75°

473 52 12
                                    

     Aunque había amado el tiempo que había pasado en Italia, y en cierta forma había llegado a sentirse como un lugar seguro, una especie de refugio o segunda casa, no había pensado que podía llegar a extrañar mi nuevo hogar, mi cama y mi cuarto, pero sobre todo, mi familia. En el aeropuerto nos recibieron Ares e Isis, mi padre notablemente incómodo ante la libertad que la egipcia mostraba a su alrededor, pero ambos rápidamente saludándonos al vernos pasar las puertas. Estaba haciendo el mayor de los esfuerzos por ser normal y funcional, me mantenía rigurosamente alejada de Prometeo, y sentía el peso de la pequeña arma escondida cuidadosamente en una de las mangas de mi campera, como si pesara toneladas. 

     El viaje en auto se hizo rápido, dividiéndonos en varios vehículos, y repartiendo el equipaje, en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos bajando nuestras pertenencias en la puerta del enorme edificio que ahora consideraba mi hogar; aunque habíamos llegado entrada ya la madrugada teníamos una gran cantidad de personas esperándonos. Instantáneamente me vi arrastrada a los brazos de todos mis hermanos, pasando de mano en mano y chocando contra sus pechos, sintiendo infinidad de besos siendo dejados en mi frente, haciendo mi mejor esfuerzo por ocultar el par de lagrimas que se escaparon de mis ojos ante la falta de Eric, no sería una cálida bienvenida si no nos encontrábamos todos presentes, y no iba a permitirme descansar hasta que volviéramos a estarlo. Pronto además pase a ser envuelta en los largos brazos de Selena, quien no nos dejó ir a Luz ni a mi en un buen rato, repitiendo infinitamente cuanto se alegraba de que estuviéramos bien y como nos había extrañado, sin querer dejarnos ir hasta prometerle que luego de la reunión íbamos a juntarnos todas en su habitación, era claro que teníamos que ponernos al día sobre más de un asunto. Y finalmente uno de los saludos que más temía y anhelaba, la rubia cabellera de Bastian resaltando entre los demás, sus cálidos ojos azules fijos en mi, y una pequeña sonrisa tirando de la comisura de sus labios; había esperado entre los demás a saludarme, y ahora que me tenía frente a él, no dudo en un segundo a tirarme en un apretado abrazo, que difícilmente sabía como corresponder. 

     - Te extrañe , pequeña - susurró con ternura en mi oído, depositando un suave beso en mi mejilla para acompañar sus palabras, antes de alejarse como si nada hubiera pasado, dejándome atolondrada. 

      Sin perder ni un segundo Zeus estaba ya arrastrándonos hacia una de las salas de conferencias, dejando a las demás personas para llevar nuestras pertenencias y cortando los saludos, Enzo posicionándose en seguida  a mi lado y pasando su fuerte brazo por mis hombros, acompañándome como lo había hecho desde el día anterior. Dentro de la sala ya nos esperaba un reducido grupo de dioses acompañados de los arcángeles, su presencia golpeándome con la fuerza de un puñetazo, recordándome todo el poder que en realidad albergaban; tanto Harael como Samuel plantando una rodilla en el suelo al saludarlos. Con la eficiencia de quienes ya habían hecho este tipo de cosas un infinidad de veces los dioses comenzaron a interrogarnos sobre lo encontrado en nuestro viaje, que habíamos visto y discutido, que habíamos encontrado, y como habíamos terminado por recuperar el arma. Sentada como estaba entre Enzo y Seth me fue fácil mantenerme callada por gran parte del intercambio, los demás eran eficientes relatando todo lo que habíamos pasado y cuidadosos en dejar afuera aquellas partes que correspondían más a lo personal que a lo que se suponía que habíamos ido a hacer, como mi pequeña aventura con Prometeo y la relación que parecían haber comenzado Seth y Luz. 

      Pero llegado el momento de comenzar a hablar del ingreso al palazzo en Venecia me llamó la atención como entre Samuel y Prometeo dominaban la conversación, dejando fuera grandes partes de lo que había sucedido, como lo que había revelado la quimera sobre mi nacimiento y el del moreno, los hijos de la desgracia y la luz, y como estábamos unidos en más formas de las que creíamos, y el precio que cada uno de nosotros había pagado para poder ingresar al recinto de las sirenas, aquello que no iba a sernos restituido a menos que fuéramos victoriosos; era obvio que había alguien en esta habitación que no podía escuchar aquello, y aunque lo entendía me dolía pensar que podíamos tener alguien infiltrado tan profundamente en nuestras alianzas. 

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora