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     No podía quitar los ojos de mi mano derecha, los nuevos trazos negros adornaban desde mi muñeca a la mitad de los dedos en suaves ondas, pero lo que más llamaba la atención era el diseño en la palma, geométrico pero fluido, conformado por mil pequeñas partes que parecían unirse todas en un mandala, aunque no del todo, casi cómo si el aún estuviera formándose, cambiando cuando sacaba los ojos por un par de segundos.

     Las cosas se estaban saliendo de control en serio, parecía que ya ni siquiera era capaz de controlar mi propio cuerpo, o que había dejado de conocerlo. Y aún así, me sentía más completa, mejor. Pero eran demasiadas contradicciones, demasiadas cosas para pensarlas ahora, más cuando seguramente no iba a llegar a ninguna respuesta.

     Un cambio en los pitidos de las máquinas de la enfermería consiguieron atraer mi atención. Enzo había llegado con un derrame interno severo y una de sus costillas rotas le había perforado el pulmón, no había duda de que si nos hubiera tomado unos minutos más llegar lo habríamos perdido; pero la operación había sido exitosa y los semi dioses éramos fuertes, o eso era lo que me había dicho la enfermera al dejarlo en el cuarto conmigo, no estaba segura si era cierto o sólo para confortarme, aunque tampoco tenía el lujo de cuestionarme demasiado aquello.

     Ni siquiera había podido despegarme de su lado para ir a la reunión con los demás, estaba cansada de tener que exponer cada cosa que vivíamos para no obtener nada en respuesta, porque por más que los dioses fingian estar en completo control, cada vez se los creía menos. Y si era completamente sincera, tampoco podía volver a afrontar a Prometeo. Él había sido quien había parado las garras, y con ello me había dejado aquel nuevo tatuaje, le sentía en lo más profundo, mucho más importante que los tontos cosquilleos que despertabamos en el otro, de alguna forma habíamos vuelto a activar lo de la primera noche, sus ojos habían vuelto a cambiar de aquel negro profundo que tantas dudas me daba al más claro de los celestes, y estaba segura de que los míos habían hecho lo mismo.

     Había terminado de volver en mi misma en los brazos de Ian, los chicos nos habían cargado a mi y a Enzo en la parte trasera apenas el episodio hubo terminado. Con mi lobo habíamos visto como los arañazos sanaban a una velocidad irreal, y para el tiempo en el que llegamos a la enfermería ya ni siquiera quedaba cicatrices. Y no dudaba que aquello también hubiese tenido que ver con el morocho que viajaba en el asiento delantero, y por más que había estado mirando firmemente a través del parabrisas, sabía que el también sentía que algo estaba sucediendo.

     Lentamente mi hermano terminaba de recuperar la conciencia, los efectos de la anestesia aún eran visibles en sus ojos pero estaba lucido y respirado sólo, y eso era mucho más de lo que había creído que vería un par de horas atrás.

     - Hey no te muevas demasiado- le rezongué pegando un salto al ver como se movía intentando bajarse de la cama.

     Su cara se encontraba completamente amoratada y tenía cortes en los pómulos y la nariz, se veía verdaderamente como una mierda, pero no podía estar más aliviada de tenerlo allí. Con cuidado le ayude a acomodarse derecho sobre las almohadas, aunque no me gustaban nada las muecas de dolor que se le escapaban.

      - Enana... - Me dijo con la voz ronca- ¿están todos...

     - Todos bien, con algún golpe más o menos, pero bien ¿Vos cómo te sentís? ¿Qué mierda fue lo que pasó?

     Enzo demoró unos momentos en contestar, como si estuviera reordenando los sucesos de la noche en su cabeza.

     - Estaba volviendo a casa cuando vi un chico haciendo señas en la ruta, ni siquiera se me ocurrió que podría ser una trampa, y cuando baje me tomaron e inyectaron para arrastrarme dentro del bosque, fui un imbécil, no alcancé a hacer nada.

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora