefensa, como siempre lo había estado cuando estaba con Rubén.

—Parece que el efecto se está pasando. —no sabía de qué estaba hablando. Pero todo parecía indicar que había vuelto a la realidad. Que todo lo de antes había sido un sueño. Que volvía a sentir. Volvía a tener miedo.

—¿Me has drogado? —había llegado a esa conclusión ya que todo parecía indicar que había pasado eso. No me enfadé, en realidad estaba agradecida de que lo hubiera hecho. Por unas horas me había sentido en paz, sin ningún sentimiento. Sin tener miedo, y por eso tenía que estar agradecida. Él simplemente asintió.

Nos quedamos callados, mirándonos a los ojos de ambos. Analizándonos, aunque yo ya no sabía descifrar lo que los ojos o la mirada de Rubén quería decir.

—Quería que dejaras de correr. De huir de mi. Yo no te haría daño. —mentira.

—Lo has hecho.

—Jamás lo he hecho, o al menos no ha sido mi intención hacértelo. Las voces me lo piden. —mis ojos comenzaron a cristalizarse. Mi corazón a latir rápido. El miedo se estaba apoderando de mi otra vez. —A veces quieren que haga daño a la gente. Pero yo no quiero.

—Pero lo haces aún así. —no sabía qué cojones seguía haciendo aquí sentada en vez de salir corriendo o llamar a alguien en busca de ayuda.

—¡Ellas me obligan! Y no es fácil no hacerles caso.

—Déjame irme Rubén. —pedí, supliqué. Quería irme lejos de aquí, de él. Esto no me estaba gustando para nada. Estaba volviéndome loca. No aguantaba más.

Él como respuesta se comenzó a reír como un jodido loco.

—No puedes irte, estas sola aquí. Estamos solos. —se fue acercando hasta mi. Ambos estábamos uno al frente del otro. Mis lágrimas no aguantaban más y simplemente salieron sin parar. Rubén frunció el ceño y con su pulgar izquierdo acarició mi mejilla. Su ojos nada más que estaban centrados en el seguimiento de la caída de mi lágrima. —Samantha, no te voy hacer daño. Te lo prometo. —pasó de secarme mis lágrimas a acariciarme el cabello. Colocó un mechón detrás de mi oreja. Luego me sonrió como si nada pasase.

—No quiero estar aquí. Quiero volver, déjame hacerlo. —mi voz estaba entrecortada.

—Te necesito.

—No, no me necesitas.

—Te necesito para que cojas esa pistola de ahí y me pegues un tiro a la cabeza porque sino no me quedara más remedio que ahogarte en este mismo instante y matarte. 

Posesivo » elrubius | COMPLETA | EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora