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   Sabía que todavía no podía bajar la guardia, pero no pude evitar apoyar mi cabeza en el hombro de Prometeo cerrando los ojos, aunque ya estábamos fuera del palazzo había una parte de mi que seguía en alerta. Después de que la espada me hubiese aceptado conseguí de alguna forma retornar las alas a mi espalda, plegándose sobre si mismas hasta volver a ser simple tinta en mi piel, la sensación menos dolorosa que cuando habían surgido; pero ahora tenía un sordo ardor por toda mi espalda, cada pequeño roce de la tela recordándome lo que acabábamos de vivir. Tenía mi mirada fija en el moreno, intentando entrever que pasaba por su mente, adivinar si por algún asomo se sentía tan desconcertado y eufórico como yo me encontraba, y aunque una voz en el fondo de mi cabeza cuestionaba si obtener el arma realmente valía la pena toda la información que habíamos descubierto y el caos que seguramente iba a desencadenar, no podía más que concentrarme en la pequeña victoria que creía que habíamos obtenido. 

     Los callejones de Venecia parecían aún más enredados y misteriosos que en nuestro viaje inicial a la piazza, y aunque intentamos repetir las mismas vueltas que nos habían conducido a nuestro destino, en más de una oportunidad terminamos desviándonos y teniendo que volver sobre nuestros pasos, casi como si la ciudad quisiera prevenirnos de volver al hotel y poder asentar nuestra nueva realidad. Nadie se había atrevido a pronunciar una palabra más de las estrictamente necesarias para hacer nuestro camino, de alguna forma cuando salimos del agua en la que habíamos negociado con las sirenas sabía que todos habían visto lo ocurrido, que aunque no habían estado presentes si habían sido testigos. El aire extrañamente tenso y expectante en el grupo, como si un paso o un gesto en la dirección equivocada en estos momentos pudiera determinar la ruina de todo lo que habíamos obtenido. 

     Sentía que mis piernas pesaban toneladas y tenía el cuerpo entero entumecido, pero no me permití pronunciar sonido sobre ello, cada paso que nos aproximábamos al hotel sentía una inquietud creciendo en mi interior, y aunque era consiente que parte de ella venía de Prometeo, aunque no podía llegar a imaginar a que de todo se debía. Cuando finalmente pusimos un pie sobre las baldosas que formaban la entrada podía sentir a mi corazón latir salvajemente, como si acabara de correr una maratón, salvar una vida, enfrentar mi mayor miedo y saltar de un precipicio, por un momento incluso llegué a preguntarme si los demás no serían capaz de escucharlo. El muchacho en la recepción apenas nos lanzó una mirada y subimos aún en silencio las cortas escaleras que nos llevaban a nuestras habitaciones, nadie sabiendo muy bien que decir después de tanto silencio. 

     - Será mejor que descansemos - dije, sintiendo como si se esperara que fuera yo quien marcara el siguiente paso.- Ya mañana podemos hablar sobre lo que sucedió y marcar nuestros próximos pasos de vuelta a casa. 

     Y sin más respuesta que unos rápidos asentimientos todos se internaron en sus dormitorios, los rostros aún manteniendo miradas de sorpresa al haberlo conseguido, pero también con dejos de preocupación, y aunque una parte de mi misma deseaba ir tras cada uno de ellos y poder asegurarme de que se encontraban bien, ya me encontraba más allá de mis límites. Lentamente también entre a mi dormitorio, sintiendo a la enorme figura de Prometeo entrar tras de mi y cerrar cuidadosamente la puerta, mientras que yo me despojaba del gran abrigo que me cubría. Casi con reverencia llevé mi mano hacia el bolsillo de mis vaqueros, extrayendo la pequeña y dorada navaja del estilo de una sevillana en la cual se había transformado la enorme espada que habíamos recuperado del palazzo, apenas al llegar a la calle había pensado que no había forma de ocultar apropiadamente la espada entre mis ropas para emprender el camino de vuelta, ante lo cual el arma instantáneamente había cambiado su forma a una mucho más conveniente, como la sirena me había advertido que haría. 

      - Lo conseguiste - me dijo Prometeo, deslizando con cuidado sus brazos al rededor de mi cintura y abrazándome por detrás, apoyando su cabeza en mi hombro para admirar el arma que todavía descansaba en mis manos. 

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora