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     El vuelo de vuelta a casa fue peor que el mismísimo infierno. Había pasado gran parte de la mañana deambulando por las callejuelas de Venecia, sumida en lágrimas. No podía creerlo, simplemente no podía, sentía literalmente como si el corazón se me estuviera rompiendo en mil pedazos, como el vidrio al quebrarse, cada pequeña esquirla cortando todo a su paso, cada fibra de mi ser revelándose ante las palabras que Prometeo con tanta naturaleza me había escupido en la cara. De la forma tan masoquista en que solo yo sabía hacer no pude evitar repasar cada minuto y momento de este viaje, las miradas, las palabras, había salvado su vida y el me había dicho muchas cosas, podía verdaderamente ser solo una aventura fuera de casa, no lo sabía. Me sentía tonta, tan tonta por estar llorando por las calles de una de las ciudades más hermosas del mundo, mientras que él seguramente estaba juntando sus cosas para la vuelta, sin pensar en nada más; todo lo que había sentido de su parte al estar juntos, cada caricia que habíamos compartido anoche, para mi habían estado cargadas de tanto significado, porque yo le había desnudado mucho más que solo mi cuerpo, le había abierto mi alma entre esas sábanas, pero al parecer para él no habíamos sido más que carne. 

      En mi incesante correteo termine por llegar nuevamente al ponte Rialto, sientiéndome extraña pero protegida en el incesante bullicio de los comerciantes y turistas, gritos conversaciones y risas, gente comprando regalos y sacando fotografías por doquier; suspirando me apoyé sobre la baranda, de cara al canal, como lo había hecho apenas el día anterior, pero ahora secando las lagrimas que habían empapado mis mejillas. Dolía, dolía como mil demonios, y dolía sobre todo porque no conseguía entenderlo, pero estaba cansada de que todo me doliera, porque aunque los últimos meses de mi vida probablemente habían sido algunos de los más felices en mi vida, pero también eran por lejos en los que más duramente me habían roto el corazón, y estaba cansada de tener que intentar volver a pegar los pedazos. Yo le había permitido a Prometeo meterse bajo mi piel, más de lo que ya antes había estado por nuestra conexión, yo me había arriesgado a tener una relación con Ian por más que sabía que no era su alma gemela, y que ella si estaba allí afuera, yo me había permitido enamorarme un poco de Bastian la primera vez que le había visto; yo había llegado demasiado tarde a casa el día del asesinato de mi abuela, y ahora lo único que tenía era el recuerdo de la vida escapándose de sus ojos, de su mano perdiendo fuerza en la mía, y estaba cansada del dolor. 

     Mirando el incesante movimiento pensé que cada una de las personas que allí se encontraba habían hecho una decisión consciente, y probablemente cargada de mucha responsabilidad y preparaciones, de estar en ese mismo momento allí, tanto turistas como locales, todos habían elegido esto sobre otra millonada de cosas, cada uno en poder de su propia vida y su situación, y eso mismo era lo que tenía que hacer yo. Mi vida y mis acciones, aunque nos encontrásemos en el borde de una guerra, eran entera e irremediablemente mías, y tal como lo había sido enfrentarme con la quimera y la sirena y tomar la espada ayer, hoy era un nuevo día cargado con sus opciones y decisiones; no podía simplemente decidir curar mi corazón o deshacer lo que había pasado con el moreno, pero si podía elegir y controlar lo que hacía mientras mi corazón se sanaba, y como me relacionaba con él a partir de ahora. No necesitaba un corazón entero para seguir adelante por los que amaba, pero si necesitaba mantener a raya al causante de este dolor, porque si algo definitivamente había cambiado ahora, era que no sabía como lidiar con Prometeo, pero de ninguna forma iba a permitir que se volviera una prioridad en mi vida, no con todo lo que estaba en juego en este momento.

      Suspirando con fuerza me asegure de que no quedara ningún rastro de lágrimas en mi rostro, y haciendo acopio de toda la fuerza que pude intente deshacer el intrincado camino que había hecho hasta aquí, haciendo una nota mental de que aunque me aclaraba increíblemente la cabeza tenía que dejar de salir corriendo cada vez que me enfrentaba a algo doloroso, un día iba a terminar teniendo un accidente. Había salido sin mi abrigo y ahora el viento veneciano me tenía calada absolutamente hasta los huesos, y aunque estaba maldiciéndome completamente, todo el frío se me fue al ver la escena que me esperaba en el pequeño patio del hotel. 

En el amor y la guerra, todo se valeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora