Escuchó su nombre pronunciado por aquella dulce vocecilla, y quedó atónito.
Kayt no lo podía creer. Soka había vuelto a emerger de su mente, y renovada además. No había sido un acto voluntario, sino todo lo contrario. La propia Soka había tomado control de sí misma tras tres años de ausencia.
Su rostro era alegre, algo nuevo en ella, dibujada en él una sonrisa cándida. Poseía un par de ojos ambarinos como enormes faros, brillantes y rodeados de pestañas largas. Su mirada era atrayente, mágicamente hipnótica. Kayt era incapaz de apartar los ojos de su tulpa. Aquella no era la misma Soka a la que él había dado forma con todo su cariño, eso no lo dudaba. No había más que ver su cara, ahora en las antípodas de la inocencia infantil. Era mucho más adulta, enigmática y místicamente hermosa.
Como principal novedad, Soka presentaba sendas líneas carmesíes distribuidas en pares siméticos a lo largo de su rostro. Eran idénticas a las que su padre se trazó cuando aún vivía, símbolo de su supremo liderazgo en Menta. La evocación de su recuerdo tenía alguna relación de la que Kayt sospechaba.
Su cabello albino había crecido considerablemente, hasta la cadera. Como detalle adquirido, las puntas de algunos mechones habían adoptado un intenso tono rubí. Era el mismo que el color ardiente de su difunta madre. Una vez más, Kayt sospechó.
Sus negras uñas habían crecido largas y descuidadas. Más bien, parecían garras demoníacas. Sus prendas blancas se habían tornado sucias, como mancilladas por agua, tierra y polvo. Cómo su propia mente había sabido proyectar sobre la realidad la simulación del paso del tiempo era algo que Kayt no alcanzaba a comprender.
—¡Cuidado, Doros! ¡Supongo que te acordarás de ese bicho! —exclamó el precavido Porthon, recordando de forma agridulce los hechos ocurridos tres años atrás—. ¡Que no te alcance!
Aquello tan solo consiguió enfurecer aún más al portento de hierro.
—¡Me da igual! ¡Esta vez no va a poder conmigo! —parecía muy convencido, inconsciente de su corpórea incapacidad—. ¡Que se acerque y lo compruebe!
Doros no temió al avanzar y cruzar sus garras de acero frente a las facciones femeninas. Estaba dispuesto a matar a la tulpa, eso en caso de que tal cosa fuera posible. Solo así podría erradicar el mayor de los impedimentos para cumplir la misión. No pensaba decepcionar a Dorann, no otra vez.
Entre gritos, Doros se abalanzó de un salto animalesco. No obstante, ni siquiera pudo rozarla. La chica hizo gala del intenso poder que se escondía bajo su piel, las ondas emergiendo lumínicas de su cuerpo. Mandó bien lejos a Doros de una simple liberación, haciéndolo chocar contra una pared. Consiguió incluso provocar una pequeña grieta en la piedra, lo que comprobó la brutalidad de sus ataques. Doros cayó al suelo sin movimiento, abatido por completo. Un golpe había bastado para dejarlo para el arrastre. Definitivamente, las habilidades de Soka estaban a otro nivel. Era su labor vital proteger a Kayt, y lo hacía con todas las cartas de las que disponía.
Porthon quedó en solitario frente a las adversidades. Su mirada irradiaba temor. Al contrario que a Doros, la furia no lo cegaba.
Entonces, Soka miró a Porthon con una mirada tan vacía que hasta amedrentaba. El portento había salido herido tras su enfrentamiento con Kayt, y sus fuerzas iban a menos. Un ser como Soka no tardaría en someterlo a su voluntad.
En una arriesgada actuación, aceleró como un rayo hacia donde su malherido amigo reposaba y lo sostuvo. Solo las ondas pudieron ayudar a volver livianos aquellos cien kilos. Sin más, marchó corriendo entre la oscuridad con la velocidad angustiosa que solo un hombre desesperado podría tomar. Dejó a su paso una estela de sangre a lo largo de la calle. Soka podría gracias a ello seguirlos hasta exterminarlos, pero no era esa la orden de Kayt. Debía obedecer.
Cuando todo acabó, lo primero que el devastado Kayt hizo fue darle un abrazo a Soka. Recordaba tristemente su rebelde acometida, algo que lo despojó de su energía vital. Pero, después de todo, no podía despreciarla por ello. Era su tulpa, una parte de él mismo que había manifestado para no sentirse solo. No solo era su protectora letal, también un apoyo moral, y, por tanto, la quería. Siempre lo había hecho.
Acto seguido, Kayt se fijó en Aia con preocupación creciente. Aún se encontraba sobre el camino pedregoso, sentado encima de un charco de sangre. Como concentrado en sobrevivir, no se movía. Kayt no sabía qué hacer con él, y no tenía claro si los médicos que hallara compartirían su incertidumbre.
—¿Puedes hacer algo por salvar a Aia? —le preguntó a la tulpa, que lo miraba con cautivador interés.
Soka pareció asentir de forma delicada. Sin detenimiento se aproximó, arrodillándose ante el maestro. De sus dedos pálidos emergieron unas ondas verdes que en Kayt evocaron el recuerdo del sanador Widdle. Como el poder del Médico Esotérico, parecían tener la misma intención curativa. Eso le quitó a Kayt un peso de encima.
Penetrando en el cuerpo de Aia, las ondas hicieron su infalible labor. Soka las controlaba, sus enormes ojos pestañeando bellamente. Se puso entonces en pie nuevamente, volviendo a la vera de su amo. No le quitó ojo a Aia hasta que no se incorporó sobre su propia sangre como un hombre nuevo, y anonadado también.
Comprobó que todos los desgarros obra de Doros habían sanado con una eficiencia propia de la medicina. En cambio, sus prendas seguían destrozadas, hechas jirones. Nada podía remediar eso.
Cuando quiso darse cuenta, a Kayt le había ocurrido lo mismo. Ni siquiera había visto las ondas sanadoras aproximarse a él. Todo el daño había sido erradicado, e incluso el dolor se apocó. Con estupor, el joven se palpó unas heridas de las que ahora poco quedaba más que cicatrices. Era como si tuviesen años de historia, mas en realidad de su origen las distanciaban escasos minutos.
—¡Pero si es esa tulpa tuya! ¿Cómo se llamaba? —preguntó alarmado Aia, que acababa de volver en sí. Se mostraba reticente, temeroso de aproximarse. Después de todo, no olvidaba.
—Soka —respondió Kayt rápidamente, y la tulpa lo miró.
—¿Y los hombres de Dorann? ¿Dónde están? —Aia, que arrojaba la mirada de un lado a otro, no parecía entender nada de nada—. Cielos, si se han esfumado —clavó los ojos castaños sobre la tulpa—. No me digas que...
—No es exactamente lo que piensas, pero es parecido —pronunció Kayt con el estupor restante presente en la voz—. Ha sido Soka quien ha conseguido expulsarlos, sin llegar a asesinarlos. También nos ha sanado a ambos en escasos segundos. Sus poderes me dejan sin palabras.
—Pues bien que hablas largo y tendido —bromeó Aia, aunque hasta él mismo entendió que el chascarrillo estaba fuera de contexto—. En fin, deduzco que Soka ha aparecido repentinamente porque estabas en peligro de muerte. La sección de la mente que la contenía desde hace tres años la ha dejado escapar involuntariamente para salvarte la vida. Como ser no sujeto a las leyes convencionales de la mente, probablemente ya no recuerde lo que ocurrió. Por eso su actitud es benigna. Aun así, aún debe permanecer en ella una pequeña parte indómita. Puede llegar a hacerte daño si se descontrola, así que más te vale mantenerla bajo control —apuntó a Kayt con un dedo. Obviamente no le gustaba un pelo lo ocurrido, pero lo hecho, hecho estaba—. Si no tomas precauciones, te puede pasar lo mismo que a Kopepod —aquel nombre consiguió abstraer por segundos a Aia—. ¿Alguna vez te han contado la trágica historia del maestro Kopepod?
Kayt se lo pensó al mesarse las barbas. Dudaba.
—He oído su nombre, creo que por parte de Azmor, quizá de Dagro, pero nunca me ha sido narrada —respondió con sinceridad.
Aia sonrió. Tenía pues trabajo.
—Supongo que tendré que contártela de camino al hotel —decidió Aia al tiempo que se aproximaba a su alumno. Su cuerpo ensangrentado y las desgarradas telas lo asemejaban a un superviviente de la guerra. A él no pareció importarle en un principio, pero estaba claro que los transeúntes lo mirarían con sospecha cautelosa por las calles.
Kayt decidió acompañarlo para abandonar el sombrío callejón de piedra, Soka detrás suya cual fiel can. No dejaba de observarlo, siempre con esa mirada de oro que arrebataba el aliento. Era una poderosa belleza lo que habitaba en el reluciente ambar de sus ojos, un reflejo de algo en lo profundo de alma del héroe.
Juntos, maestro, aprendiz y tulpa dejaron el pasaje al fin desbloqueado en paz.
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La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AdventureUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...