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Si Roma ya había sido increíble Venecia era simplemente sacado de una de mis fantasías. Ya estaba oscureciendo cuando salíamos de la estación de tren, arrastrando nuestras pertenencias hasta la gran explanada que daba de lleno al gran canal; gente moviéndose en todas las direcciones, turistas dando exclamaciones emocionados y sacándose fotos por doquier, vendedores ambulantes mostrando su mercancía y gritando en todos los idiomas, además de un incesante flujo de botes, lanchas y más barcos surcando con tranquilidad el agua, como si una ciudad con canales en lugar de calles fuera lo más normal del universo. Como si estuviera en piloto automático me deje llevar por los demás hacia uno de los costados donde no tardamos en sacar boletos y sumarnos a la fila para el próximo vaporetto

El viaje en tren había sido un borrón, todos juntos habíamos repasado planos de todos los edificios que circundaban la piazza San Marcos, entre ellos el Palazzo Ducale, que era por donde los chicos creían que debía encontrarse la entrada a los pasadizos más enterrados y que podían llegar a contener esta misteriosa arma. Habíamos memorizado cada pasillo y vuelta de las construcciones, las entradas publicas y las secretas, pero nada nos garantizaba que fuéramos a tener éxito, comenzando por el hecho de que no sabíamos exactamente que era lo que íbamos a buscar. Todo lo que nos habían dicho era que se trataba de un arma bastante peligrosa, y que había marcado la diferencia en batallas anteriores, pero no teníamos idea de si se trataba de una espada, una daga, escudo, lanza o lo que fuera, por lo que sabíamos podía ser cualquier cosa en este mundo, aunque era la única que parecía tan preocupada por ese detalle; "lo sabrás al verla, es inevitable", había dicho Samuel sin el más mínimo atisbo de duda. Y yo solo sentía como la ansiedad me carcomía, nervios, dudas y todo, pero de alguna forma no conseguía levantarme para hacer nada, estaba helada. 

Antes de lo que me di cuenta ya estábamos arriba del vaporetto atravesando el enorme canal, el incesante parloteo de las personas y las hermosas vistas de la ciudad te hacían sentir bien, pero en el fondo no podía evitar estar inquieta. Llegada nuestra parada nos bajamos todos con nuestros bolsos y comenzamos a serpentear por las callejuelas con la guía de los gemelos, ya que en cualquier otro momento estaba segura de que me hubiera perdido. A mi lado Luz iba parloteando con Astrid sobre que era la primera vez de la morocha en la ciudad y que aunque le resultaba pintoresca no estaba muy segura de poder vivir allí; aunque una parte de mi no podía evitar sentirse molesta por la naturalidad con la que hablaban sabía que era un esfuerzo por llevar con naturalidad el día, y que ambas estaban preocupadas por lo que nos esperaba. Después de unos pocos minutos de caminata nos internamos por un pequeño callejón que se abría hacia un delicado patio con montones de macetas rebosantes de plantas y preciosos muebles de jardín antiguos, marcando el camino hasta una enorme puerta doble de vidrio que daba al lobby del hotel. Con actitud despreocupada los gemelos se dirigieron hacia el mostrador, y en un despreocupado italiano le pidieron las llaves para los cuatro cuartos que habían reservado, teníamos la cubierta de ser un grupo de universitarios rebeldes que se habían dado una pequeña escapada antes de cerrar el semestre; el hombre en la recepción apenas nos recorrió con la mirada antes de entregarnos las llaves y recordarnos que cualquier daño al mobiliario de las habitaciones sería cargado a nuestras tarjetas de crédito.

Riéndonos y tonteando subimos el corto tramo de escaleras hasta dar con el pasillo de nuestras habitaciones, y agradecí la pequeña privacidad que me otorgó Prometeo al quedarse en el pasillo consultando algunas cosas con Seth; no estaba muy segura de desear compartir habitación con él, sobre todo dado el poco esfuerzo que nos había tomado terminar enrollados en la cama, pero había visto como Enzo y Harael entraban en la misma habitación aún discutiendo sobre estrategias para la noche. Tirando mi bolso a los pies de la cama de matrimonio que se encontraba en el centro del dormitorio, y que no hizo más que aumentar mi nerviosismo, procedí a encerrarme en el baño para poder respirar un poco.

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora