Inisthe abrió la puerta. Wills entró después, seguido de Aval y Pit. Al fondo, Berillio y Azmor permanecían en pie, uno a cada lado de la mesa, dirigiendo la conversación que lo decidiría todo.
A la vera de Berillio, Luna miraba consternada el suelo. En la parte contraria, Alissa se hallaba sentada y de brazos cruzados mientras Yrook permanecía rígido detrás, como si en cualquier momento fuera a lanzarse a la ofensiva para defender a su maestra. Era la viva imagen del guerrero imperturbable.
—¿Tú también te has animado, Pit? —le preguntó Azmor al verlo entrar, frotándose con la diestra la barbilla.
—Así es —indicó él—. Si Aval toma parte, yo también —le colocó a su amigo una mano en el hombro—. Se llama compromiso, y es de por vida.
Aval dio un paso hacia delante para hablar, librándose de la mano afectiva de su colega.
—En efecto, amigos —dijo—. He escuchado lo ocurrido y he decidido apoyaros rumbo a la victoria. Con mi presencia en vuestra patrulla, no habrá tropiezos —sin embargo, su perturbadora sonrisa no acabó de convencer a la mayoría.
Pero, de todas formas, no tenían nada mejor.
—Bien. Entonces —intervino Alissa en voz baja— nuestro equipo está completo.
Berillio colocó ambas manos en la espalda, alejándose del campo visual principal para convertirse en el centro de atención de todos. Se desplazaba de lado a lado frente a uno de los extremos la mesa, sin aparente intención de detenerse. Así ninguna mirada lo perdería de vista.
—La Patrulla Infernal, como Azmor ha tenido el gusto de nombrarla, está lista. Hemos escogido a algunos de los mejores guerreros de todo Bastión Gélido para que nada salga mal. Que lo sepáis, estáis aquí por una razón: salvar a Tyruss. No podéis fallar, porque entonces todo habrá sido en vano. Pero —el jefe dio al acercarse a la mesa uno de sus icónicos golpes— sé que vosotros haréis lo necesario. Confío en vuestro valor, porque ya me habéis demostrado que no os falta.
Con cada discurso, cada uno de los guerreros comenzaba a mentalizarse sobre lo que estaba por venir. Se trataba de una auténtica encrucijada, una situación peliaguda pero inevitable. Solo entonces, cuando se encontraran en el campo de batalla, se vislumbrarían los destellos del auténtico honor. Arriesgar la vida por salvar la de un amigo era algo digno de los héroes.
Entonces Azmor caminó en dirección a Berillio, colocándose a su lado. El jefe del bastión lo escrutó curioso, esperando escuchar todo lo que el maestro mental tuviera que decir.
Antes de nada, se retiró el sombrero y agachó la cabeza como si cavilara algo. Al levantarla, se colocó el complemento de nuevo.
—Yo seré el capitán de esta operación —explicó—. Para los que no me conozcáis soy Azmor Gondt, miembro del Consejo Gélido, maestro de la vieja Menta y ahora orgulloso integrante de NeoMenta. Como tal, puedo lograr cosas que vosotros solo podéis imaginar. O quizá ni siquiera eso —el poseedor hizo una demostración, elevando con la mente una pelota antiestrés que Berillio había dejado sobre la mesa. Yrook expresó mayor sorpresa que nadie, ya que era la primera vez que se las veía con algo así—. Pues bien, extrapolad esto a otras circunstancias. Entendéis por qué soy el más indicado para dirigir esta misión, ¿no? —solo los más orgullosos se negaron a asentir—. Bien —Azmor juntó las manos—. Ahora vayamos con algo prioritario: las armas. Sin ellas no somos nada. Yo no las necesito, pero no es vuestro caso. Se os concederán vuestras armas predilectas dentro de nuestras posibilidades de abastecimiento.
Aval levantó la mano el primero, exigiendo el turno de palabra.
—No me vendría mal una espada larga al estilo de un mandoble, si no es mucho pedir. Tengo una en mi casa, pero el desuso la tiene hecha un asco —desenfundó la afilada dentadura.
—Yo una pistola, de las habituales —indicó Pit tras él—. Soy un hombre de costumbres.
Azmor asintió lentamente, apuntándolo en las notas de su mente.
—Si vas a llevar pistola, Pit, será mejor que cuentes también con una daga para realizar ataques sorpresa —le recomendó—. Resultan muy útiles.
La mueca del hombre dejó bien claro que no le pareció una mala idea.
La siguiente en intervenir fue Alissa:
—Yo tengo mis dos machetes. No necesito más, aunque sí que es cierto que han perdido filo tras tanta guerra. ¿Sabéis dónde puede haber una piedra de afilar?
—En la cocina —aportó Azmor—, supongo.
Corroborándolo, Berillio asintió.
—Sí, sí. Habla con Rira, la chef, y dile que te preste alguna para todos nosotros. Di que es orden de Berillio. No te lo negará.
La pelirroja lo agradeció. Lo tendría en cuenta.
Azmor se centró justo después en quien más cerca de Alissa se encontraba: Inisthe. Con la mirada quieta sobre su perfil, el poseedor aguardó su petición. Lo vio entonces levantar la mano de hierro, a la que dio un par de vueltas con el muñón. De haber podido, habría cerrado el férreo puño con ímpetu. No necesitaba más arma que tal, quizá solo su mente fría.
—Yo quiero también una espada de las buenas —pidió Yrook con entusiasmo. Le hacía ilusión poder manejar una de verdad, no como aquellas réplicas que usaba para entrenar.
Nadie le dijo nada a Luna, que ya contaba con una pistola enfundada en el cinto. Así pues, el único restante era Wills. El joven tenía claro qué clase de arma usaría, pues no sabía manejar otra.
—Una nueve milímetros es lo que necesito, y ya de paso una daga a modo de apoyo a corta distancia —le explicó a Azmor.
Luego, cuando Alissa se hubo marchado a la cocina del comedor en busca del utensilio, Azmor condujo a Aval, Pit, Yrook y Wills a la armería, lugar donde les concedió lo que solicitaban.
Pit pretendía obtener una pistola básica, pero acabó cautivado por las de mayor tamaño, especialmente por un modelo moderno, de estructura alargada y cañón doble, pequeño pero letal. Era además fácil de manejar, por lo que le venía de lujo con su escasa experiencia. Tendía a evitar toda confrontación, y ni siquiera había sido parte de las múltiples batallas de la resistencia contra Nevkoski. No debía haber disparado más de cinco veces en su vida, y dudaba haber acertado alguna vez. Aún no había derramado sangre mortal, aunque sabía que eso cambiaría pronto.
Después le fue entregada una daga sin vaina, preciosa pieza de óptima calidad. Por su parte, Wills recibió una idéntica. Ambas tenían hojas rectas de doble filo, con un dorado mango representativo de una cierva con toda calidad de detalles. El relieve de los ojos, el morro y las cortas astas era exquisito.
A Wills le fue entregada como arma principal una pistola como la que solicitó. Las manejaba con maestría, la puntería perfeccionada gracias a sus años de experiencia como patrullero en la base. Siempre había sido reticente a apretar el gatillo, pero tendía a hacerlo siempre que sus amigos estaban en peligro. Sus facciones aniñadas no se adecuaban al guerrero sanguinario que tenía dentro.
Los siguientes fueron Aval y Yrook, a quienes Azmor entregó una espada a cada uno. La de Yrook era el modelo menor, de diseño simple, pero con un filo adecuado. Disfrutó solo de empuñarla y levantarla, imaginando lo que podría hacer condensando todo lo que de Alissa había aprendido.
No obstante, el mandoble que cayó en manos de Aval era una pieza más llamativa. Tenía un tamaño considerable, superando el metro, por lo que no cualquiera podría mantenerla alzada por mucho tiempo. No se aplicaba esto a Aval, cuyos musculosos brazos podrían soportar sin complicación su peso. La empuñadura era larga y plateada, rodeada de un hilo metálico que evitaba que la mano resbalara. El mango también ayudaba a la sujeción, representando una esfera dividida en dos mitades por una hendidura, como si se tratara del ecuador del planeta.
Empuñarla fue como amor a primera vista para Aval. Era justo lo que había estado buscando.
Entonces, con un ademán, Azmor les indicó que volvieran a la sala de NeoMenta, ahora armados hasta los dientes, para decidir los siguientes pasos de la operación.
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La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AventuraUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...