70

19K 1.3K 78
                                    


70

Moraima Simone salió del auto luego de que su chofer abriera la puerta, a lo lejos podía escuchar a su esposo llamar a los perros por sus ridículos nombres. Sonrió y dejando su bolso en una esquina de la entrada de la casa, camino decidida contarle las nuevas.

Tenía mucho tiempo que no coincidía con alguien tan refrescante como Pía, y que sintiera que podía confiar en ella, ya vería si podía confiar ciegamente, pero de que le inspiraba confianza, le inspiraba.

Hacía mucho tiempo que no tenía una buena amiga y esperaba que la joven viera en ella una íntima, interesada simplemente en una amistad pura y sin maldad.

–Ed... Ed...– Corrió un poco y los perros fueron hacia ella.

Su esposo diez años menor la miró con una sonrisa y su cabello entre castaño y canoso, revoloteando por el viento, parecía una visión celestial.

–Dulce corazón– dijo abriendo los brazos para abrazar y besar a su esposa.

–La he encontrado– dijo ella mirando a su esposo. Su esposo levanto una ceja y sonrió abiertamente.

&

Daniel corría por los pasillos de su empresa, sin la chaqueta, y las mangas de su camisa blanca por los codos, su cabello estaba despeinado y tenía los pantalones un poco sucios.

Escuchó en sonidito que su hijo hacia cuando no sabía qué camino tomar, el sonrió mientras con la ayuda del sol veía la sombrita que creaba la luz detrás de su cuerpecito y se proyectaba en el suelo.

El niño por fin corrió en la dirección en la que estaba y cuando el pasó de largo corrió hasta él y lo tomó en volantas.

– ¡Te encontré! – gritó el niño riendo alegremente mientras Daniel lo abrazaba y besaba.

– ¡Yo te encontré!

Todos los que trabajan en su planta miraban sonrientes la escena que solo podían ver cuando ellos corrían por los pasillos en donde laboraban.

Tenía ya dos horas y media con su hijo en su oficina, dibujaron juntos, vieron en la pantalla, donde solo veía noticias, dibujos animados por poco tiempo, durmió por algunos minutos su siesta y luego jugaron a las escondidillas.

En ese momento volvían a su oficina, Gea apareció en su campo de visión y se tensó en demasía.

Esa víbora.

–Oh, hola, pero que niño mas...

–Aléjate– ladró cargando a su hijo para que no viera de frente a la chica, pero su hijo no era mal educado y girando su cabecita y sonriendo dijo.

–Hola– tenía una sonrisita en su hermoso rostro, tan angelical, y tan fresca, que aunque no quería ablandarse, le sonrió, no a ella.

–Hola– expresó Gea, y cuando extendió la mano para tocar a su hijo, el abrió los ojos y le miró de una forma tan dura y tan endiablada que fue como un golpe y ella retrocedió lentamente, como si se tambaleara.

– ¡Clara! – Llamó lentamente y con voz modulada– Cariño, – le dijo a su hijo– Iras con la tía Clara a buscar un dulce– y el niño asintió.

Clara le tomó de la manita y el niño sonriente fue corriendo con ella hasta el ascensor. Gea se dio la vuelta.

–Alto– le ordenó.

Cliché y puntoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora