Acto CLVIII: Las fauces del averno

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Ante ellos se presentó el mismísimo Dorann, hacedor de todos sus miedos y tirano entre las sombras, hermano de Kayt y para muchos el mal personificado. ¿Realmente podrían derrotarlo (o siquiera provocarle un rasguño) tres personas mundanas como ellos?
—¡Pero mira a quiénes tenemos aquí! —Dorann abrió los brazos—. Tú eres la Bomba Negra, ¿me equivoco? —señaló a Inisthe con su tridente—. Me acuerdo de ti. Hiciste un buen trabajo con el rostro de mi centinela predilecto. Fue una buena lección de vida Sobre los demás, ¿quiénes sois? —preguntó con gran interés. Si no, lo fingía excelentemente.
Aval y Pit se miraron. ¿Realmente debían dar sus nombres a alguien como él?
—Vamos, no muerdo —Dorann esbozó una sonrisa tétrica—. Al menos por ahora.
Armado de valor y con Perdón en mano, Aval dio un paso hacia delante.
—Mi nombre es Avalore Flowers, pero todos me llaman Aval.
Si su amigo lo había hecho, Pit también podía.
—Pit —dijo—. Me llamo Pit.
—Pues bueno, Aval y Pit, aquí estamos —con un ágil movimiento de sus manos, Dorann señaló de nuevo a Inisthe con Impacto Nuclear—. Y tú también, Bomba Negra. Espero que no nos sorprendas con otro de sus explosivos —sonrió—. Aunque he de decir que sería divertido.
Inisthe mostró la dentadura de forma desafiante.
—Tienes suerte de que no lo haya tenido en cuenta, pedazo de cabrón.
—Y bien —ignorando su comentario, Dorann juntó las manos—. ¿Es que me vais a dar conversación?
—No venimos a hablar —pronunció Aval con valía tras dar un segundo paso—. Venimos a luchar, ¡a darte fin!
El rostro de Dorann denotaba un gran interés. Parecía totalmente dispuesto a comprobar qué tenía que ofrecerle aquel equipo de temerarios. Si estaban tan seguros de lo que hacían debía ser porque contaban con algún as bajo la manga, había deducido Dorann. Tres personas normales sin ningún don no serían más que un fugaz entretenimiento para alguien como él, meros juguetes de usar y tirar.
—Vosotros lo habéis querido —dijo entonces—. Veamos qué tenéis para mí.
Entonces, Dorann cruzó las piernas y comenzó a levitar sobre el suelo, sujetando el tridente sin usar siquiera las manos. Resultó ser una escena sobrecogedora, un auténtico espectáculo visual, pero los tres sabían que no era más que una manera de demostrar de lo que era capaz. Quería envolverlos con un terror incondicional hacia su figura, para así dominarlos y después someterlo.
—¿Seguro que estamos haciendo lo correcto? —preguntó Pit con voz queda.
—Ajá —contestó un rotundo Inisthe—. Si nos matan, moriremos como héroes.
Pit resopló.
—Antes de ser un héroe bajo tierra, prefiero ser un donnadie vivo.
Aval le puso una mano en el hombro.
—Déjate de rollos y acompáñanos. Vamos a necesitarte.
Pit asintió. Cada vez eran mayores sus angustias, pero sabía lo útil que podía ser para sus amigos. Solo por eso debía darlo todo.
Sin más, los tres se acercaron como uno solo a Dorann, quien se mantenía flotando. Esperaban que volviera a tierra pronto, pero no parecía tener dicha intención. Comenzaban a temerse que debían ser ellos quienes dieran el pistoletazo de salida a una batalla sin reposo.
Entonces, Inisthe y Aval miraron fijamente a Pit. El joven reaccionó rápido a su silenciosa propuesta, advirtiendo que no lo había malinterpretado cuando, al levantar la pistola, esbozaron gestos de aprobación. Se trataba de un modelo avanzado, aunque no de última generación. No era el más veloz, tampoco el de mayor calibre, pero tenía potencial para matar y eso bastaba.
Dorann, los ojos cerrados mientras se sostenía en el aire, parecía un blanco fácil. Igualmente, Pit sabía que no era así. Podía hacer cosas que él jamás sería capaz de imaginar, y engañarlo con ilusiones que lo devastarían desde el interior.
Con la vista sobre su cabeza, Pit apretó el gatillo. No una única vez, sino cinco. Cinco balas salieron disparadas una tras otra, tomando velocidad en procesión hacia la cabeza del tirano flotante. Se emocionó por un segundo, pensando que todo sería tan sencillo como eso. Las esperanzas podían ser grandes traidoras.
Entonces, las balas se detuvieron a unos palmos de la cabeza de Dorann. Como nunca había visto nada igual, a Pit se le puso la piel de gallina. No quería ni imaginar de qué más sería capaz.
Poco después, el tirano abrió los ojos de par en par y extendió una mano. Al hacerlo, las balas se dieron la vuelta y tomaron la misma velocidad con la que habían marchado, esta vez directas hacia Pit, Inisthe y Aval. Su venganza no pudo ser más súbita.
—¡Apartaos! —exclamó un alarmado Aval, saltando hacia un lado. Consiguió llevarse a Inisthe consigo al tenerlo más a mano. No poder hacer nada por Pit le partió el corazón.
Pit saltó también, pero no a tiempo. Dos balas acertaron en su pierna y su bazo, cosa que lo hizo tropezar y golpearse la barbilla contra la piedra hasta sangrar. Eran ya tres los proyectiles que tenía incrustados, y el dolor se hacía cada vez más insoportable. ¿Sobreviviría acaso?
—¡Pit! —exclamó Aval, que reptó para acercársele.
Al rozar una de las heridas para intentar hacer algo por él, Pit liberó un grito agónico. Tenía la extremidad inflamada en cada punto, y había perdido demasiada sangre. De hecho, no descartaba que se le infectasen las heridas en el proceso. Lamentó no tener ningún conocimiento médico, pues lo único que podía hacer por él era velar por su seguridad y tomarse la justicia por su mano.
—¡Vamos, Inisthe! —profirió Aval, la espada por delante—. ¡Ese condenado ha de pagar por lo que ha hecho!
Discretamente, Inisthe asintió. Por mucho que quisiera, no podía ocultar tantas toneladas de pavor. Así se acercó con sigilo hacia Aval y aceleró junto a él en dirección a Dorann, que los escrutaba con una sonrisa comedida. Había vuelto al suelo sujetando a Impacto Nuclear en la mano derecha, y parecía dispuesto a darle uso. Sus ambiciosos movimientos lo delataban.
Aval alzó a dos manos el mandoble con el objetivo de partir con él en dos en Dorann, pero el poseedor detuvo su paso con solo pensarlo. Aval quedó completamente paralizado; trataba de moverse con bruscos impulsos, pero era incapaz. No encontraba la manera de controlar sus músculos. Ni siquiera podía aullar por su vida.
Al haber quedado enseguida solo, Inisthe aceleró su paso hacia Dorann a la desesperada. Con su mano de hierro en alto, esperaba infringir todo el dolor posible a su enemigo. No deseaba ser pesimista, pero todo apuntaba a que no tendría tanta suerte.
—¿Acaso crees que vas a hacerme un solo rasguño? —le preguntó el imparable Dorann.
—Qué remedio —respondió sombríamente Inisthe, como si la noche cobrase forma y pronunciase palabra.
Encontrándose cerca, Dorann lo hizo levitar. Sin embargo, Inisthe predijo su acción y aprovechó para colocar los pies sobre la pared. Dorann quedó atónito, aunque sus facciones lo escondieron. Jamás habían sacado tajada de su don psíquico de esa manera. Estaba claro que aquel sujeto era único, la excepción a la regla.
Ágilmente, Inisthe se impulsó contra la pared en dirección a Dorann. Alzó el metal ante todo para intentar derramar sangre, y vio bajo él aquel inquietante rostro al que nada podía amilanar. Inisthe se sentía aterrado, pero la oportunidad era de oro. No podía dejarla pasar por un sentimiento irracional.
Así pues, alargó la mano tanto como pudo. Dorann reaccionó rápidamente, lanzándolo lejos de un solo impulso mental. Inisthe dio vueltas en el aire hasta impactar contra la pared rocosa, lo que lo hizo escupir sangre.
Trató aun así de levantarse con la mano orgánica sobre una de las rodillas. Al alzarla, comprobó que le sangraba la pierna a través del pantalón a borbotones.
Mientras tanto, Aval ya se dirigía de nuevo a por él. Había recuperado el control de sus músculos mientras Dorann se enfrentaba a Inisthe, y el ímpetu volvía a correr por sus venas como dorado icor. Dorann decidió darle una oportuniad antes de hacerlo volar como un diente de león al soplarse. Quería comprobar qué tenía que demostrarle aquel inestable ser.
Aval lanzó una estocada precedida por un grito de guerra, pero Dorann la bloqueó con los dientes de su tridente. Por alargada que Perdón fuera, se quedaba corta al lado de Impacto Nuclear. Ciertamente, los tridentes eran letales en manos de quien no presentaba fallas en su manejo. Un paso en falso y aquellas tres hojas aserradas nublarían por siempre su visión.
Aval consiguió liberar su arma, solo para asestar una segunda estocada. Fue en vano, ya que Dorann no le dio oportunidad. Después, su turno llegó. Dando un gran salto hacia arriba, intentó hundir los dientes en la carne de su rival. No obstante, Impacto Nuclear se topó solamente con rocas que acabaron fracturándose y saliendo despedidas. Aval salió rodando de milagro, y fue Inisthe quien lo ayudó a erguirse. Malherido tras un golpe tan devastador, le costaba mantenerse en pie por sí solo. Aun así, luchar era su prioridad.
Dorann se acercó lentamente hacia sus rivales, unidos hasta la muerte. Un ataque sorpresa por parte del magullado Pit estuvo cerca de alcanzarlo, pero el joven Dracorex lo detuvo a tiempo. Esa vez optó por dejar caer al suelo las balas, inutilizándolas. Sabía que, si se las devolvía, lo mataría. Acabar tan rápido con los juegos nunca era divertido.
Entonces, Aval e Inisthe saltaron juntos a por Dorann. El joven Dracorex lanzó por los aires al expresidiario, estampando su espalda contra el techo. Este gimió profundamente al caer al suel0, y tuvo que arrastrarse hasta la pared para poder incorporarse. Tenía los huesos molidos y algunos rasguños, pero nada que lo pudiese detener. Solo la tumba podría frenar sus pasos.
Mientras, Inisthe trataba de plantar cara a su enemigo. No obstante, Dorann pinchó a Inisthe en el muslo y lo hizo caer. Justo después, movió los brazos empuñando ondas y su rival salió dando vueltas sobre sí mismo hasta toparse estrepitosamente con la pared, cerca de Aval. Detener a una mosca en una reducida cabaña no hubiese sido más complicado.
—No sois nada contra mí, ¿es que no os dais cuenta? —preguntó Dorann mientras abría los brazos, absorbiendo más poder de su alrededor—. Yo, el todopoderoso Dorann Dracorex, os he derrotado sin siquiera sudar una sola gota. Pero sois excelentes guerreros, y sé que podríais serme útiles. Si os rendís, puedo dejaros vivir a los tres. Si no —señaló a Pit, quien se sujetaba entre siseos dolorosos la pierna— vuestro amigo morirá. ¿A que no queréis eso? ¡Pues más vale que os arrodilléis!
Tan rápidamente como una estrella fugaz cruzaba el firmamento nocturno, Aval e Inisthe cruzaron miradas. Pit podía caer, pero rendirse ante Dorann era lo último que debían hacer. Entonces, ¿qué desdichada opción les quedaba?
El antiguo convicto hincó la rodilla. Inisthe lo presenció con estupor, sin poderlo creer. ¿Tanto valía el alma de Pit?
—¿Y tú qué? —le preguntó Dorann a Inisthe, el único en pie—. ¿No vas a postrarte ante mí? ¿Tal ves tu orgullo, Bomba Negra?
Inisthe le arrojó una mirada de odio.
—No me llames así.
Dorann sonrió como solo un demonio lo haría.
—Uno nunca elige su nombre. Los nombres lo significan todo, y hemos de arrastrarlos hasta el fin de los días y lidiar con las consecuencias que otros nos legan. ¿Acaso me equivoco, cobarde?
Furioso de los pies a la cabeza, Inisthe no pudo soportarlo más. Apretó el puño orgánico hasta que los huesos crujieron, y entonces se lanzó a por él sin importar las consecuencias. Aval levantó la mirada, sintiendo impotencia por lo ocurrido. De haber podido, hubiera prevenido su rebeldía.
—Bien —Dorann cruzó las manos. Los dientes del arma apuntaban hacia la cabeza de Pit—. Tú lo has querido, Bomba Negra.
—¡Ni se te ocurra! —aulló Aval, poniéndose de nuevo en pie con ayuda de su espada.
Dorann le flechó una mirada, solo por un instante. Sus segundos eran oro líquido.
—Por supuesto que se me ocurre.
Así pues, el Dracorex oscuro levantó el tridente hasta el punto exacto para trazar una parábola fulminante. Tratando de evitarlo, Inisthe saltó violentamente hacia él. No obstante, su agilidad no bastaba. Llegaría tarde, cuando Pit ya no respirase. No podía ser posible, se repetía sin cesar. ¿De nuevo por su culpa? No podía permitírselo.
Dorann descendió el tridente dramáticamente para que sus rivales lo saboreasen con mayor amargura. Sin embargo, Pit echó entonces mano de sus últimas reservas de gallardía. Guiado por las últimas de sus energías, levantó la pistola y disparó a Dorann. Como era de esperar detuvo la bala sin problema alguno, usando esa vez su tridente para hacer añicos el plomo, aunque se llevó una desagradable sorpresa al percibir cómo un demoledor hielo se abría paso a través de la carne de su tobillo.
Como se temía, Pit había logrado distraerlo para hundirle una daga. Inteligente movimiento, pero podría haberlo hecho mejor.
Maldiciendo hasta el punto de que ondas oscuras se le escaparon como hilos de entre los labios, le asestó una patada con la pierna sana en la cabeza, que le cayó inerte. Y no solo eso, sino que además sus manos perdieron ambas armas.
Anonadado, Aval lo presenció todo. El estado de salud de su amigo era nefasto. Como no se lo asistiese pronto, quizá no sobreviviese.
Rápidamente volvió a reunirse con Inisthe para llevar a cabo un ataque conjunto contra Dorann. Con cierta insensatez, se arrojaron una vez más a por él. A ambos les costaba creer que ahora lucharan codo con codo, cuando había uno derramado la sangre del otro en el pasado, pero nada parecía tener sentido llegados a ese momento.
—Probemos algo —comentó Dorann de repente, un dedo sumergido en aquel mar de rizos negros que era su barba.
Entonces, el Dracorex comenzó a dar vueltas con un dedo en el aire. Una extraña masa transparente se sacudió en una corriente a merced de sus actos, y en mitad del creciente torbellino se abrió un círculo de oscuridad. Dorann hundió en las sombras la mano, y el resultado fue una enorme garra de energía sombrío que detuvo tanto a Aval como a Inisthe, haciéndolos chocar contundentemente contra la pared. La colisión fue ensordecedora.
—¡Alucinante! —exclamó Dorann tras retirar la mano, acto que logró cerrar el círculo como si nunca hubiese estado así—. Es la primera vez que lo hago, ¿sabéis? Supongo que debería hacerlo más a menudo.
Inisthe gruñó, bamboleándose de lado a lado. El impacto lo había dejado aturdido.
—¿Cómo vamos a luchar contra alguien que incluso lanza hechizos, o lo que quiera que haya sido esa cosa? —le preguntó a Aval—. Esto es inhumano. Si nos queda algún as, no está bajo mi manga.
Aval se apoyó sobre el pomo de Perdón, irguiéndose así. Una de sus rodillas cedió, pero luchó contra el dolor para volver a incorporarse.
—Inhumano sería rendirse y dejar morir a Pit —tronó—. ¿Vas a ayudarme o no?
A Inisthe le costó, pero asintió. Aval le dio entonces la mano y lo puso en pie. Lo que hubo en aquel contacto fue algo más que el inicio de una férrea hermandad.
—No os cansáis nunca —les dijo Dorann mientras hacía dar vueltas al tridente—. Eso me gusta. Más interesante para mí.
Esa vez, Dorann fue quien se dirigió primero hacia ellos. Lo hizo a paso lento, por lo que su capa y sus cabellos ondearon tras él de forma etérea. Por cada paso dado, asestaba al suelo un amenazador golpe con el tridente.
Aval e Inisthe lo esperaron inquietos. Tenían el corazón en un puño. Tras el enemigo, Pit se arrastraba dejando tras de sí un rastro de sangre, tratando en balde de ponerse en pie.
Al verlo, Aval sintió una profunda pena. Lo había intentado todo para detener a Dorann y salvar a su amigo, pero cada una de sus embestidas había resultado más fútil que la anterior.
Entonces Aval lanzó una estocada osada tras aullar, pero Dorann la aplacó con un golpe de su tridente. Intentó frenar su avance de una patada alta, pero el agotamiento lo condenó a errar. Dorann lo rozó con los dientes del tridente, y Aval interpuso la hoja de su mandoble. Ejerció presión, empresa fútil. De un impulso mental lo obligó a retirarse. Nada podría detenerlo.
Justo después, la presencia del Cazador de Élite alarmó a los luchadores. Había quedado eclipsado por el joven Dracorex, por lo que ni siquiera habían reparado en él. Aval se alejó de un salto hacia atrás, volviendo junto a Inisthe, y un curioso Dorann levantó la vista.
—Apártese, señor Dorann —pronunció el Cazador de Élite, que sostenía una esfera de metal en sus manos—. Esto podría abrasarle las vestiduras.
Dorann sonrió vagamente. Tras su aprobación arrojó hacia ellos el objeto, que rodó cerca de las piernas del joven señor, escabulléndose. Aval vio en ese instante su oportunidad para salvar a Pit, por lo que trató de dirigirse hacia él tras enfundar a Perdón. No obstante, hubo algo que se lo impidió.
—¡No! ¡Eso de ahí está a punto de estallar! —exclamó Inisthe tras él mientras tiraba de su brazo—. ¡Alto!
Pero Aval le dedicó una mirada que hablaba por sí sola.
—No pienso dejar a Pit. Es mi amigo, y moriré con él si hace falta.
Aval se adentró en los ojos de Pit, quien, a escasa distancia de la supuesta bomba, se arrastraba hacia ellos con unos dedos que apenas le respondían. Debía salvarlo, sacarlo de allí y ponerlo a buen recaudo, sanar sus heridas y permanecer a su lado hasta que se recuperara; él haría lo mismo.
Sin embargo, un segundo empujón se lo impidió. Inisthe lo asió con tanta fuerza que ambos cayeron al suelo hacia atrás, a buena distancia del explosivo. Desde su lugar, Aval fue testigo de como los ojos inyectados en sangre de Pit se volvían húmedos. Lloró carmesí, por él mismo y por su amigo.
Solo una palabra fue capaz de salir de sus labios:
—Huye.
Inisthe se irguió con dificultad.
—Ya lo has oído.
No era posible. Yaciendo en el suelo, todos y cada uno de sus músculos dolidos, testigo de cómo su mejor amigo trataba de alejarse fútilmente de su condena. De la muerte, la dulce y sombría muerte, nadie podía escapar. Ni siquiera él, renacido para vengar, podía marcar la diferencia.
Aval aceptó la mano de Inisthe, también el adiós de un amigo. Percibió el cambio de color de la bomba a un parpadeo rojo, cada vez más ardiente. Tardó poco en estallar, dando en torno a ella origen a una onda expansiva de fuego y humo que acabó por consumir el cuerpo de Pit.
Observando con un inmenso dolor la escena, Aval se alejó de allí. Inisthe, a mejor ritmo, se ocupó de hundir en el cuello del culpable su mano de hierro, provocando que la sangre corriera fresca a través del metal. Tras retirarla, el moribundo cayó con las manos rodeándole el cuello. No tardaría en morir, y lo haría arrepintiéndose.
Inisthe se acercó después a Aval, lo miró fijamente y corrió junto a él para escapar de aquel infierno.
Solo para entrar en otro aún más recóndito.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora