Acto CXXXVIII: Colosal

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Noche sin luna, magia latente. Una oportunidad única para reflexionar en la oscuridad, o así al menos lo veía Kayt.
Pero amaneció. Nunca dejaba de hacerlo.
La belleza del bosque duttiano, día y noche sumido en esplendor, tenía cautivados a los viajeros. Era tal la espesura de la vegetación que Koda se detenía con mayor frecuencia a comer, o directamente lo hacía mientras caminaba, arrancando hojas por el camino con la trompa. Cuando encontraba algún árbol frutal invernal, extraños de hallar, no proseguía con su recorrido hasta llevarse a la boca todas las frutas maduras, que no solían ser demasiadas.
—Mírala —pronunció sonriendo D'Erso, apreciando los felices andares del animal—. Está en su salsa.
—Ama esto —razonó Kayt—. Incluso más que el bosque nevado, diría yo. Parece un lugar más plácido para su especie.
—Desde luego —dijo D'Erso—. Supongo que nació en el lugar equivocado, en el tiempo equivocado.
—Pero cerca de los humanos adecuados.
Kayt sonreía cada vez que los rayos de sol atrevasaban el ramaje y le recitaban amorosos poemas al oído. Era ua sensación deleitosa, un instante mágico.
Extraño resultaba encontrar sol directo en la región de Cincirius, especialmente en el área más septentrional. El gran astro solía ocultarse, dando pie a un mundo de tinieblas donde los bosques no podían ser más umbríos, toda luz erradicada. Aun así, siempre había algún tipo de iluminación especial en zonas pobladas. Era abundante, lo suficiente como para simular un día nublado, y se aplicaba especialmente en invierno.
Pero allí, en los espesos bosques de Duttos, a excepción de aquellos rayos temporales, no había más que una oscuridad perpetua. Tal vez por eso nadie hubiese visto a las bestias de las que tantas leyendas hablaban.
Y aquellos que las hallaban no serían capaces de expresar lo que habían visto, eso si lograban salir vivos de la senda de la perdición.
Kayt sintió un escalofrío al pensar de nuevo en aquella bestia. Tuvo que ser algo terrorífico para que aquel joven lo describiera tan pobremente a su padre. Kayt le había hablado a D'Erso sobre la bestia descrita por el tendero, aunque ella, convencida de que no era más que una leyenda popular, se mantuvo escéptica.
No obstante, Kayt estaba seguro de que ahí fuera, entre la penumbra y la sucia nieve, existía algo sobrenatural, una amenaza sin igual.
—¿Qué aspecto crees que tiene la bestia? —le preguntó Kayt por mera curiosidad.
Aun así, D'Erso enarcó una ceja.
—Das demasiadas vueltas a algo que te ha contado un hombre al que ni conoces —dijo la chica sobriamente—. No creas en las supersticiones de unos aldeanos.
Pero Kayt entornó los ojos.
—Lo sé, no soy tan ingenuo. Lo que digo es que, si de verdad existiese, ¿cómo sería?
—Mm —D'Erso agachó la cabeza y se puso a pensar—. Grande. Con muchas patas, tentáculos. Oscuro, con ojos como luceros.
—La típica ambigüedad de las historias —dijo Kayt—. Yo lo imagino como un depredador gigante. No un lobo, ni un oso, ni tampoco un gran felino, sino algo aún mayor. Algo que escapa a nuestro entendimiento, pues las fuerzas del cosmos nos son tenebrosamente ajenas —el Dracorex pronunció lo último con frialdad, pero también con un toque bromista.
—Bobadas. Seguro que es solo algo que le cuentan a los niños para que se duerman rápido.
—Como cuando Uvin me hablaba del dragón de las arenas —Kayt sonrió al recordarlo—. Quería que me estuviera quieto, así que decía que vendría a comerme nuestra casa si no. Lo único que logró fue asustarme hasta tal punto que me volví el doble de activo y nervioso.
Otra tarde más que pasó volando para los viajeros. Koda se detuvo varias veces para comer, llevándose a la boca todas las hojas y frutos maduros que pudo. Era difícil advertir cuándo se desvanecía el día, ya que el ramaje solapaba el cada vez más distante astro.
Cuando finalmente arribó la noche, las estrellas comenzaron a titilar a través de las copas y los grillos iniciaron sus cánticos, otorgándole al bosque una nocturna sensación de misticismo. Todo eso vino sumado al sueño, hacia el que se vieron Kayt y D'Erso precipitados poco a poco.
Antes de caer sumidos en el mundo onírico, Koda se acomodó entre dos árboles para permitirles dormitar una vez más sobre su cuerpo. Era un animal gentil después de todo.
—Buenas noches, Kayt —dicho ella.
—Buenas noches, D'Erso —dijo él.
—Esta noche no pasaremos frío —dijo D'Erso sonriendo—. Es fresca, pero no gélida.
—Más quisiera Yettos tener esta temperatura —indicó Kayt—. Tan solo hay que pedir que la bestia no interrumpa nuestros sueños.
—Solo ahí, en nuestra imaginación, puede ser real —D'Erso se arropó con el abrigo peludo que le servía de sábana—. En fin, espero que tengas dulces sueños.
—No suelo tenerlos —admitió Kayt—. Normalmente Dorann aparece para fastidiarlo todo, eso cuando no sufro terribles pesadillas en las que muero degollado, desollado o algo peor. Pero, si tú lo dices, haré el amago de no ser tan oníricamente pesimista —y se arropó también.
Ninguno tardó en caer dormido.
Aquella noche Kayt tuvo un sueño frígido, encontrándose en mitad del bosque nevado de Bastión Gélido. Además, se encontraba totalmente solo. Ni D'Erso ni Koda con él, soledad predominante. Tan solo como la propia muerte.
Caminó sin descanso entre árboles y arbustos en busca de un lugar donde aislarse del frío, pero no encontró más que desolación plagada de nieve. Luego, cruzando una superficie de hielo resbaladizo, percibió cómo algo se quebraba bajo sus pies. Al descender la mirada, toda la gélida capa se vio a punto de resquebrajarse en cientos de trémulas esquirlas. Kayt trató de correr, pero esa fue precisamente su perdición. Cuando quiso darse cuenta estaba inmerso en las más frías aguas, capaces de matar a cualquier ser vivo de la forma más pérfida.
No tardó en percibir cómo poco a poco su esencia se desvanecía. Ahogado entre pensamientos de rabia y dolor, el rostro paralizado e impotente, apreció entre las aguas a su hermano Dorann. No paraba de reír, y parecía ajeno a la desolación subacuática.
Intentó nadar hacia él, mas no pudo. Su esencia acababa de desvanecerse, y el cuerpo de quien había sido Kayt Dracorex cayó lánguido y sin vida hacia el fondo del lago.
Mientras lo observaba, Dorann no dejaba de reír a carcajadas, permaneciendo impune donde cualquier otro hubiese sido consumido hasta el alma.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora