Por un momento fue cómo si el tiempo se ralentizara, los segundos estirándose imposiblemente, permitiéndome asimilar lo que estaba pasando; en el centro del escenario la calculada rutina se había desbaratado, los rostros de los participantes teñidos de confusión mirando la figura estética de Katia parada en el centro de todos. Una tensión casi innatural dominaba sus miembros, los músculos como cuerdas de acero, contraídos de forma casi dolorosa. Pero todo aquello podría haber pasado desapercibido a un observador menos atento, salvo por supuesto por los ojos, estaban tan inyectados de sangre que ya no se veía nada más que una gran órbita roja. Sólo un segundo más tarde la mano de Prometeo alcanzó la mía, y en ese momento se desató el caos.
El espacio lleno de guerreros con varios grados de entrenamiento pasó a ser un mar de gente corriendo, como si de repente nadie supiera que hacer o como actuar, los dioses intentando mantener el orden mientras algunas personas simplemente observaban en sus lugares, hipnotizados con el cambio. Sin una palabra bajamos la atravesando los asientos a la carrera, con mis hermanos siguiéndonos de cerca.
Con un grito varias personas más dejaron sus asientos, los mismos ojos rojos dominaban sus rostros, helándome la sangre; sus cuerpos tensos para atacar, muecas violentas casi grabadas a fuego en esos rostros, como si ya no pudieran volver a su estado original. Todos uniéndose a la loca carrera por llegar al centro del anfiteatro, donde ya había comenzado la lucha. Entre la masa de cuerpos moviéndose podía distinguir sin duda el de Katia, cuyos ojos seguían fijos en mí, como si fuera su objetivo, pero cortandole el paso podía ver la ancha espalda de Bastian. Necesitaba llegar a ellos.
Con horror pude ver cómo la pelea se tornaba sangrienta, las únicas armas que se encontraban en la habitación estaban allí abajo, y las personas de los ojos rojos ya se estaban apoderando de ellas. Con un último salto conseguí caer firmemente en el escenario, los demás llegando a donde estaba sólo un segundo más tarde.
- No te separes de mi lado- pude escuchar que Prometeo me gritaba, un segundo antes de adentrarse a la maraña de cuerpos.
Sin más que una mirada de asentimiento a los demás, todos lo seguimos.
Pude sentir como mis sentidos poco a poco iban agudizándose, como si mi cuerpo ya supiera que tenía que adaptarse a la situación y entrase en alerta. El suave cosquilleo que siempre dominaba mis sentidos se había vuelto tan fuerte que ahora me hacía sentir casi entumecida, era consciente de todo lo que me rodeaba pero a la vez me sentía separada; me sentía totalmente en control, aunque no era momento de pensar en ello.
Encarando rápidamente la pelea me encontré enfrente a un chico que seguramente era del grupo de los nórdicos, el cabello de un rubio tan claro que casi brillaba, su piel blanquicina se marcaba con las líneas azules de sus venas, estaba segura de que habría sido devastadoramente apuesto de no ser por esos ojos, algo dentro de mi gritaba que aquello estaba profundamente mal, quizás hasta más allá de la recuperación. El muchacho ya tenía una daga de aspecto feroz entre manos, y a mi no me quedaba ni un segundo para desperdiciar. Corriendo con todas mis fuerzas hacia él lo intercepte con una firme patada en el pecho, enviándolo trastabillando hacía atrás con un gruñido.
- Hija de Ares... - Escuché que murmuraba con deleite en su voz.
Con un movimiento veloz cómo un rayo intentó alcanzarme con la daga, apenas conseguí alejarme. Su fuerza parecía desmesurada, y en un segundo fue claro que no podía dejarle avanzar ni un metro sobre mi, o terminaría en problemas. Estaba en estado de alerta total, apenas interceptando sus ataques, su daga prácticamente rozándome la piel, era como si sus capacidades hubieran sido maximizadas, en este tiempo aquí no había visto a nadie que pudiera moverse así. Aprovechando la leve ventaja que me daba ser más pequeña continúe lanzandole patadas y golpes, cada vez que conectaba con su cuerpo le sacaba un gruñido, pero esa escalofriante sonrisa sólo parecía hacerse más grande. Con una fuerte patada conseguí enviar la daga volando de sus manos, y sin perder el momento con otra giratoria lo envíe al piso; en ese momento apareció entre la multitud la enorme figura de Thor y tomando al chico por el cabello antes de que pudiera volver a levantarse lo golpeó con fuerza contra el piso de madera, dejandole inconsciente. Un aura de poder absoluto vibraba al rededor del dios, sus ojos brillando de un azul imposible, la energía latente en el aire. Cuando los dioses se encontraban en ese estado no podía querer decir nada bueno.
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En el amor y la guerra, todo se vale
FantasyCon 18 años todavía no me siento un adulto, pero definitivamente no soy ni una niña ni una adolescente desquiciada, aunque probablemente todavía tengo un poco de la ultima viviendo en mi. La mayor parte de mis preocupaciones se centran en el estudio...