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No pude evitar suspirar nerviosa mientras me pasaba repetidamente las palmas de las manos por el vaquero, era un hábito que tenía cuando estaba ansiosa. Andrés a mi lado me miraba entre divertido y preocupado, pero sin decir ni una palabra, sólo dándome mi tiempo para juntar coraje y avanzar. Me había traído en uno de nuestros autos hasta cerca de la manada de Ian, estábamos a unos 300 metros de la entrada porque ese era el radio en que los hombres lobos aún no podían sentirte,y yo no quería hacer una entrada que llamase la atención.

Cuando me había despertado esa mañana, toda contracturada en el sillón y había visto que Enzo ya era capaz de levantarse e caminar un poco,por más que estaba cubierto en moratones, lo dejé solo. Y tras un rápido baño no había podido evitar ir en busca de mi lobo, asegurarme que él también estuviera bien; pero ahora no conseguía arrancarme del asiento del auto.

Finalmente con un suspiro abrí la puerta y apoyé los pies firmes en el camino de tierra, recibiendo el fresco aire de la mañana, la llegada del invierno era cada vez más inminente. Obligando a mis pies a arrancar emprendi el camino hacia los protones, escuchando cómo a mis espaldas Andrés arrancaba y me dejaba allí, sin otra posibilidad más que avanzar. Estaba casi segura de que era distancia suficiente para que Ian notase mi presencia y viniera a mi encuentro; había estado bien al final de la pelea, o eso parecía, pero necesitaba tenerlo entre mis brazos. Mi lobo, me daba miedo todo lo que esa simple idea movía en mi interior, llenandome de cosquillas.

Inmersa en mis locuras no vi la figura que me esperaba al final de la subida hasta que estaba a sólo unos pocos metros de distancia. Era una chica, de alrededor de unos 15 años, tenía una preciosa piel tostada y el cabello color miel hasta la cintura sólo lo resaltaba; sobra decir que era hermosa, más que hermosa, pero así eran todas las personas que había conocido allí. Cuando estuve frente a ella pude ver sus ojos verdes como los árboles que nos rodeaban, y me miraban alegres y curiosos.

- ¿Eres Cathy? - Me preguntó aunque sonaba casi como una afirmación.

- Si, y tu eres...

- Oh, lo siento, que tonta- me dijo riendo y extendiendome su mano- mi nombre es Natascha, soy la hermana menor de Ian.

Le devolví la sonrisa aceptando su mano, sabía que esos ojos verdes tenían que ser de familia.

- Mi hermano me ha hablado bastante de ti, lo tenes más que embobado, y cuando sentí su olor fuera de la manada supuse que tenías que ser tu.- se explicó ella a la vez q volvía a emprende el camino con paso ágil.

- Siento no haberte reconocido- le dije verdaderamente apenada- Ian me ha contado sobre ustedes, pero nunca fotos ni nada, y no tengo su olfato.

- Tranquila, no esperaba que lo hicieras igual.

- ¿Tu hermano está bien? Esperaba que fuera él quien viniese a buscarme.

- Está en el gimnasio, allí apesta a sudor así que por eso probablemente no se dió cuenta de que estas aquí. Pero si quieres puedo llevarte hasta él, me gustaría hablar un rato.

- Claro, si no te molesta.

- Para nada, quiero conocer a la chica que consiguió llegar al corazón de ese tonto.

Y juntas continuamos nuestro camino. Natascha era una chica verdaderamente amable y vivaz, con su parloteo incesante y millones de preguntas consiguió que me relajase bastante. Si ella estaba así de despreocupada por lo menos podía estar segura de que Ian estaba bien. A medida que nos adentrabamos en la manada podía sentir como varios pares de ojos se posaban en mi, y no todos ellos eran amables. Una nueva preocupación se hizo presente en mi cabeza, después de todo Ian nunca me había invitado a su manada en estos meses, y por más que antes no lo había visto como algo malo ahora tenía mis dudas; aunque la loba a mi lado parecía relajada podía notar pequeños cambios en la forma que se movía, ahora mucho más consciente de su alrededor.

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora