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     Miraba las personas pasar frente a mí, corriendo de un lado al otro, algunos apresurados y otros simplemente paseándose entre risas, despreocupadas, sin saber todo lo que estaba pasando a su alrededor y tenía un enorme potencial de cambiar sus vidas. Era extraño pensar que hasta hace muy poco yo había sido como ellas.

     Aún no podía creer que estuviera sentada en el aeropuerto con un pasaje a Roma entre mis manos, parecía tan irreal cuando el día anterior había estado entrenando en la academia, pero cuando los dioses habían llamado no habíamos tenido la oportunidad de negarnos. Al parecer la misma noche que los arcángeles habían llegado a nosotros había ocurrido un ataque en el centro de Roma, donde se juntaban importantes líneas angelicales, y querían que fuéramos a hacer un control de daños y de paso reunirnos con alguno de los ángeles mayores para que pudieran examinar nuestra sangre; si hubiera sido todo eso y con el humor que tenía hubiera sido capaz de mandarlos a volar educadamente, pero el viaje había venido con un premio al cual no podía resistirme. Los arcángeles creían tener la cura al veneno que ahora circulaba por el cuerpo de Prometeo, y desde ese momento la decisión se había vuelto más clara que el cristal, nos íbamos a Roma.

    Esa tarde armamos las valijas un pequeño equipo, la delegación que habían preparado para viajar era un tanto extraña y no me encontraba al 100% cómoda, pero podría haber sido peor: Prometeo y yo por supuesto, acompañados por Seth, el maldito egipcio que ahora parecía formar parte de todos los aspectos de mi vida, Astrid, la chica nórdica, hija de Odin, que había visto colgada del brazo de Prometeo en la noche del baile, y además Enzo y Luz, las últimas dos adiciones cortesía de que tanto Ian como Sofía habían sido designados para acompañarnos, pero ambos había declinado la oferta alegando que tenían asuntos urgentes con sus manadas que no les permitían ausentarse por el viaje. De verdad estaba agradecida con lo último, ya suficiente era tener que viajar con aquel pequeño grupo como para además sumarle a tu ex novio y el amor de su vida.

    Bolsos en mano nos habíamos dirigido antes de la salida del sol hacia el aeropuerto, de alguna forma todos teníamos pasaportes y pasajes a nuestros nombres, y teníamos que esperar apenas media hora antes de que el vuelo saliera. Nada más llegar casi todos se habían desperdigado por los diferentes locales, su emoción y alegría de poder experimentar cosas tan sencillas cómo recorrer las tiendas y comprar alguna chuchería seguía resultándome extremadamente encantadora, aunque no había conseguido juntar la fuerza para acompañarlos, y ahora me dedicaba a mirarlos desde el silloncito que había conseguido acaparar en una esquina de la zona de espera, mientras los veía moverse por todos lados. No conseguía sacarme la sensación extraña que se me había metido bajo la piel nada más salir del complejo.

     Antes de irnos Eric se había acercado a nosotros con esa enorme sonrisa que siempre conseguía tranquilizarme y todo su rojo cabello despeinado, tirándome dentro de su brazos para apretarme bien fuerte, haciéndome sentir como una niña pequeña. "Ten mucho cuidado Cathy, aprende a reconocer quien es el verdadero enemigo y en quien puedes confiar, por más que a veces no lo parezca", me había susurrado rápido al oído, antes de separarse y tomar suavemente mi cara entre sus grandes manos, "nunca pierdas eso que te hace tan tú, que es lo más valioso que tenes", y con una gran sonrisa y un beso en la frente me había enviado con los demás, camino a la camioneta que nos iba a alcanzar. Desde entonces no había sido capaz de dejar de escuchar esas palabras repitiéndose en mi mente, una y otra vez, sabía que cada palabra que Eric decía no era en vano, pero en este momento solo conseguía enredar mis pensamientos más y más; no sabía que era lo que me hacía ser yo, ni como distinguir en quien podía confiar, me sentía que apenas estaba consiguiendo mantener alguna clase de equilibrio. 

     Una humeante tasa de cafe apareció frente a mis ojos, sacándome de todas mis ensoñaciones y pensamientos al menos por ahora. Seth sostenía una segunda tasa entre sus manos, y apenas acepte la mía tomo asiento despreocupadamente a mi lado, como si esto fuera algo que hiciéramos todo el tiempo. 

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora