Acto LXXI: Sin palabras

28 3 0
                                    

—¿Acaso os habéis olvidado de Jaime y Ockarillo? —le preguntó Berillio al resto del Consejo Gélido. Se hallaba abrumado por la preocupación, y con razón—. Salieron a dar una vuelta de reconomiento poco tiempo antes de la batalla, y no se les volvió a ver el pelo. Parece ser que yo soy el único que se acuerda de ellos, y eso me disgusta.
—Están muertos. Es lo más seguro —Azmor no lo dudaba—. Si salieron antes del caótico enfrentamiento, lo más probable es que se encontraran cara a cara con el ejército enemigo y fueran eliminados sin posibilidades de escapar. Siento decírtelo, pero es así —había algo de tristeza en su voz, mas no demasiada.
—Maldita sea... —Berillio se llevó una mano a la cabeza y suspiró profundamente—. Pero ¿y si no es así? ¿Y si continúan vivos pero perdidos y necesitan nuestra ayuda?
—Es una posibilidad. Poco probable, pero puede ser —indicó Cortijo meditabundo.
—Pues en ese caso debemos mandar a alguien a rastrear el perímetro e intentar localizarlos —decidió Berillio, la voz endurecida—. En Bastión Gélido no abandonamos a nadie.
Azmor levantó la mano abierta, colocándola en dirección al rostro de Berillio. Seguía sin agradarle su sugerencia, pero no deseaba chafar sus esperanzas. Había conocido más de un caso así, y rara era la vez en la que los milagros llegaban realmente a ocurrir.
—No cuentes conmigo. Sigo agotado por todo el esfuerzo que tuve que ejercer en la pelea al hacer, como bien recordaréis, lo que nadie más pudo. Ni os imagináis cuánto poder tuve que emplear. Por un instante, pensé que mi mente iba a explotar en mil pedazos —pronunció, los azulados ojos bien abiertos. Hizo ver su enorme cansancio al deslizar la espalda perezosamente por la silla—. Suficiente trabajo en un mes.
—Pero te encuentras intacto —afirmó Artur, que se encontraba tranquilamente al lado de su pareja—. Las ondas lo delatan.
Aunque consideraba un gran hombre a Artur, a veces Azmor sentía algo de rabia hacia él. Pronunciaba en voz alta todo aquello que las ondas trataban de callar. No parecía conocer los secretos de la sutileza.
—Así es, pero los dolores internos son intensos incluso ahora —admitió Azmor, apoyando la mano derecha sobre la sien—. Lo sabrías mejor si pudieses padecerlos. Tienes suerte de no hacerlo.
De brazos cruzados, el guerrero de la vieja Menta quedó en silencio. A veces, como bien sabía, era mejor callar que seguir el deber.
—Bueno, ya sabemos que tú no piensas ir, Azmor. Nos lo has dejado bien claro. ¿Algún otro se ofrece? —Berillio, intrigado, echó la mirada hacia todas direcciones.
Para su sorpresa, no tardaron en presentarse voluntarios. Sus consejeros solían ser mucho menos activos.
—Yo mismo —decidió rápidamente Cortijo, alzando el musculoso y peludo brazo derecho.
—¿Alguien más? —preguntó una vez más el jefe, recibiendo simplemente miradas vagas.
Azmor ya había dejado bien claro que no pensaba ir debido al agotamiento, así que lo descartó. Artur y Lauren se hallaban centrados en procesos de desarrollo mental, y no parecían estar muy animados para la acción. A Daila su vejez no le permitía realizar aquel tipo de operaciones. "Quizá con cuarenta años menos", fue lo que dijo para excusarse, e incluso se rio. Fue su primera muestra de alguna clase de sentido del humor en mucho tiempo.
Berillio se sintió disgustado, mas por poco tiempo. En la sala había alguien más, un individuo que siempre estaba oculto entre las sombras. Su decisión aún no había sido pronunciada, y podía llegar a ser crucial.
—¿Y tú, Diolo? —le preguntó Berillio, dirigiendo la tensa mirada hacia él.
—¿Yo? —el pistolero ni siquiera parecía ser consciente de dónde se hallaba. Como de costumbre, no le quitaba ojo a su baraja de cartas—. Rayos, no tienes ni idea de la pereza que me da... —rezongó perezosamente.
Aquello no le sentó nada bien a Daila, que tuvo que dejar bien claro lo que pensaba. En ese sentido, su valor siempre había eclipsado al del resto.
—No pintas nada aquí, Diolo. Siempre estás jugando a las cartas al fondo y no mueves un dedo —la anciana incluso se incorporó—. Ya que tienes la oportunidad de hacer algo por el Consejo Gélido por una vez, hazlo. Deja de ser un patán vago y conviértete en algo digno.
Como agotado, Diolo resopló.
—Ay, está bien. Lo haré, vieja... —dijo Diolo sin ápice de respeto, algo habitual en él—. Iré a esa movida ya que os ponéis tan pesados. Ahora decidme, ¿cuándo y dónde?
"—Así que vieja. ¿Conque esas tenemos eh?"
—Ahora mismo —respondió Cortijo sin pensárselo, poniéndose en pie al instante—. Suelo ser un hombre paciente, pero la espontaneidad siempre me ha resultado satisfactoria. Mejor pronto que tarde.
—Eso dicen, aunque yo no lo considero así —pronunció disgustado Diolo, que de igual manera se incorporó. No olvidó ordenar la baraja y guardarla cuidadosamente en el bolsillo en un compartimento cercano al de la pistola—. Pero que sea rápido. No te pido más.
No obstante, Cortijo no le otorgó una respuesta. No podía asegurar nada, al menos no aún.
Acto seguido, ambos se dispusieron a marchar para poder realizar la misión que se les había sido encomendada. Cortijo marchaba delante, sus morenos puños apretados a ambos lados de la cadera. Diolo, encorvado y desganado, iba detrás.
Pero Berillio detuvo a ambos antes de que pudieran abandonar la estancia. Se sentía en la necesidad de comentarles algo.
—Llevaos a alguien más. Siendo solo dos os puede pasar algo malo, y más teniendo en cuenta que aquellos extravagantes hombres vestidos con pieles siguen con vida ahí fuera. Que vuestro equipo sea de al menos tres personas.
A lo que Diolo entornó sus ojos verdes.
—Lo que nos faltaba, otra obeja más al rebaño.
—¿Quieres dejar de hacer una broma insulsa con todo lo que te digan? —lo regañó Cortijo, las mandíbulas chocantes.
Al cabo de un rato, pistolero y piromante encontraron un dispuesto acompañante. A Diolo no le hizo gracia ninguna, pero no pudo hacer nada contra la decisión de Cortijo. Así pues, se adentraron en el bosque junto a Aval y su espada en busca de los desaparecidos Jaime y Ockarillo. El equipo cojeaba en demasiados aspectos, aunque su poder era suficiente para arrasar con un ejército pequeño.
Cortijo nunca llegó a estar presente cuando Aval llevó a cabo sus peores acciones. Ni siquiera acompañaba al grupo original en la base para aquellos tiempos, pero Diolo, en cambio, sí. Recordaba demasiado bien los crueles actos de Aval y del resto de fugitivos asalvajados. No lo presenció, pero le narraron el momento en el que el asesino cercenó la mano de Inisthe con un cuchillo como cualquiera cortaría un embutido. Fue testigo del horror de la pica con la cabeza de un inocente clavada frente a la base, otra de sus mayores atrocidades. Tampoco olvidaría jamás la devastadora batalla que tuvieron que librar para eliminar la amenaza de la aldea. Y por encima de todo ello se acordaba del viejo Pot, el viejo traidor que los condujo a una emboscada que dejó a Diolo al rojo vivo. Aunque era innegable que el tiro acabó saliéndole por la culata. La satisfacción de dispararle a la cabeza no pudo ser igualada por nada. Así de aficionado había sido a la venganza desde la misma niñez.
—Como esa espada que llevas toque un solo centímetro de mi piel, tendrás al instante un agujero muy bonito en la cabeza —le dijo Diolo con desconfianza, colocando la mano sobre su pistola en el cinto—. El que le dejé al viejo capullo de Pot se quedará corto a tu lado.
—Tranquilo, ya no soy como antes. Te lo juro, Diolo —que Aval conociese su nombre se le hizo extraño. No recordaba habérselo dicho—. He visto cosas que me han hecho cambiar por completo. No olvido mis actos y me arrepiento de ellos, palabra del corazón. Tan solo te pido que confíes en mí, evidentemente no como el criminal Aval, sino como una nueva persona, Avalore Flowers, habitante y defensor de Bastión Gélido —declaró, dedicándole una sonrisa al acabar la última oración que no le sentó nada bien.
—Espero que sea verdad —Diolo le arrojó una mirada desdeñosa para después alejar la mano de la zona de peligro—. Si no, ya sabes lo que te espera.
—Lo sé bien. Siempre lo he sabido.
A los tres les esperaba un largo camino de exploración, y debían tener plena confianza si querían tener éxito en la misión. Cortijo, Diolo y el renacido Avalore Flowers debían ser uno, aunque solo fuera por unas horas. Desde luego, no les iba a resultar nada sencillo.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora