Acto XIX: Ecos

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Dos días transcurrieron tras la llegada a la base de Explosia, y nadie podía negar que se habían integrado perfectamente. Habían ajustado sus respectivas alcobas a su gusto personal, e incluso habían llegado a conocer como las palmas de sus manos el funcionamiento del centro. Cuando quisieron darse cuenta, se habían convertido una parte fundamental para la comunidad. Para su suerte, las cosas habían cambiado y las guerras por la supervivencia habían cesado. Una honda paz se respiraba en el aire. Sin embargo, no todos se sentían libres de tensión.
—Esos expresidiarios nunca nos habían dado problemas —apoyada sobre la mesa de su sombría sala de control, Luna suspiró—. No sé qué les ha podido entrar en la cabeza.
—Si vuelven, estaremos en problemas. Me temo que conocen nuestra posición —aseguró un angustiado Tyruss.
Luna miró seriamente a Inisthe, quien también se encontraba allí.
—¿Pasa algo? —preguntó el oscuro joven.
—Te necesito, Inisthe.
—¿Para qué, si puede saberse?
—Quiero que salgas a patrullar. Llévate tu pistola. No dudes en disparar si localizas a alguno de esos malhechores —le ordenó Luna.
Inisthe ni se lo pensó.
—De acuerdo —se cruzó de brazos—. Disfrutaré de la soledad y el silencio del bosque.
—Marcha ahora mismo —la chica señaló a la puerta.
—No me gusta demasiado acatar mandatos, pero bueno. Me deberás una, Luna.
Tras apartarse el oscuro flequillo de un manotazo, Inisthe salió a paso ligero de la habitación dejando solos a Luna y a Tyruss. Los dos cruzaron miradas rápidamente. Aquel problema naciente podía crecer caótico si no se tomaban pronto medidas efectivas.
—Volveremos a sufrir —aseguró Tyruss—. Hemos pasado demasiado tiempo en paz, y eso tiene sus repercusiones.
—Esta vez tendremos más cuidado —Luna apretó las manos contra la mesa. Un crujido se expandió por todo el lugar—. Esta vez sí.

Mientras Kayt se encontraba en su cuarto meditando con tranquilidad, el cuaderno de Aia apoyado sobre sus rodillas, unos golpes se escucharon al otro lado de la puerta. Se abstrajo de su mente, volviendo así a la realidad.
—Adelante —pronunció Kayt sin moverse de su posición.
Entonces, alguien abrió la puerta y entró. Era Wills, con el que Kayt había entablado una gran amistad durante aquellos felices días de sosiego y olvido.
—Oh, hola, Wills, ¿quieres algo?
—¿Cómo estás? —el joven agitó la mano a modo de saludo—. Espero que bien. He venido porque me gustaría enseñarte algo que lleva en el bosque desde antes de que nos estableciésemos aquí. Ven, sígueme —sonrió—. Te gustará.
Enseguida, el poseedor aceptó.
—Venga, vamos —Kayt apartó la libreta y se levantó de la cama—. Empezaba a aburrirme.
Así pues, ambos salieron de la reducida estancia. Kayt cerró la puerta con llave para evitar que nadie entrase y se llevara algunas de sus pertenencias, aunque tal cosa era poco probable en la base, donde la criminalidad era nula.
Mientras caminaban por el pasillo hacia la salida, Kayt le preguntó a su colega:
—¿Y qué se supone que quieres enseñarme?
—No te lo puedo decir. Si lo hago no te sorprenderá tanto. Te va a dejar sin palabras, o eso al menos creo yo. Tú sé paciente, nada más.
Kayt se mostraba deseoso de conocerlo.
—Me estás intrigando bastante —dijo—. Espero que merezca la pena.
Instantes después, abandonaron la base y tomaron un sendero hacia el oeste para adentrarse en el profundo bosque. Las primeras ramas molestaban a Wills, cuya altura era mayor que la de Kayt. Tuvo que apartarlas con las manos hasta que se redujeron. Los helechos y las hiedras abundaban en aquella sección del bosque, tan frondosa como magnífica.
Caminaron tan solo durante cinco silenciosos minutos más. Wills se detuvo frente a una fila de gruesos árboles, cuyas ramas estaban conectadas, entrelazadas entre sí como si pertenecieran a un único ejemplar inmenso. La corteza estaba cubierta de plantas trepadoras.
Kayt enarcó una ceja.
—¿Y qué se supone que hay aquí? —preguntó.
Wills colocó un dedo sobre sus labios. Exigía silencio.
—Espera y verás.
El pecoso joven se mantuvo quieto frente al ramaje con paciencia, como si esperase que algo fuese a emerger de allí.
Y, de hecho, fue precisamente eso lo que ocurrió. De pronto, unos ruidos se escucharon entre las hojas, haciéndose cada vez más intensos. Un nervioso Kayt, desconocedor de aquello que pudiera estar rondando, se preparó para atacar en caso de que fuese algo peligroso. El bosque oscuro albergaba horrores, por lo que podía ser cualquier cosa.
Cuando menos lo esperó, una enorme cabeza alargada y plana emergió de entre las hojas. Parecía pertenecer a un ser reptiliano, concretamente a un lagarto enorme, de tres, tal vez cuatro metros de longitud. Poseía un ancho cuerpo de color ceniciento con rayas naranjas, además de una larga cola prensil. Tenía bajo sus párpados ciliados un par de ojos cocodrilianos bien abiertos, grandes como cabezas humanas, venosos y gélidos, y una bestial boca por la que asomaba su rosada lengua de vez en cuando.
Kayt quedó perplejo ante la impresionante visión de tal criatura. Desconocía por completo la existencia de un ser vivo semejante. Se le congeló la sangre en vena.
—Menudo bicho —fue lo único que a Kayt se le ocurrió decir.
Con movimientos veloces para su tamaño, el gigantesco animal acercó hacia el anonadado joven la testa.
—Es un reptil de la especie aurill al que llamo Risend —explicó Wills con toda la tranquilidad del mundo—. No te preocupes, son inofensivos con los humanos. Se trata de una especie de lagarto gigante que habita en bosques de clima suave como este. Son muy mansos e inteligentes, así que tranquilo, que no va a comerte. Se dice que poseen la inteligencia de un niño de diez años. Para que te hagas una idea, un perro posee la de uno de dos años.
De los nervios, el joven no era siquiera capaz de parpadear.
—Entiendo... —Kayt tragó saliva—. En Terria no tenemos de estos.
Al acercar el reptil el morro, Kayt colocó su mano entre ambas fosas nasales. Expulsó aire por ellas, como si le reconfortara el contacto humano.
—Así que eres de Terria, ¿eh? —preguntó Wills—. Hermoso lugar, aunque la fauna y la flora son allí escasas.
—Sí, eso es cierto.
Poco a poco, el chico fue ganando confianza con aquella mansa criatura. El corazón pasó de latir a mil por hora a volver a su estado normal. Incluso pareció relajarse.
—Te ha gustado el aurill por lo que veo —Wills carcajeó—. ¿A quién no?
—Sí, es sin duda impresionante. Esta piel tan suave, esos ojos que parecen juzgarte... —Kayt escuchaba con atención las profundas respiraciones del reptil. Parecía demasiado egregio para ser real, como si se tratase de una deidad—. Es un ejemplar magnífico.
Wills acercó también la mano hacia su morro.
—Risend vive sobre estos árboles en paz, y casi nunca sale de su área. Los aurills son animales territoriales, y pueden llegar a mostrarse hostiles. Sin embargo, este ejemplar es distinto. Siempre que alguien pasa por aquí emerge para saludarlo, aunque no todo el mundo se lleva una buena impresión. Es lógico: a primera vista parexe que te vaya a devorar. Lo que me parece más extraño es que no hemos localizado más de su especie en todo el boque.
Kayt tenía una pesarosa suposición.
—Tal vez los matasen a todos hace tiempo y él es el único que sobrevivió —el solo pensarlo le apenaba—. El ser humano puede ser así de vil.
Wills suspiró, cabizbajo.
—Sí, por desgracia. Si tan solo hubiera una hembra, se podría repoblar.
—¿Y no queda ninguna? —preguntó Kayt.
Wills tuvo que negar con la cabeza.
—Quién sabe si entre todas estas hectáreas de bosque inexplorado se oculta alguna. Ojalá sea así.
Tras un largo rato de parsimonia en compañía de Risend, Kayt se despidió del colosal reptil. Jamás hubiera esperado recibir un gran lametón en el rostro, algo no demasiado agradable para el chico pero que representaba (en teoría) afecto para la esquiva especie aurill.
Sin más dilación, Wills y Kayt abandonaron el área en dirección a la base. Al entrar al edificio, Tyruss los recibió. Parecía ansioso, como si hubiera acabado de darle varias vueltas a la antigua cárcel.
—Hola, chavales. Vosotros que habéis estado fuera, ¿habéis visto a Inisthe? —parecía muy preocupado—. Salió hace unas horas a dar una vuelta y aún no ha vuelto, y me estoy empezando a preocupar.
—No, no le hemos visto —aseguró Wills—. Hemos estado con Risend.
Tyruss maldijo. Sudaba demasiado.
—Esto es grave, diantres. Me temo que voy a tener que salir en su busca. No es normal que lleve tantas horas en el bosque. Ya sabemos como es, pero aun así...
—Tal vez hayan vuelto esos carcelarios fugados —Kayt tenía un mal presentimiento en mente—. Miedo me da.
—Esperemos que no sea así y simplemente se haya perdido. Inisthe es propenso a extraviarse voluntariamente. A veces parece olvidarse de que tiene un hogar aquí —Tyruss se colocó encima una chaqueta de cuero marrón que había llevado hasta el momento en la mano—. Voy a salir ahora mismo, ¿me acompañáis?
—Me parece bien —contestó Kayt, asintiendo.
Wills mostró la misma disposición.
Apresuradamente, el equipo conformado por los tres jóvenes aventureros se adentró en pleno bosque. Iban desarmados, pues les faltó tiempo para prepararse en caso de que lo terrible ocurriese. Contaban únicamente con un localizador, por si las moscas. En ocasiones, Tyruss podía llegar a ser muy despistado.
—¿Y cómo se supone que vamos a encontrarlo entre tantos kilómetros cuadrados de bosque? —Kayt tenía sus muchas dudas.
—No lo sé ni yo, pero vamos a hacer todo lo posible por llevar de vuelta a la base a Inisthe —dijo Tyruss, que no detenía ante nada su avance. Encabezando la expedición, apartaba las ramas con precisión. Ni las zarzas eran rivales para él—. En la base nunca dejamos a nadie de lado. No desde hace mucho tiempo.
—Hacéis bien. En un tablero falto de piezas, todo componente es clave —relució en ese momento en Kayt la sabiduría que Azmor le había inculcado.
Cuando el sudor comenzó a florecer en la piel y los jadeos se volvieron habituales, los tres atisbaron casi al mismo tiempo una mancha de sangre sobre la corteza de un árbol. No poca sangre, de hecho. Preocupado, Wills se acercó al tronco y colocó su mano sobre el tronco. La levantó, y la sangre acabó adherida a la palma. Estaba fresca, por lo que el mal provocado era reciente. Mala señal, obviamente.
—Esta marca tiene poco tiempo. Haciendo estimaciones, puedo suponer que no tiene más de hora y media —Wills frunció el ceño, los nervios a flor de piel—. Me temo que no estamos solos.
Ignorando el miedo que los devoraba por dentro, recorrieron la inmensa sección boscosa en busca de Inisthe con el objetivo de rescatarlo de las manos de quienquiera que lo hubiera golpeado y raptado. Sin importar los peligros, Kayt, Wills y Tyruss saltaron rocas, esquivaron terraplenes, bordearon grietas, escalaron árboles y huyeron de enjambres de avispas iracundas. Acabaron adentrandose en lo más profundo del siniestro bosque, donde los peligros eran tan comunes como el agua en el mar. Incluso lo acre del aire aseguraba la certeza de un mal presagio.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora