Acto XCI: Más que una leyenda

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Arrastrando los pies, Soka siguió de forma silenciosa a Kayt, que a su vez seguía al honrado caballero ser Arquílodes de Muroeterno. El errante escoltaba a la bandida Wariae, su rostro furioso hundido en un mar de mechones negros. Tenía que ser agarrada por el brazo y empujada con brusquedad para que siguiese el ritmo.
Ser Arquílodes les había dicho que se dirigían al Cuartel. Como Kayt desconocía de qué se trataba, la intriga acabó consumiéndolo y decidió ir a hablar con él para que le especificara el qué, el cómo y el porqué de su destino.
—¿Qué es el Cuartel? —preguntó tras colocarse a su lado, los ojos de Soka no muy lejos.
—El Cuartel es el lugar donde la Guardia Ardiente se reúne para conversar, comer, tramitar, entretenerse, trazar planes y demás. Realmente lo usan para cualquier cosa, por lo que resulta ser bastante transitado —informó ser Arquílodes al tiempo que gesticulaba con sus manos cubiertas por guanteletes—. Es más que una base de operaciones.
—¿La Guardia Ardiente? —tan llamativo nombre cogió por sorpresa a Kayt, que comenzó a mesarse la barba—. ¿Qué es, una especie de cuerpo de seguridad?
Ser Arquílodes ladeó la cabeza. Tardó unos segundos en cosechar una respuesta válida.
—Digamos que sí. La Guardia Ardiente es valiente, honrada y respetable, o eso al menos se cree. Siempre hay excepciones —se encogió de hombros—. Se encargan de todo problema dentro de nuestros muros, solucionan casos, juzgan y condenan a los ladrones, asesinos, violadores y demás y organizan la seguridad esencial de Arderia. Hacen un poco de todo, para que me entiendas.
Sin duda, a Kayt le pareció curioso. Los cuerpos de seguridad conocidos sentaban sus bases sobre la corrupción, fundados por desgraciados de alta clase que colaboraban por un fajo de billetes con los magnates. Esos mismos que juzgaban cruelmente a punta de pistola, que tendían la mano a conveniencia. Esos mismos a los que había prometido destruir.
Sin embargo, la Guardia Ardiente parecía ser distinta según las descripciones de ser Arquílodes. Aun así, tan solo era la opinión de un hombre cualquiera (o no tan cualquiera). Kayt no generaría expectativas hasta no verlo con sus propios ojos.
"—Peores que los Cazadores no serán, eso desde luego."
El reducido grupo no tardó mucho en llegar al Cuartel. El local ocupado no parecía muy amplio, pero sí complejo. Sobre la puerta, de un grueso metacrilato transparente, el símbolo de la Guardia Ardiente se exponía reluciente. Se componía de una llama rojiza rodeada por un anillo de un brillante dorado.
Al entrar por la puerta, lo primero que pudo apreciarse fue un largo pasillo de oscuras paredes ramificado en sendos pasillos y estancias. Un decidido ser Arquílodes ignoró toda puerta, negando con la cabeza hacia Kayt. Al joven le cogió por sorpresa la abundancia de cuartos, y sentía una gran curiosidad por explorarlos todos. No obstante, debía ceñirse a lo indicado.
Con un índice enguantado, el caballero señaló hacia una puerta barnizada ubicada al final del pasillo, en el ala derecha.
—Es allí —declaró— donde los más distinguidos miembros se reúnen. Bien los conozco, y sé que ellos sabrán qué hacer.
Nada más entrar por la puerta, Kayt visualizó una extensa mesa de madera en parte parecida a la de la sala de NeoMenta. Entonces, se acordó de Bastión Gélido. Cuántos días sin pisar con sus botas la fría nieve de Yettos, también sin ver a todos sus buenos amigos. Ni siquiera sabía si Nevkoski había vuelto a atacar, ni si Bastión Gélido habría aguantado ese hipotético asalto. Como siempre, sus suposiciones se basaban en el desconocimiento.
Un hombre desgarbado lució ademán de impresión cuando reparó en el caballero de Muroeterno, retirando hacia atrás su silla.
—¡Mira a quién tenemos aquí! ¡Pero si es Arquílodes! —exclamó dicho guardia, hombre joven, delgado y con cabello castaño ondulado hasta el hombro. Se levantó al instante, interrumpiendo la sesión.
—Hola, Idra. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez —ser Arquílodes se retiró el yelmo de la cabeza, colocándolo bajo el brazo. Su rostro sudoroso, curtido por los rasguños sin cicatrizar, se dejó ver ante toda una sala.
—No pensaba verte por aquí de nuevo, Arquílodes —un guardia calvo y algo relleno con una espesa barba negra rodeando sus gruesos labios miró con ojos cansados al caballero. Acto seguido, dirigió la mirada hacia el resto del tan poco convencional grupo—. ¿Y quién demonios son ellos? Sin ofender, pero parecéis sacados de uno de esos barrios bohemios por donde corren las ratas.
"—Si eso es una broma —bramó Kayt para su interior—, yo soy Sangre."
Entonces, ser Arquílodes apuntó la mano abierta hacia ellos. Le gustaba ir al grano.
—Son amigos míos, por supuesto —al escucharlo, la bandida resopló. Su desprecio hacia él era eterno—. Os los presentaré —apuntó al único varón, que llevaba la mano sobre el pomo de su espada—. Este de aquí es Kayt, gran espadachín y mejor persona. Os caerá divinamente, aunque más os vale no desafiarlo a un duelo. La chica de al lado es... esto, se llama...
—Soka —dijo Kayt velozmente.
—¡Eso, Soka! —ser Arquílodes sonrió, y una herida en su mejilla se onduló—. No es muy habladora, pero su silencio apremia. Es una cualidad que se está perdiendo —luego, el errante dirigió su mirada hacia la líder de los bandidos situada a un lado de la tulpa. La rabia de sus ojos negros nunca cesaba, y parecía acosar ahora también a los agentes—. Esta chica de aquí es Wariae, y es la razón por la que me hallo hoy aquí. Aunque parezca que no, Wariae era líder de un gran grupo de peligrosos bandidos hasta que Kayt y yo aniquilamos a los suyos. Optamos por dejar a su cabecilla con vida y traérosla a vosotros. Es una letal delincuente a la que ahora le pesan los cargos de todos cuantos estuvieron a su servicio, por lo que lo más sensato será que os ocupéis vosotros de ella.
Concluida su explicación, Arquílodes se acercó para arrastrar por el brazo a la mujer. La empujó hacia todas aquellas miradas acusadoras, y ella dejó ver su rostro con el ceño fruncido entre los muchos mechones que ensombrecían su bronceada piel.
El guardia de la barba negra cual selva en miniatura se puso en pie al igual que su joven camarada. Tras colocar las manos sobre la mesa, las palabras salieron por sus labios.
—¿Una líder bandida? Je, no me esperaba que alguien como tú lograra semejante captura —el barbudo rio a toda voz. Wariae enseñaba al mismo tiempo los dientes—. Nosotros nos ocuparemos de ella con mano dura, claro está —le lanzó una mirada justiciera pero sombría, y la facinerosa se la devolvió como tan bien sabía hacer—. Como si tuviésemos otros métodos.
—Jefe, ¿no cree que debería presentarnos? —preguntó el joven guardia, hombre formal.
—Cierto, cierto —el barbudo, que resultó ser el mandamás de la sala, movió la cabeza de lado a lado. Algunas gotas de caliente sudor huyeron de su rostro—. Parecéis extranjeros, así que supongo que no nos conocéis. Somos la Guardia Ardiente, protectores y guardianes de Arderia, siempre dispuestos a dar la vida por nuestra ciudad. Siempre que veáis la llama rodeada por el círculo dorado cerca de vosotros sabréis que la seguridad y justicia os ampara —el jefe se dispuso a presentar a sus hombres, aquellos que ocupaban la mesa. No eran precisamente pocos—. Este de aquí es Idra, mi joven mano derecha. Es un chico incansable, pero una persona digna. O aceptable, digamos —tras una risotada bromista, giró la cabeza hasta apuntar con la mirada a un hombre y una mujer—. Ellos son Birat y Rena. Son pareja y comparten oficio, y, como su jefe, me siento muy orgulloso de este dúo —después de que ambos sonrieran y saludaran en silencio llegó la presentación más superficial. Si así fue era precisamente porque el jefe sabía que, después de pronunciar cada nombre, ni Kayt ni Soka recordarían uno solo—. René, Terior, Valeria, Locko, Scapart, Lagerthie, Paraqa, Zoss y Nhina —luego apuntó su dedo hacia sí mismo, hundiéndolo en su profunda y rizada barba—. Yo soy Arme, uno de los jefes de la Guardia. En total somos tres quienes damos las órdenes, pero como Jessey y Kakala están fuera me toca a mí ser la mayor autoridad en estos instantes. Tenéis suerte de que os haya tocado yo y no ese par de muebles decorativos, ja.
Ignorando aquella broma que no alcanzó a comprender, Kayt dio un paso hacia delante colocándose en solitario frente a la mesa. Soka quedó sola detrás suya, un dedo bajo su rosado labio inferior. Sus paletas sobresalían curiosas.
—Encantado. Mi nombre es Kayt Dracorex, de Terria. Es un placer conoceros a todos —agachó la cabeza a modo de respeto. Su tulpa ejerció un movimiento idéntico.
Al cabo de escasos segundos, ser Arquílodes, que se había apoyado en la pared con las manos cruzadas, no muy lejos de la bandida por precaución, volvió a hacer notar su voz. No olvidaba cuál era su objetivo allí.
—¿Habéis decidido ya qué hacer con esta criminal del tres al cuarto? —preguntó.
—Lo cierto es que yo tengo una idea —comentó Idra rápidamente.
—Siendo tuya no será muy buena —rio Arme.
El joven pareció sentirse frustrado, exasperado incluso.
—Es broma, jovenzuelo —le recordó su jefe—. Te escuchamos.
El apuesto agente conocido como Idra resopló antes de responder:
—Encarcelarla.
—Pues no te lo has pensado mucho, ¿eh? De todas formas, me parece una idea decente. La mantendremos entre rejas hasta nueva orden —Arme asintió con levedad para confirmarlo consigo mismo, y todos los demás guardias hicieron tras él lo mismo.
Wariae, que venía temiéndose posibles cargos desde que descubrió en qué manos acabaría, dibujó igualmente ademán de sorpresa. El encarcelamiento era algo que sospechaba, pero tener que asumirlo era distinto. Y, en una ocasión tan desventajosa, escapar sin atenerse a la falsa justicia de los vulgares no era opción. Kayt la había desarmado (tampoco veía posible escapar de alguien de tales capacidades sobrehumanas), y se hallaba rodeada de personas a quienes no convenía decepcionar.
Ni siquiera tuvo palabras que ofrecer, solo un balbuceo. La señal delatora de la derrota admitida.
—Birat, Rena, llevadla a la celda B-4. Recordad ajustar bien la cerradura —ordenó Arme con voz grave, su mirada lejos de su indigna prisionera—. Estos miserables conocen técnicas muy rastreras.
Sin decir una sola palabra, la pareja de Guardias Ardientes se levantó al unísono para dirigirse a la posición de la bandida. Birat la agarró por el brazo derecho nada más llegar, y Rena se ocupó del izquierdo. Acto seguido, ambos la condujeron hasta la salida para llevarla a su condenación.
Justo antes de abandonar trágicamente la habitación, Wariae lanzó una última mirada a Kayt. Sorprendentemente, no era una de esas miradas de desprecio tan suyas. En cambio era una triste y vacía, de puro dolor. La mirada de una persona desolada, la mirada de alguien que todo lo había perdido, la mirada de alguien que exigía. Una mirada que Kayt conocía bien.
—Bueno, lo de esa mujer ya está solucionado —Arme se frotó las manos de manera nada discreta—. Casualmente acabamos de solucionar otro caso que llevaba un buen tiempo molestándonos, por lo que estamos libres de trabajo. Qué bien, sí señor. No todos los días puede decirse eso.
—¿Queréis tomar algo junto a nosotros? —les preguntó Idra con entusiasmo a sus invitados.
—Esas preguntas las hago yo —rugió Arme como un león asalvajado, y el joven guardia se retiró—. El caso es que tenemos de todo en nuestras neveras. Incluso contamos con una enorme vinoteca del tamaño de una habitación, con todo tipo de vinos de primera de todos los rincones del mundo. No hay producto que no tengamos —dibujó una sonrisa radiante tras la tupida barba negra.
Aunque aquello pudiese significar cuál era la preferencia de todos aquellos currantes ante la esencial labor de protección, Kayt no se sintió decepcionado. Tenía asuntos mejores que atender.
—¿Tenéis hidromiel? —preguntó, deseoso de llevarse a la boca una jarra de aquella divina bebida.
—Va a ser que no —respondió Arme como con desconcierto. En sus labios carnosos se leyó un "ni siquiera se lo que es".
Entonces, ser Arquílodes rio con las manos sobre el estómago protegido por cota de malla.
—Pues entonces no tenéis de todo.
—Casi todo —lo corrigió Idra. Se retiró un mechón de pelo castaño hacia detrás.
Al instante, Arme se levantó de nuevo. Al hacerlo se estiró la chaqueta que lucía para que no se le arrugase y se ajustó los pantalones, que de hecho le quedaban bastante ceñidos. El conjunto, básico pero práctico, con un complejo cinturón y compartimentos varios, era vestido por toda la Guardia. La de Arme destacaba sobre las demás por ser su camiseta de color lima, aunque eso no disimulaba las huellas de su afición al alcohol.
—Acompañadme a la sala de la risa, como la llaman algunos —indicó Arme entre carcajadas, apareciendo ante ellos. No era muy alto como advirtió Kayt, pero sí ancho.
Fue él mismo quien les abrió la puerta para que salieran. La Guardia Ardiente era un cuerpo veloz, aunque solo cuando le convenía.
Ser Arquílodes lo siguió encantado por el largo pasillo principal, y Kayt fue detrás junto a Soka aunque falto de interés. La única bebida que le interesaba era la legendaria hidromiel, y resultaba que no tenían ni gota.
Con tal de hacer algo productivo, el joven contempló las paredes. No podían ser más simples. Ni un solo objeto decorativo sobre ellas. La oscura pintura formaba a veces patrones de dibujos de flores, pero nada más. La Guardia era, en pocas palabras, austera.
Por el pasillo, un Guardia Ardiente aparentemente ebrio apareció con una botella de licor ambarino en la mano. Era obvio que venía de la vinoteca, pensó Kayt. Llevaba sobre la cabeza un sombrero de cuero sucio, y lucía una descuidada barba entrecana. Sus ojos eran próximos entre sí, y su nariz, delgada cual niño desnutrido. Vestía la misma ropa que sus camaradas, aunque con la diferencia de que parecía haber pasado por una guerra. El inusual guardia se tambaleaba de lado a lado colisionando con las paredes, y mostraba en el rostro una sonrisa boba.
—Ehm... —Arme se volteó hacia el chaval, mirando de reojo al guardia en estado de embriaguez—. Ese de ahí es el viejo McClane. No es mal tío, pero tiene un severo problema con la bebida.
—Sí, ya me había dado cuenta —dijo Kayt.
Cuando el borracho McClane localizó al caballero errante, le intentó chocar la mano torpemente. No obstante, no fue capaz y estuvo a punto de derrumbarse. Por suerte para él, se topó de paso con una pared salvadora.
—Buenas, Brett... —le dijo McClane al caballero sin ni siquiera mirarlo a los ojos.
Por alguna razón, ser Arquílodes trató de ignorarlo y continuó hacia delante junto a Arme. Pareció incluso mostrarle amenazamente la dentadura.
"—¿Brett? —se preguntó Kayt al escucharlo. Delirios de un alcohólico, supuso."
Entonces, el guardia borracho fijó su bonachona mirada sobre Kayt y caminó a base de bamboleos hacia él. Lo alcanzó pronto, arqueando su espalda y mirándolo con la cabeza en un movimiento constante. El joven intentó retirarse, y Soka trató de interponerse para proteger a su amo. Sin embargo, McClane se acercó aún más a él hasta el punto de colocar la mano sobre la pared. Soka permaneció a su lado atenta, a la defensiva.
—¿Eres amigo de Brett? —le preguntó McClane con aparente intriga.
A Kayt le costó entenderlo. Sus palabras eran más bien balbuceos animalescos.
—Sí, más o menos —respondió mientras arqueaba una ceja—. Espera, espera, espera... ¿quién se supone que es Brett?
—¿Brett? Brett, por supuesto. Brett es el pavo de la armadura —McClane parecía muy seguro de lo que decía—. Ese al que le falta un tornillo.
Kayt no entendía por qué llamaba al caballero errante por ese nombre. Era la primera vez que lo escuchaba. ¿Acaso no era Arquílodes de Muroeterno a pesar de su aparente procedencia arcaica?
—Según lo que me ha contado, su nombre es Arquílodes de Muroeterno.
Tras dichas palabras, McClane empezó a reír de una manera que solo un chimpancé enfermo lo haría. Entre las risas se colaron algunos eructos. El Guardia Ardiente intentó ocultarlos, pero fue en vano.
—¡Más quisiera él! ¡Ja, ja, ja, ja! —el delirante Guardia suspiró en profundo. Justo después sujetó con fuerza el cuello de la botella que llevaba, que comenzaba a resbalársele por sus pringosas manos—. ¿Quieres que te cuente una historia, chico?
A Kayt no le quedó otra. Al fin y al cabo amaba las historias, fueran como fuesen.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora