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La sensación de ser envuelta por agua tan helada como para casarse hasta los huesos hubiera sido suficiente para hacerme gritar en cualquier otra oportunidad, pero el poco sentido común que parecía quedarme en medio de toda esta locura me impidió abrir la boca bajo el agua, y además, estaba bastante abrumada viendo el resto de las cosas que ahora nos rodeaban. Frente a nosotros un grupo de al menos 10 sirenas nos observaban, sus cuerpos pareciendo imposiblemente gráciles en el agua, colas largas con enormes escamas de tornos verdosos y cobres, que las cubrían hasta sus estrechas cinturas, luego de lo cual daban paso a una piel blanquecina y de aspecto suave como la porcelana, atravesada por tenues cicatrices sus cabellos larguísimos ondeando a su alrededor como halos, entre tenebrosos y encantadores. En el medio de todas ellas una sirena de aspecto más poderoso, piel más marcada, el cabello rojo oscuro, el mismo tono de la sangre al derramarse y una mirada completamente negra, que consiguió enviar un terrible escalofrío a través de mi piel, ya era claro que no íbamos a tener una ayuda tan dispuesta como antes.

Un par de sirenas se separaron del grupo inicial bajo la atenta mirada de la pelirroja que parecía ser la líder, llegando en primer lugar hasta mi, justo cuando ella comenzó a hablar.

- Bienvenidos, hijos de los dioses - dijo, y no sabía como éramos capaces de escucharla pero lo hacíamos, su voz sonando levemente como a vidrio quebrandose - permitan que mis guerreras los ayuden para poder hablar correctamente.

Sin saber que más hacer asentí, la sirena frente a mi tomándolo como un permiso, estirando sus brazos hasta mi, su piel sintiéndose extremadamente suave al tacto, y una pequeña y burlona sonrisa apareciendo en su rostro, justo antes de que tomará levemente mis mejillas y uniera nuestros labios. La pequeña invasión tomándome por sorpresa y dejándome estática, la suavidad de su fría boca con la mía y la forma en que sus labios se envolvían al rededor de los míos sintiéndose extraña, y justo cuando se separó conseguí entender porqué; allí donde nuestros labios habían estado unidos una burbuja de aire se había creado, a medida que se separaba extendiéndose hasta abarcar mi nariz y permitiéndome respirar con comodidad. Miré a los lados para ver a los demás atravesando el mismo proceso, una puntada de celos atravesándome al ver a Prometeo en las manos de una preciosa sirena rubia, pero sabía que debía morderme la lengua y no decir nada, en este momento no podíamos arriesgarnos a disgustar a nuestros anfitriones.

- Gracias por la ayuda...

- Mi nombre es Pisínoe, y soy quien custodia el arma que ustedes desean... - dijo nuevamente con esa voz escalofriante, el calor que recorría mi tatuaje pulsando en respuesta. - han entrado al palazzo y se han ganado la confianza de la quimera para llegar hasta aquí, pero lo que ustedes buscan tiene un enorme precio...

- Un precio que estamos dispuestos a afrontar - habló Enzo, su voz firme y su mirada retadora.

- Pareces muy seguro de tus palabras, hijo de Ares, pero ¿verdaderamente estarías dispuesto a dar tu vida a cambio de esta arma, a dar la vida de tus acompañantes, de tu propia hermana? - habló la sirena aproximándose lentamente con un batir de su poderosa cola, sus ojos absolutamente negros clavados en nosotros - Lo que vienen a pedir solo va a derramar sangre en este mundo ¿estarían dispuestos a derramar su propia sangre además de la de sus enemigos para obtenerla? ¿o hay vidas más valiosas en este mundo, que no valen la pena las de los demás?

Vi como el gesto en sus ojos se endurecía a la vez que apretaba los dientes, negándose a darle el gusto a la sirena.

- Ninguna batalla queda libre de sangre - intervine elevando mi voz con la esperanza de atraer a Pisíone hacia mi. - su sangre es lo que quieres entonces puedes tomarla, pero no vida, no hay necesidad de perder más vidas de las que ya se van a perder.

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora