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     Parece que hace siglos que estoy sentada en este maldito sillón en la sala de esperas, la taza de te que antes calentaba mis manos ya se ha enfriado, y solo sigo sosteniéndola para tener algo en que ocuparme. La última vez que había estado en el pequeño hospital que teníamos como parte del complejo había estado esperando a que Prometeo recuperase la conciencia, y había tenido a Eric junto a mi, mientras que ahora la situación no podía ser más opuesta, con Eric siendo el que estaba con los doctores, y Prometeo parado en el otro extremo de la sala, sin dirigirme la palabra. 

     Desde que habíamos llegado de nuestra incursión de la mañana, todos habíamos sido dirigidos a la unidad médica, quienes habíamos llegado a rescatar llevados con urgencia a las salas y quirófanos, y los heridos luego pasando poco a poco, para ser atendidos, mientras que algunos de nosotros simplemente nos habíamos quedado esperando para escuchar las noticias. No había tenido el corazón para acompañar a quienes iban a informar sobre el éxito de nuestra misión, mucho menos a informar a quienes eran las familias más cercanas de quienes habían quedado atrás; probablemente era una cobarde por no ir yo misma a hablarle a Selena de su hermana, pero simplemente no iba, no podía salir de allí hasta asegurarme que Eric iba a estar bien. 

    Veo como Harael se sienta a mi lado, el cansancio marcando claramente su rostro, y su uniforme manchado de tierra y sangre por igual.

     - ¿Cómo está Samuel? - le pregunté sin despegar demasiado mi vista de la taza frente a mi, mientras la giraba lentamente. 

     - Se recuperará sin problemas - me contestó el rubio - afortunadamente la bala lo atravesó limpiamente y no hizo mayor daño, es un niño grande, de seguro en un par de días ya va a estar como nuevo.  Y eso es gracias a ti. 

     Sus palabras dejan un sabor extraño en mi boca. Casi como un flash vuelve a mi la imagen del miedo en los ojos del muchacho de la metralleta, y como en un parpadeo la vida se había ido de sus ojos, como yo había tomado su vida. Lo único que había hecho antes de sentarme a esperar, había sido pasar por el baño y lavar a fondo mis manos, algo en mi me pedía que sacara cualquier resto de su sangre de mi piel, pero por más limpia que quedara, yo sabía que eso no iba a cambiar lo que había hecho esta mañana. Había matado a alguien, y francamente, no me arrepentía, pero qué decía eso de mi.

      Asentí ausente sin saber muy bien que contestar, probablemente estaba en estado de shock, me sentía como adormecida, como que en realidad no sentía nada. Miré al rededor intentando encontrar algo que despertara cualquier tipo de reacción en mi, pero mi mirada parecía siempre volver a la taza en mis manos, y el vaivén del líquido en ella. Sin poder evitarlo salto levemente en mi lugar al sentir la mano del rubio apretar levemente mi brazo, por la mirada en su rostro se que hace rato que me estaba llamando, pero no lo había escuchado. 

      - Vamos a que te chequeen, cariño - me dijo sacando con suavidad la taza de mis manos que temblaban levemente. - aún van a tardar un rato en poder decirnos cualquier cosa de todos ellos. 

      - Preferiría quedarme aquí... - comencé a decir, pero me callé al ver como me retaba con su mirada. 

      - Para poder cuidar de cualquiera, primero es necesario que estés bien - dijo lentamente conectando su mirada con la mía, entrelazando nuestras manos - Vamos.

     Mirando al rededor vi como Diego y Enzo asentían, el segundo acercándose un momento. 

      - Ve con él, cualquier cosa que nos digan iré en seguida a buscarte enana - dijo antes de depositar un suave beso en mi frente y empujarme levemente para que fuera con el italiano. 

        Sin saber que más decir que asentir seguí a Harael a través de los largos pasillos, hasta llegar a un gran espacio abierto, lleno de camillas apenas separadas por algunas cortinas, montones de carritos atestados de todo tipo de materiales médicos, y múltiples enfermeras moviéndose con eficiencia de un lado al otro. Apenas estuvimos un momento parados en la entrada antes de que una de aquellas muchachas nos notase y me empujara con delicadeza hasta arrastrarme a una de las camillas. La chica tenía cabello castaño claro y unos ojos mieles preciosos, que brillaban con amabilidad a la vez que comenzaba a revisarme con cuidado. 

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora