Kayt permaneció inmóvil por un tiempo. Haber escuchado a Soka pronunciar su nombre fue fascinante. Habiendo hablado por vez primera la silenciosa tulpa, el misterio estaba servido.
—¿No puedes decirme algo más? —le preguntó Kayt, ansioso por oír de nuevo su aguda voz.
Sin ni siquiera mover la cabeza para marcar una respuesta en base al movimiento, Soka se dio la vuelta y volvió a sentarse en la silla con gran sosiego. Parecía un espectro, como si no perteneciera a su mundo.
—Tal vez haya sido todo cosa de mi imaginación —se dijo a sí mismo Kayt, llevándose a la cabeza la mano. Estaba agotado, y todo podía ser producto del subconsciente.
Miró a Soka por última vez. Ella permanecía irradiando energía a través de sus ojos como faros, cuyo esplendor parecía no tener fin.
Después de tantos acontecimientos concentrados en solo un día, el chico pudo al fin descansar. Logró olvidarse de sus muchos problemas, aunque sabía que volverían a florecer al día siguiente. Al menos habría alivio, aunque fuera perecedero.
Aquella noche, presenció en sueños algo turbador. Una extraña cabeza flotaba sobre un yermo, ancha y sonriente. Abrió la boca y, de forma tan inesperada como con Soka, habló:
—Temes, pues aún te queda mucho por descubrir. No has de preocuparte, joven: es así como ha de transcurrir el río de la vida.
Tras eso, se desvaneció.—¡Gente, se acabó la vida de penurias! —Daves llegó a ponerse en pie sobre el sillón, el firme Terror justo debajo—. ¡Coged todo lo que tengáis, que nos piramos de aquí! ¡Lucharemos, y no podéis decir que no!
Las palabras del latinko le habían llegado bien hondo. Su cambio de mentalidad era algo muy positivo para todos sus subordinados, hartos con razón de tan cruda situación.
Sus hombres de sempiterna fidelidad le hicieron caso, y así pues se dispusieron a recoger todos sus bienes materiales. Fue un acto rápido, pues no contaban con gran cosa. La carestía había estado siempre presente.
El enorme grupo comandado por Daves y Cortijo dejó al fin el reino de mugre para jamás retornar. Muchos afirmaron que pocas veces se había tomado una decisión tan acertada. Comenzaron por tanto con la búsqueda de algún lugar mejor que los acogiese. Solo necesitaban un sitio signo donde pudiesen recostar sus cansadas cabezas sin que una repugnancia correosa las impregnara.
Daves lanzó una última mirada a la desembocadura del callejón donde tanto tiempo había vivido. A pesar del sufrimiento padecido y las hambrunas, sus pequeños ojos ocultos tras las gafas de sol se llenaron de tristeza lacrimosa. Demasiados recuerdos, ya fueran decentes o detestables.
—Me duele dejar este sitio. Llevo años sentado en ese sillón hecho trizas —pronunció, repleto de pesadumbre—. He educado a buenos chicos aquí.
Una vez más, Cortijo sacó a relucir su sabiduría forjada durante los años de Menta.
—A veces no queda más remedio que hacer cambios si se quiere llegar a algo más. Eso es lo que haremos, y sé que saldrá bien —declaró el optimista Cortijo—. Anclarte en el pasado es el mayor error que puedes cometer, amigo. No lleva a nada bueno.
Como siempre, la vieja Daila no tenía otra cosa que hacer sino poner pegas. Seguía pensando si merecía la pena seguir a Cortijo en lugar de arriesgarse a retomar su vida repleta de lujos.
—Vamos a ver, ¿hacia dónde se supone que nos dirigimos? —preguntó. Seguía sin conocer las auténticas ambiciones de aquellos a quienes aún no se atrevía a llamar compañeros—. La organización de este éxodo es terrible. No hay más que mirar hacia atrás y ver el desconcierto.
—No vamos a ningún lugar en concreto, simplemente saldremos de Rata Blanca y buscaremos algún destino que nos favorezca —respondió Cortijo, las ideas claras en su cabeza. Parecía un hombre nuevo—. Construiremos nuestra propia senda, como ha de ser.
La disgustada Daila dejó caer muertos los brazos.
—Lo digo ahora y lo diré mil veces, pero en menuda me he metido...
—¡No seas así, tía! —balbuceó Daves mientras esbozaba una sonrisa falta de ciertos dientes—. Tú también estás jodidamente jodida, y es gracias a nosotros que saldrás pronto de este infierno. En lugar de agradecérnoslo, te lamentas. No es así como se hace.
Daila suspiró prolongadamente. Todo aquello por haber perdido un simple dispositivo informático, todo por un mal día. Lo consideraba, sin lugar a dudas, el mayor error de su vida.
—Era una mujer en buena situación —dijo, su voz resentida—. Tengo una casa en Silvera que da gusto verla, además de algunas pertenencias que dudo que nadie de este pueblo pueda adquirir ni aunque ahorrara toda la vida. Lo tenía todo. Me dan ganas de llorar cada vez que recuerdo lo imposible que me es volver a Terra Incognita estando Bástidas y sus subalternos rondando por allí.
Daves alzó las peludas cejas.
—¿En serio? ¿Estás forrada? —el macarra carcajeó entre dientes—. Quién visitara Silvera, rayos. Si alguna vez nos quitamos problemas de encima y llegamos hasta ese sitio me tendrás que dar un poquitín por haberte ayudado. Acuérdate de mis palabras, tía. Yo no suelo olvidar cuando me conviene.
Aquel comentario llevó a Daila a mantenerse definitivamente callada por el resto del camino. Consideraba que no merecía la pena hablar con aquel indigente de barba enmarañada. No era una persona digna, se decía.
Al mismo tiempo, Cortijo andaba fijándose en Terror, el perro de Daves, tan semejante a un lobo salvaje. Apenas tenía diferencias con uno de ellos, quizá tan solo en el tamaño. Daves acabó por advertir su persistente observación.
—Adelante, tócalo, si es que eso es lo que quieres —dijo—. Sabe reconocer a las buenas personas, por lo que no te hará nada. En cambio, si nota algo de maldad en ti, te desgarrará hasta que te ahogues en tu propia sangre. Es una maldita máquina de matar. Puedo asegurarte que se ha cargado a malos hombres.
—Por la Fuenteterna —Cortijo quedó anonadado—. Eso no suena muy convincente...
Aun así, Cortijo, que en absoluto se consideraba un mal hombre, extendió el brazo hacia el intimidante animal para ir acercando la mano poco a poco.
Al tocar su piel el enmarañado pelaje, Terror hizo unos ruiditos de comodidad. Demostró así que Cortijo le había caído bien. Se había ganado la confianza del animal, y sabía que eso le sería de utilidad en el futuro. Al menos no acabaría devorándolo.
—¿Ves? Es como el sector público de este Gobierno —Daves colocó la manaza sobre la cabeza del lobo—. No hace nada.
Cortijo soltó una risotada. Le pareció un chascarrillo bastante ingenioso. Con las confianzas acrecentadas, prosiguió con las caricias al animal. Cada vez le agradaba más. Incluso un can de aspecto lobuno podía ser tan manso como cualquier raza faldera.
Al cabo de un rato, el amplio grupo salido de las entrañas de la inmundicia llegó hasta los límites de Rata Blanca. Una antigua muralla de piedra agrietaba separaba aquel infierno mugriento del mundo exterior. No había forma de escalarla, pues alcanzaba unos tres metros de altura. Recubierta de hojas de hiedra faltas de agua y algo de espino, era inexpugnable para los corrientes.
A un lado de una verja de salida se encontraba un guardia armado con un fusil, vestido con los colores azules del Cuerpo de Vigilancia Concentrada. No era usual ver una agrupación tan grande de personas ante los muros de contención, por lo que se preocupó.
—¿Queréis salir de Rata Blanca? —les preguntó con tono acusador—. Para ello necesitáis una autorización del Ayuntamiento, ¿la tenéis acaso?
Entonces, Daves se acercó a él y le mantuvo la mirada. El guardia esperaba una respuesta. En cambio, recibió una puño sobre la sien. Cayó al suelo desmayado no por el golpe, sino por las ondas.
—Ahí tienes tu autorización, cateto.
Acto seguido, le escupió a la cara. La saliva corrió por sus pómulos.
Daila fue la primera en adelantarse. Estaba ansiosa por escapar de aquel purgatorio en el que había caído.
—Venga, vayámonos de una vez de este lugar de mala muerte —Daila tenía la nariz tapada con dos dedos para evitar oler los apestosos gases que despedían las rejillas cercanas—. Yo primera.
Finalmente, lograron salir exitosamente del pueblo. Escapar supuso un alivio para muchos, aunque también una lástima. Dejaban atrás toda una vida. Una vida austera y miserable, pero una vida al fin y al cabo. Fue un momento duro que nada pudo mitigar.
No se libraron del hedor, pues acabaron en una ciénaga maloliente. Se trataba de una zona acuosa atestada de plantas acuáticas como nenúfares y algunos musgos pringosos. Los árboles se alzaban altísimos, y sus raíces estaban enterradas en la verdosa laguna que lo abarcaba todo. Servía de consuelo pensar que el olor que emitía la mezcla de agua putrefacta y vegetación moribunda no era tan insufrible como el del inmundo vertedero del que acababan de escapar. Si querían salir de allí sanos y salvos, debían tratar de respirar lo esencial. Probablemente existiera toxicidad en los gases.
—Con cuidado, gente —anunció Daves. Cuidar de todos y cada uno de sus hombres era su prioridad—. Evitad los resbalos con las piedras. La superficie es traicionera.
Tenidas en cuenta las precauciones que debían ser tomadas, se dio comienzo al recorrido. Solo un camino rocoso que atravesaba la ciénaga los libraría del agua. El único inconveniente era que, al pasar con suelas de goma, uno podía resbalarse con las piedras y caer. Debían avanzar con suma cautela.
Para su suerte, Daves, Cortijo y Daila consiguieron atravesar el camino sin que una mísera gota de aquella agua pútrida los rozase. No todos tuvieron la misma buena fortuna, ya que algunos cayeron a la laguna a causa de la impaciencia y tuvieron que salir a nado. Los hombres empapados escaparon de las aguas vistiendo jirones de algas podridas e insectos de agua. Pero, a pesar de las dificultades, todos consiguieron acabar el recorrido y poner pie en yermos de mayor seguridad.
Antes de proseguir, Daves tuvo que detenerse a arrancar sanguijuelas adheridas al cuerpo de aquellos que habían caído a las aguas, y Terror se ocupó de rematarlas con sus mandíbulas. Estallaban en pequeñas masas sanguinolentas al ser presionadas por sus colmillos.
Volver a tierras secas fue un alivio. El sol les abrasaría el rostro, pero era algo que podían soportar. Estaban habituados al calor de las calles como hornos de Rata Blanca. El precio de la libertad era alto, pero estaban dispuestos a pagar lo que fuera.
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La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AventuraUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...