Al septentrión de Explosia se alzaba el palacio soular que Felix pensaba adquirir para aumentar los dominios de su heredero. Mas él no era de la clase de hombres que invertía sin saber qué obtendría a cambio. Antes necesitaba verlo con sus propios ojos, y no se olvidaría de Dorann.
Cuando su padre le informó, Dorann asintió y declaró que llevaría a Ventigard y Porthon junto a él. Seguía sin confiar demasiado en este último por una premonición, pero precisamente por eso tenerlo en cuenta como escolta permanente. Si ejercía esa labor, no podría lograr nada en su contra sin ser desubierto. Sin embargo, dejarlo en solitario en Palacio Boureaux podía hacerlo perder los estribos e incluso maquinar un plan.
Cuando Dorann vio por primera vez la antigua estructura soular quedó boquiabierto. El pueblo soular, ya desaparecido en Leurs, era recordado por su fervor y fiereza. Los libros de historia lo definían como una raza distinta a la leurina, originaria del norte de Bistario y caracterizada por sus creencias. Veneraban a un dios ambiguo llamado Soula, creador de todo lo existente y señor del Universo. Los devotos soulars habían llevado sus ideas al extremo en el pasado, sometiendo al pueblo no soular con sus estrictos valores. Llegaron incluso a poner pie en la Leurs central, y causaron estragos de Godoluna a Yrendaron.
Sin embargo, tras una serie de terribles guerras por la toma de una arrasada Bistario, el pueblo soular fue expulsado de las tierras de Leurs y visto obligado a migrar al inmenso continente de Frik'Ah. Allí perduró un gran porcentaje de la población, aunque su número se vio reducido con el tiempo. En el fondo resultaron ser personas hospitalarias y consideradas, pero su rencor por Leurs no se extinguía.
Aparte de las historias, lo único que había quedado de ellos en Leurs eran las maravillosas construcciones que elevaron, desde viviendas a templos. El arte soularino se caracterizaba por su uso de cúpulas adornadas con antenas. Se sostenidas con torres simétricas de elevación geométrica, de una formidable piedra. Empleaban también puertas anchas y ventanales repletos de detalles, así como bóvedas dobles. La cuidada delicadeza a la hora de edificar de los soulars logró que sus construcciones perduraran por las eras, sin sufrir daños considerables. En su magna obra destacaban los palacios que alzaron para sus selectos nobles y sultanes regentes.
Y, de hecho, aquel era uno de esos.
El palacio soular que Felix decidió presentar a Dorann tenía un buen tamaño, perfecta representación del arte soularino. Contaba con diversas bóvedas próximas a las cinco cúpulas, puntiagudas en su eje central, cuatro menores sobre torres en cada esquina, y una mayor en el centro cuya antena adoptada la forma de una veleta representativa de un ave.
Las paredes presentaban tonalidades oscuras: marrón pardo, azul petróleo y un siniestro morado. Era demasiado pedir que la pintura se conservara en un estado decente tras tantos siglos,por lo que no le vendría mal una restauración.
Las puertas tenían un tamaño bajo, anchas aun así, y se apreciaba una abundancia de ventanales para airear los espacios vacíos, preferibles por los soulars a lo barroco y abundante.
El magnífico palacio estaba situado sobre una verdosa pradera. Contaba con varios senderos y unos establos tras él, y todo el terreno en varias hectáreas pertenecía a sus mismos dominios. Las frías costas del mar de Oz no andaban lejos, pero no era posible atisbarlas desde el palacio. Aun así, la visión panorámica de las planicies era sublime.
Les atendió un vendedor esbelto y bien peinado. Venía de una lejana agencia encargada de la compraventa de diversas estructuras de prestigio por todo Leurs. Cuando Dorann lo vio por primera vez, se fijó en la ropa de marca que lucía: ni una de sus prendas carecía de algún destacado logotipo.
—¡Bienvenidos! —exclamó el vendedor, agitando la mano mientras aceleraba hacia ellos por el sendero. Al llegar, le estrechó la mano con amabilidad a un descontento Felix. Su lado más crítico permanecía activo—. Es un placer conocerlo, señor Schwarz. Me han hablado mucho de usted, en serio. Es una suerte para nosotros que esté interesado en el soular. Es fantástico, se lo aseguro —lo señaló—. No va a encontrar uno mejor conservado en todo el continente. Tal vez sí en Bistario, pero no aquí en Leurs, se lo aseguro. Además, el precio es inmejorable.
Felix levantó ambas cejas.
—¿Y cuál es ese precio, si puede saberse?
—Cuatro millones.
Cualquiera que hubiera escuchado semejante cifra habría sufrido un infarto en el acto; para Felix Schwarz, en cambio, era como hacer la compra semanal. Podía permitirse eso y más, sobre todo cuando era invertido en el prestigio y estatus de su querido hijo y heredero.
—Me parece razonable —pronunció mientras se rizaba las puntas de su bigote con los dedos—. Es un magnífico precio teniendo en cuenta su antigüedad y estado de conservación. No todos los días se ve algo así.
—Le llevo la razón, señor —dijo el sujeto con una sonrisa de oreja a oreja.
—Hablaremos del pago luego. Ahora, sería de nuestro agrado que nos mostrara los interiores del palacio —sugirió Felix.
—Pues claro. Por favor, síganme —exigió el vendedor, y entonces miró a Dorann. Le dedicó una sonrisa curiosa, pero el Dracorex no reaccionó.
Entonces, el sujeto extrajo unas llaves de su bolsillo y seleccionó una dorada de gran tamaño, tan larga como un dedo índice. Al introducirla en la cerradura de la puerta, la abrió sin crujidos. Pasó el primero al interior y desde el iluminado interior los instó a acceder.
La sala principal era enorme, los abundantes ventanales iluminándola en su totalidad. La pintura celeste de sus paredes se veía algo desgastada, también las losas del suelo. Estaba totalmente vacía y carecía de decoración, a excepción de una cúpula con dibujos de bosques, probablemente representativos de Explosia, no muy lejanos al palacio.
A Dorann le cogió por sorpresa la amplitud de la sala, así como las corrientes de viento que la atravesaban. Era una brisa agradable y con vago aroma marino.
Elevado su interés, decidió dar una vuelta por el salón para estudiar los detalles. Mientras se desplazaba, el aire elevaba su capa ondulando majestuosamente tras él.
—Ochenta y cinco metros cuadrados de estancia —añadió el vendedor, la mirada interesada sobre Felix.
—Sí señor —dijo Felix—. Con algo de esmero y una serie de muebles de selección puede convertirse en una acogedora sala principal.
Después, el vendedor caminó hasta el centro. Se colocó en el punto exacto del suelo que coincidía con el eje de la cúpula.
—¿Ven esto? — señaló con ambas manos hacia abajo, donde se apreciaban restos de roca polvorienta—. Fue en su día una fuente. Toda construcción soular contaba con agua, y de ella subsistían todos los habitantes. Era un agua totalmente potable, y decían que hasta era sagrada, bendecida por Soula. Además purificaban con ella la casa de malos espíritus, demonios y hasta enfermedades virulentas. Lástima que se haya perdido la pieza —chistó.
Felix arqueó una ceja, extrañado.
—No creo que nos sirviera para nada, de todas formas —respondió con arrogancia Felix, ignorando su valor histórico—. No somos trogloditas retrógrados que beben de una fuente comunitaria.
El atento Schwarz se sobresaltó al apreciar que tan solo le acompañaban Ventigard y Porthon, ambos desarmados al parecer. Ni siquiera se habían percatado de que Dorann había decidido descubrir los interiores del palacio por su propia cuenta. Esto le era también ajeno al vendedor, por lo que tuvo que darle una explicación.
—Me disculpo por mi hijo, pues se nos ha distanciado —inclinó levemente la testa hacia delante, sus cabellos níveos inamovibles—. Tiende a ser así de osado. Prefiere hacer las cosas por la cuenta, sin la aprobación de sus mayores. Le faltan algunos modales esenciales.
—No pasa nada —el vendedor agachó la testa también—. Todos hicimos locuras de jóvenes.
Así pues, mientras este mostraba el palacio a Felix a su pausado ritmo, Dorann seguía su propio camino explorando con entusiasmo su futuro palacio, libre de las estúpidas directrices de un burócrata. Dorann sabía que no se podía confiar en esa clase de personas. O, mejor dicho, no convenía.
Con interés, el Dracorex investigó hasta el punto más recóndito de cada habitación buscando una utilidad para cada espacio.
—¡Mis dominios! ¡Son magníficos, celebérrimos! —se decía.
Tras la sala principal había dos menores, ambas vacías, aunque contaban cada una con una estatua de un querubín en el centro. La luz pasaba por unas vidrieras rojas y azules e iluminaba las detalladas figuras centrales.
Siguiendo con su tarea de investigación Dorann descubrió el cuarto de baño, situado en la torre superior izquierda. Tenía dos pisos: uno con bañera y ducha, y otro con inodoro y bidé. Sobre el del segundo piso se apreciaba la decoración de la cúpula, aparentemente representativa de un océano, y la altura permitía ver desde las ventanas las llanuras exteriores de la bucólica Explosia.
Después se dirigió a la torre próxima, atravesando un largo pero estrecho pasillo pétreo, tenebroso e intimidante. Su lobreguez fascinó a Dorann: era digna de una de las obras de terror gótico que tanto amaba.
En la torre siguiente estaban situados los dormitorios, tres en total. Eran amplios y de paredes color sangre, la luz de las ventanas bendiciéndolas hermosamente pero desvelando las partículas de polvo en suspensión. Necesitaba una buena limpieza.
Después de deshacer con las manos la marca que había dejado al tumbarse sobre la cama, descendió y atravesó más pasillos hasta llegar a la torre inferior derecha. Esta contaba con dos estancias repletas de estanterías, aunque sin un solo libro. Se apreciaban varios bancos y mesas, hasta una mecedora de madera con un cojín bordado. Dorann se sentó y se meció por unos minutos hasta cogerle el gusto. Era relajante, pero acababa cansando.
Durante su descenso, el joven se fijó en que existía otro pasillo que conectaba con la torre superior izquierda, la de servicios. Eso quería decir que todas las torres estaban comunicadas entre sí, aunque solo las dos primeras tenían acceso al núcleo. Era una estructura extraña, de compleja organización, laberíntica incluso. El detalle fascinó a Dorann, aunque seguía sintiendo que faltaba algo más, como un gran vacío.
Cuando volvió al origen, encontró a su padre y sus guardias atendiendo con atención a las explicaciones del vendedor en un pequeño aseo lateral a una sala de querubines. Había ido tan acelerado que ni había reparado en tan pequeña estancia.
—Esta sala estaba dedicada a la oración a Soula. Se cerraba con llave y los soulars confesaban todo reconcomio a su dios. Como era evidente nunca recibían respuesta, pero se sentían mejor así —oyó decir al vendedor—. Ahora es un cuarto de baño. Qué irónico, ¿no? Hay otro con bañera en la torre de la izquierda, hacia arriba.
Cuando Felix vio pasar por el umbral a Dorann, le llamó la atención con un ademán.
—¿Dónde se supone que andabas, hijo? —preguntó dibujando una mueca furiosa.
—Estaba visitando el palacio por mi cuenta —admitió—. Me es más entretenido a mi ritmo.
—Ven con nosotros y escucha —le instó su padre—. Nos está explicando la historia del palacio y los soulars que en él habitaron. Es fascinante.
El señor Schwarz mostraba sumo interés cuando el vendedor narraba. Ventigard prestaba tanta atención como era posible, mas Porthon ni se molestaba en disimular su distracción. Simplemente miraba hacia otro lado con los párpados caídos, como si fuera a dormirse en pie.
De todas formas, Dorann hizo caso omiso a su padre volvió a dirigirse a los pasillos. Felix lo juzgó con un severo ademán, pero lo dejó ir.
Durante su palaciego periplo, el joven se llevó una grata sorpresa al descubrir algo nuevo. Se trataba de un pasillo delgado y recóndito que había pasado completamente desapercibido ante sus ojos; y no era de extrañar, ya que parecía camuflado entre paredes de piedra.
Ansioso, Dorann lo atravesó hasta dar con un grueso y ancho portón que conectaba con la parte trasera. Era algo así como una vieja vía de huida, supuso.
Pero, a su lado, otro largo pero empinado pasaje se extendía con inacabables escaleras hacia abajo. Su interés por explorarlo no podía ser mayor.
Entonces, Dorann descendió con sumo cuidado y, a falta de iluminación, invocó una luz psíquica que levitó en el aire. Demasiada profundidad tenía como para contar con ventanales, pero unos candelabros no le vendrían mal.
Al final de la escalera descubrió un oscuro pasillo sin aparente fin. Parecía dar no solo con diversas habitaciones, sino con innumerables pasajes colindantes unos a otros. Era algo así lo que Dorann había estado buscando para su nuevo hogar, una base de operaciones secreta de umbrío aspecto. Aún le quedaba explorarlo, mas tenía claro que no le decepcionaría.
Dorann caminó entusiasmado por el pasillo subterráneo, su mano acariciando las pétreas paredes construidas con antiquísimos ladrillos. Para mayor rango de visión, aumentó la intensidad de sus ondas lumínicas y las hizo dispersarse por el techo a su mismo ritmo.
Aquel pasillo, ancho pero bajo, presentaba diversos caminos laterales, todos ellos más angostos. Dorann desconocía dónde desembocaban, también qué utilidad habían tenido para los antiguos soulars. Sin embargo, prefirió ignorarlos y centrarse en el principal.
Descubrió que el pasillo culminaba en una sala sin puertas de gran amplitud, en su totalidad constituida por rocas cenicientas inundadas de polvo. Aún permanecían intactos soportes para antorchas por doquier, aunque por supuesto faltos de luz. Hasta entonces, Dorann tendría que seguir recurriendo a su fulgurante poder para que sus ojos pudieran ocuparse del resto.
A pesar de ello, tan sombrío resultaba que Dorann solo lograba ver a medias. No era ese el único impedimento, sino también el hedor a moho en el aire. Tenía sus puntos fuertes como la presencia de muebles de gran antigüedad, aunque necesitados de una resturación. Las telarañas habían roído todo material orgánico.
Dorann inclusó descubrió un pequeño murciélago colgando bajo una de las mesas. Al percatarse de su presencia, el mamífero alzó el vuelo hacia el pasillo. Aun así, Dorann lo dejó pasar. Los tenebrosos quirópteros le daban ese aspecto tan lúgubre que estaba buscando. No vendrían mal algunos más, supuso.
Al proseguir, saliendo de una vez por todas de la estancia, el joven se topó con un pasillo que le cortó la respiración. No por el polvo que flotaba en el aire, sino por la abundancia de celdas.
Debía haber unas diez, todas ellas en excelente estado, a excepción de una con un par de barrotes rotos. Rebosaban de mugre, pero nada que una larga tarde de limpieza no pudiera solventar.
De hecho, no tardaría en emplear aquel calabozo personal. Sería el nuevo hogar de Tyruss, algo más digno que aquel hórrido cubículo, y quién sabía si a Porthon le depararía un destino similar.
El pasillo seguía extendiéndose hacia delante, aunque bifurcado en dos caminos laterales. Comprobó lo que escondían aquel par de pasajes: ambos conducían a salas cuadradas que contaban con un pasillo lateral que conectaba con el principal.
Exploró a continuación los siniestros pasillos conectores, hallando pequeñas salas y alguna que otra habitación mayor sin interés. El joven Dracorex seguía sin saber extactamente qué utilidad brindar a tantos pasillos y salas; pensó en crear algo así como una mazmorra donde guardar sus trofeos, o quizá podría montar un circuito de entrenamiento. Incluso podría permitir que los Cazadores de Élite se asentaran allí. Al fin y al cabo, eran tantos que no habría espacio para ellos en la parte superior.
Al ascender de nuevo, volver por el estrecho pasillo y recorrer los pasajes que conectaban las cuatro torres, Dorann encontró a su padre, Ventigard, Porthon y el vendedor en el torreón superior derecho. El trabajador les estaba narrando una cansina historia sobre el antiguo uso de la estructura, y, como siempre, Felix era el único que mostraba honesto interés. A Dorann le fascinaba la cultura soularina, en especial por sus avanzadas estrategias bélicas y sus armas de destrucción masivas, pero aquellas banales enseñanzas salidas de la boca de un ignorante no le interesaban en absoluto. Prefería vivirlo en sus carnes, y lo que era más importante: trazar los mejores planes en relación a su nuevo palacio.
Desde su posición próxima a la cama de matrimonio, Felix arrojó a Dorann una mirada fría. Su hijo respondió con una afable sonrisa, deshonesta pero inteligente. Cuando el vendedor cesó su constante charla, Schwarz se aproximó a su hijo, los guardias escoltando al señor a un mismo ritmo.
—¿Qué te parece el palacio, hijo mío? —le preguntó, dejando de lado su leve mosqueo—. ¿Es de tu agrado?
Dorann asintió firmemente.
—Pues claro. Es perfecto para mí, una joya digna de la familia Schwarz —prefiriría haber utilizado el apellido de su casa de sangre, pero necesitaba satisfacer a su padre—. No podemos dejar pasar esta oportunidad.
Así pues, el señor Schwarz tomó un veredicto:
—No hay más que hablar.
Al oír a Felix Schwarz, Porthon puso cansinamente los ojos en blanco. Dorann era irrefrenable, y los hados siempre lo satisfacían: le otorgaban todo cuanto deseaba. ¿Cuándo pagaría por todos los crímenes cometidos?
—Perfecto —exclamó Dorann en tono delicado—. Muchas gracias, padre. Me siento orgulloso de ser tu hijo —sonrió. No por nada era todo un señor de las mentiras.
Sin perder su pétrea actitud, Felix intervino como correspondía:
—Y yo de ser tu padre. Como heredero de nuestra noble familia, mereces tener dominios propios —su mirada se volvió severa y levantó un dedo—. Eso sí, recuerda que esto no es un campo de batalla para rivalizar con más paletos. Ni se te ocurra convocar a ninguno de esos miserables necios rebeldes en este selecto lugar.
—Lo tendré en cuenta —dijo Dorann con honestidad, aunque su corazón decía algo distinto. Tenía otros planes en mente.
Cuando el vendedor volvió a la estancia, Felix juntó las manos para tratar con él la compra del palacio. No se extendió más de lo necesario, pues el encargado aseguró que el trámite se haría en la ciudad de Nigres, donde la agencia tenía sus oficinas principales.
No llegaron a ver los establos, pero, según lo que el venderos afirmó, eran amplios y de sublime conservación. Serían perfectos para Ykaro, Dorann lo tenía claro. El clima del norte era fresco, demasiado para la fría regulación sanguínea de un reptil gigante, por lo que probablemente tuviera que instalar una serie de bombillas térmicas. El consumo mensual saldría por un ojo de la cara, pero nada que no pudiera permitirse. Después de todo, la factura iba para la casa Schwarz.
No tardaron en despedirse del vendedor, quien tuvo que marchar a pie hasta un pueblo cercano para tomar un vehículo. Por otro lado, Dorann, su padre y su escolta se dirigieron hacia el vehículo de transporte, apostado a escasos metros de la estructura. A su alrededor se extendían las vastas planicies de Explosia, los vientos ululando en su incesante danza. Se respiraba un aire a pura vida.
A medio camino, a sus espaldas los dos centinelas, Dorann se detuvo. La capa le ondeaba por la brisa, también el largo cabello negro. Al parecer, su padre quería decirle algo.
—Me alegro de que seas mi hijo, Dorann —le dijo su padre con una sonrisa, algo inusual en él. Con la visión de un futuro próximo repleto de esperanza, sus ánimos estaban en alza. El doloroso recuerdo de su difunta esposa ni siquiera lo atormentaba ya—. Siempre serás un Schwarz. Dorann Schwarz, un nombre excelente. Olvídate de ese Dracorex. Es un apellido plebeyo y vulgar, procedente de una casa de herejes. Como Schwarz oficial, estás destinado a continuar con el linaje de esta ancestral familia. Espero grandes cosas de ti — siguió mesándose los impolutos bigotes—. Y sé que no me decepcionarás.
Sus palabras sorprendieron a Dorann, pues en escasas ocasiones había visto al señor Schwarz de una manera tan paternal. Realmente lo apreciaba como si compartiese su sangre, podía percibirlo. Sin embargo, no estaba de acuerdo con sus afirmaciones. Despreciaba gran parte de las decisiones que sus padres biológicos habían tomado, pero aun así se sentía orgulloso de portar el apellido Dracorex. Desde sus orígenes poseedores del poder de la mente, el ancestral linaje Dracorex tenía un pasado noble. salpicado de legendarios sucesos. Antiguos volúmenes previos a la era de Menta, mucho antes de su fundación, se lo habían demostrado. Lo que había dicho su padre adoptivo era una total necedad.
—Muchas gracias, padre. Lo tendré en cuenta —mintió—. Nuestra familia perdurará.
Acto seguido se dirigieron finalmente hacia el vehículo. De forma silenciosa, el siempre fiel Ventigard avanzó hacia Dorann.
Sin embargo, Porthon quedó rezagado. Cerró los puños, y por poco no los ojos. Arrullado por la brisa marina, se sintió sosegado. Tanto las palabras de Felix como las de Dorann lo ponían enfermo, pero aquellos aires de libertad lo purificaron, brindándole nuevas perspectivas. Captó en suspensión partículas de lugares lejanos donde el bien y el mal eran conceptos oblicuos, tierras donde la tiranía era ya historia. Quería distanciarse de sus tediosas actidtudes y ser libre, y entonces perseguir sus propias ambiciones y no las de quien afirmaba ser su dueño.
No era un esclavo, no: aún conservaba la esperanza. Nadie que todavía la empuñara con fervor podía mantenerse encadenado por un genio del mal.
Y esa frustración se extinguiría pronto.
—No mereces esto, Dorann —dijo para sus adentros—. El palacio arderá con su miserable cuerpo.
Como no le quedaba otra, Porthon echó a andar hacia ellos. Quizá tuviera mayor suerte la próxima vez.

ESTÁS LEYENDO
La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
MaceraUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...