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     POV Prometeo:

     Las ganas de golpearme la cabeza firmemente contra la pared eran casi demasiado fuerte para resistirlas. Si antes ya no me había graduado de idiota ahora verdaderamente había conseguido hasta un doctorado en ello. Estampe con tanta fuerza la puerta de mi dormitorio que por un segundo temí que alguno de los cuadros que decoraban la pared pudiera caerse; me sentía como si pudiera ir corriendo hasta el otro lado del mundo, pero era incapaz de irme de allí. La mirada en los ojos de Cath estaba firmemente grabada en mi, ira, indignación y dolor, mucho dolor, sabía que había estado al borde de las lagrimas y que ahora probablemente estaba llorando en su cuarto, mi cuerpo entero dolía por volver a su habitación, pero no sabía que podía hacer.

     Con un gruñido le pegue un puñetazo a la pared, apenas haciendo mella en la misma pero abriendo la piel de mis nudillos. Había metido la pata más hasta el fondo que cualquier otra vez, ella nunca antes me había mirado de aquella forma, pero una parte de mi había querido decirle aquello desde que la había encontrado en la madrugada enredada con el rubio; nunca había sentido a mi sangre hervir de esa forma, nunca la había querido arrancar con tantas ganas de donde estaba, en los brazos de ese tipo, recostada sobre su pecho y apenas cubierta por algo de ropa. No tenía idea de que habían estado haciendo, no verdaderamente, pero era claro que había tocado una fibra importante, desde que yo conocía a la pequeña castaña su tatuaje había cambiado una sola vez y había sido por unos pocos momentos, nunca algo así como lo que había pasado ahora. Sin poder contenerme la lleve a su cuarto y limpié cuidadosamente su herida con un paño, antes de meterla en la cama, no había podido separarme de su lado, ni tampoco había querido hacerlo si era completamente sincero.

     Patee las pocas cosas que tenía desparramadas por la habitación a la vez que me vestía con unos pantalones oscuros y botas de motociclista, la sangre me hervía pero sabía que tenía que bajar a desayunar y prefería hacerlo antes de que a Enzo se le ocurriera venir a buscarme y hacer algunas preguntas sobre lo que había visto. Al despertar y ver que no se encontraba en la cama a mi lado me había preocupado, pero verla totalmente sumergida en la bañera me había dado verdadero pánico, del tipo que hacía tanto tiempo que no sentía que no recordaba como era. Y sentirme así era casi tan atemorizante como había sido ver el dolor en sus ojos, y saber que esa mirada estaba allí por mi culpa; hace un par de semanas la había tenido llorando en mi regazo por el lobo, sentía que habíamos pasado algún tipo de barrera, que algo real se estaba desarrollando entre nosotros, pero de alguna manera en estos días había conseguido mandar todo por el caño, más aún luego de besarla en el baile. Ya no podía negarme que la necesitaba, diablos, probablemente también la quería, o al menos eso era lo que esta estúpida conexión me hacía creer, ya no sabía si era capaz de querer de verdad. Pero sabía que no la merecía, que ella se merecía ser feliz, tenía más fuego y corazón que cualquier otra persona en este mundo, estaba destinada a algo grande y no me iba a permitir, no iba a permitir que nada, le impidiera brillar u ser feliz.

     Poniéndome un suéter de hilo gris oscuro salí del dormitorio, algo más calmado, pero con mis pensamientos bullendo sin cesar. Tenía que calmarme y concentrarme, no estábamos aquí para este tipo de cosas, necesitábamos ayudar a personas inocentes y volver lo antes posible; algo me decía que cuántos más días pasáramos en compañía del otro solo se iba a complicar más todo, y no estaba seguro de poder contenerme, de seguir poniéndola a ella adelante y no ser la bestia egoísta que en realidad deseaba ser, y mandar toda mi buena voluntad a volar, solo por ella.

     Casi todos ya se encontraban sentados en la mesa para cuando yo llegué. Inevitablemente la busqué con mis ojos. Se encontraba sentada entre Luz y Harael, sonriendo y hablando despreocupadamente, estaba preciosa con una sonrisa en sus carnosos labios, nadie hubiera podido adivinar que solo un rato antes me había estado gritando al borde de las lágrimas, y eso solo me daba más ganas de reventar mi estúpida cabeza contra la pared, o tal vez ahora que estaba en la mesa podía sacarme los ojos con las cucharillas de té. Procedí a sentarme junto a Seth, quien me dirigió un cortés saludo, intentando entablar alguna conversación; el egipcio definitivamente era extraño, y no dudaba que tenía más de un as bajo la manga, pero aunque no me daba una mala sensación no quería confiar demasiado en él, no me gustaba en lo más mínimo la forma en la que observaba a Cath.

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora