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No pude pegar un ojo en toda la noche, Selena se había deshecho en llantos en mis brazos, sin saber que más decir o como actuar ahora; estaba embarazada de Enzo, en alguno de sus miles de encuentros algo había fallado aunque ellos siempre se habían cuidado, simplemente allí estaba aquel pequeño pedazo de plástico confirmándolo, pero nuestro mundo, menos aún en estos momentos, no era lugar para un nuevo bebé, ni para un embarazo. Las tres habíamos pasado horas en ese estado intermedio entre estar dormido y despierto, sin decir palabra, solo abrazándonos y estando presentes, sabíamos las opciones, sabíamos que cualquiera fuera que Sele tomara la íbamos a respetare e íbamos a estar allí para ella, pero aún así, no podíamos salir de nuestro impacto.

Vi como el cielo nocturno comenzaba a perder su tono oscuro profundo y supe que ya era momento de levantarme, no había otra opción en ese momento, tenía que liberar mi cabeza y centrarme tenía que ser capaz de ser funcional en la pelea, teníamos que rescatar a Eric, necesitaba a mi hermano, necesitábamos a los demás; después iba a poder preocuparme por los demás días por venir, pero por ahora, necesitaba ser capaz de dejar todo lo demás de lado. Lo más silenciosamente que pude me levante de la cama, separándome con cuidado de Sele y Luz, depositando un beso en la cabeza de cada una y saliendo con cuidado de la habitación, caminando con los pies descalzos hasta el pasillo, para poder subir al ascensor y llegar a mi propio apartamento.

Entre a mi habitación en silencio, sintiendo como la nostalgia me embargaba al ver mis cosas tal como las había dejado, y mi valija a los pies de la cama, era un pequeño recordatorio de que por más de todo fuera un lío cambiante constantemente, yo aún tenía un lugar al que regresar. Suspirando entré en la ducha para darme el baño más rápido de la historia, antes de meterme en ropa interior a mi vestidor, intentando desenterrar las ropas de pelea que eran otorgadas a todas las personas de la academia, enfundándome en ellas y volviéndome para sorprenderme con la imagen que me devolvía el espejo. Había retirado mi cabello en una coleta alta y luego lo había trenzado, dejando mi cara completamente descubierta, firmes ojos marrones mirándome en el reflejo; los pantalones negros se amoldaban a mis piernas, pero permitiéndome moverme, incontables cintas y enganches que ya había rellenado con sus correspondientes dagas e implementos. Arriba una camiseta térmica para el frío se asomaba debajo de un chaleco del equivalente griego a un fino keblar, que se pegaba completamente a mi figura, de la cadera a los hombros, favoreciéndome más de lo que esperaba, pero sobre todo protegiéndome. Aquella joven de mirada valiente y determinada, que se veía fuerte como una guerrera, era en lo que me había convertido en estos meses, y aunque no dejaba de ser un poco desconcertante, era una imagen en la que ahora me reconocía. Rápidamente me calcé unas botas de punta de acero, y agregué la pequeña daga dorada a mi muslo derecho, sorprendiéndome por la forma extraña el que el dorado parecía brillar hoy, como si estuviera palpitando, como si supiera que estábamos por dirigirnos a una pelea. En el pasillo pude encontrarme Con Enzo, Diego, Andrés, Samuel y Harael, todos vestidos de forma similares a la mía, y viéndose completamente serios.

- ¿Lista? - se dirigió a mi Enzo, forzando una media sonrisa a su rostro, ante lo que simplemente asentí.

En el lobby ya habían una veintena de personas, hijas e hijos de Atenea y de Hades, además de un par de nórdicos y egipcios, el ambiente era notablemente tenso, mi padre, junto con Atenea, Poseídon, Thor, Amón y Zeus, discutían en un rincón alejado, probablemente ajustando algún último detalle sobre lo que estábamos por emprender. Me sorprendí a mi misma buscando una cierta alta figura de cabellos oscuros por la habitación, un maldito instinto que había desarrollado las pasadas semanas, y por el cual me pateé internamente, pasando a acomodar y revisar mi equipamiento y las armas que me había echado arriba, en un pobre intento de distraer el desastre que era mi mente.

- Todavía no bajó - escuché como decía Harael, su voz tierna, sus manos apareciendo donde yo luchaba furiosamente para ajustar las protecciones de mis ante brazos - no vas a dejar de pensar en él de un día al otro, cariño, pero necesitas tener la mente fría y concentrada para lo que vamos a hacer.

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora