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     Una parte en mi interior estaba sorprendida de como parecía siempre poder dar todo de mi, parecía que cada día podía desarrollar una nueva habilidad, volverme más fuerte, más decidida, más poderosa; pero ese pensamiento palidecía completamente cuando me daba cuenta que casi junto con ese crecimiento, parecía aumentar el peligro y daño hacia las personas que me rodeaban. 

     Estaba hecha una furia, mitológica y verdadera, la ira me llenaba como el peor de los incendios, quería sangre, y la quería del arcángel, por más imposible y descabellado que fuera. Me paré de los brazos del moreno sin ni siquiera dirigirle una segunda mirada a nadie, mis ojos estaban clavados en los de Rafael y estaba bastante segura de que brillaban de la misma forma que los suyos, aunque su rostro seguía mirándome igual de impasible. 

     - No se que clase de juego crees que estamos jugando en este lugar, pero no existe ningún poder en todo el universo que te permita decidir jugar de esta forma con las vidas que te rodean - dije, las palabras sintiéndose como veneno en mis labios - Ni ahora ni nunca mientras yo este con vida.

      Pude ver con satisfacción como algo en el ambiente cambiaba, era como si el balance se hubiera alterado, de la forma más sutil pero perceptible, y aunque nada en el rostro del arcángel había cambiado, una parte de mi podía percibir que lo inquietaba. 

     - La vida del joven nunca estuvo en peligro real - contestó con frialdad, pero midiendo sus palabras - querías experimentar el alcance de tus poderes, los mismos solo se verán presionados a sus límites cuando sientas que la situación lo requiere. Fue el estímulo necesario.

     - Tú mismo dijiste que nunca habías visto una conexión como la que Prometeo y yo compartimos, es imposible dónde se encuentran nuestros límites o fallos - gruñí, cerrando el espacio que nos separaba - la única razón por la cuál siquiera estamos en esta situación es debido a todos los ataques que están ocurriendo, a las vidas que se encuentran en peligro. Poner a alguien más en una línea de fuego, de una forma tan desinteresada no es una opción. Me temo que aquí es donde trazo mi línea de colaboración. 

     - Cath... - Pude sentir la voz de Prometeo alzarse a mi espalda, pero sin llegar a completar lo que iba a decir.

     Golpes en la puerta lograron llamar la atención de todos y darme un momento para poner mis emociones bajo control, dando permiso para quien quiera que fuese pasara minetras me daba vuelta y estiraba una mano al lobo, quien ya comenzaba a recuperar un poco el color en su piel, con la sangre aún terriblemente fresca en su ropa.

     Por la puerta asomó la melena oscura de Andrés, en ese exacto momento lo sentí, como un tirón, un baldazo de agua fría recorriendo mi espalda, un quiebre en el aire, algo en mi piel, todo a la vez. No podía hacer mucho más de una hora que había dejado a mis hermanos, pero aún así derepente se sintió como si fueran siglos, y las marcas en el rostro de mi hermano decían lo mismo.

     - Cathy, es mejor que bajemos a la enfermería - dijo cudiadosamente, pero todos reconocíamos que había detras de sus palabras.

      Sabiendo que no había nada más que hacer con el arcangel en ese momento salí a paso rápido de la sala, algo no andaba bien y necesitaba llegar a mis hermanos, los chicos a mi espalda siguiéndome de cerca. Incapaz de esperar siquiera el ascensor me precipité por las escaleras, saltando de dos en dos cada paso y contando mentalmente. 

     Nuestras pisadas hacían eco en los pasillos desiertos, teniendo en cuenta que el funeral general ya estaba comenzando, la mayoría de las personas se concentraban afuera, y aquellos que no estaban yendo a llorar a sus muertos se encontraban concentrados en el ala de enfermería. La angustia creciendo en mi interior al dar vuelta en el pasillo, irrumpiendo en el silencio atronador y haciendo que las pocas miradas se concentrasen en nosotros, pero no me permití ni un segundo para mirarlos de vuelta, aunque sabía que la verdad ya estaba escrita en sus rostros. Tres, cuatro, cinco... automaticamente di vuelta en el pasillo, pero ya no hacía falta contar las puertas, la figura de Ares sentado en los sillones era como un faro, lágrimas corriendo por su rostro, ojos rojos dejaban vislumbrar su alma destrozada.

      Su mirada nos encontró a todos sin dudarlo, y en ese momento no podía admirar más la fortaleza de mi padre a la vez de su vulnerabilidad. Sin siquiera ser consciente de ello había caminado casi hasta donde se encontraba, pero Ares había movido su enorme cuerpo, atravesandose levemente frente a la puerta entornada. 

     - ¿Estás segura de que querés entrar? - dijo, el dolor quebrando su voz. 

    No pude pronunciar la respuesta, pero tampoco hizo falta, me tomó entre sus brazos dándome un fuerte abrazo y un beso en mi frente, tan rápido que casi dude que hubiera sucedido, pero nada iba a impedirme entrar en ese cuarto. 

     Las luces estaban bajas, casi como si no se atrevieran a interferir. El metálico sonido de los diferentes aparatos ahora brillaba por su ausencia, y no volvería a ser escuchado. A un lado de la cama se encontraba Enzo, sentado en la misma silla donde había venido a relevarme en la madrugada, como si hubiera quedado congelado, salvo sus hombros, sacudiéndose de manera desgarradora, sus manos en su cabeza, tirando su cabello. Diego parado detrás de él, quieto como una estatua, pero su mano reposando en el hombro de su hermano, un ancla invaluable sin intercambiar palabras. 

     Mis pies avanzaron solos, llevándome al otro lado de la cama, todo pareciendo más lento ahora. Eric se encontraba acostado, en la cama, su cuerpo arropado por sábanas tan blancas como antes lo había sido su piel, ahora poblada de cortes y marcas, el cabello pelirrojo parecía más apagado, pero aún contrastando con la almohada. Me pregunte si alguien habría cerrado sus ojos, o si aquella mirada que habíamos compartido en el complejo era la última que habían dado. Tome su mano entre las mías, que siempre me había parecido tan grande, y con cuidado la sostuve, su piel lentamente perdiendo la calidez, las uñas tomando un tono azul; alguien ya había quitado la vía, pero aún así la acaricié con cuidado. 

     - Te amo Eric - escaparon las palabras de mis labios - lo siento tanto. 

     Fue como una sobrecarga sensorial, el frío de su piel en la mía, la carrera, el cuchillo palpitando en mi bolsillo, los sollozos de mis hermanos. Y me quebré. Las lágrimas habían esperado hasta ese momento para hacer su aparición ahora salían a borbotones, tantas que se derramaban por mi rostro y caían sobre la mano de Eric, como si ellas también quisieran estar con él. 

     - Lo siento, lo siento, lo siento - me encontré susurrando una y otra vez.

     Pero sabía que no podía oirme. Él ya nunca podía oírme, estaba muerto. 


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Bueno mis queridos lectores, siento la tardanza, pero como se podrán imaginar no fue un capítulo fácil de escribir. 

Quiero aclarar antes que nada, que todo lo relatado aquí es puramente ficción y no experiencias personales, pero ello no lo hace menos doloroso. Lo cierto es que me costó mucho decidir sobre que iba a pasar con Eric, y aunque ahora puede que no tenga sentido, esto era lo correcto para el porvenir de la historia. 

Aunque suene malvado espero que hayan soltado alguna lágrima conmigo al leerlo. Yo si que las solté escribiendo. 

Gracias por seguir aquí.


Con todo mi cariño, espero leernos pronto, Pandora



En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora