Un día frío y hastío de crudo invierno, D'Erso se levantó exhausta de la cama como si no hubiera dormido en toda la noche. Un intenso vacío en su interior le hacía sentir la obligación de suplir el silencio de una música sin melodía. Ni siquiera sabía exactamente cómo hacerlo. Necesitaba algo para darle sentido a aquella insulsa jornada.
Al incorporarse, sintió como si todo su cuerpo pesara más de mil toneladas. Le tomó diez minutos ponerse en pie, pero finalmente lo logró. Jamás se había sentido tan perezosa.
Ni siquiera tenía ganas de abandonar su habitación, pero no tuvo más remedio. Para ello se colocó encima ropa sencilla, se peinó su larga y castaña cabellera y se lavó la cara velozmente. Al fin lista, salió para desayunar.
En un reloj del pasillo comprobó que no era ni demasiado tarde ni demasiado temprano. Como siempre, su mente era puntual con lo que se proponía. Extrañamente, apenas había gente recorriendo Bastión Gélido. Aquello sorprendió a D'Erso, conocedora de que a tales horas los pasillos solían rebosar de transeúntes ejecutando tareas simples. Al fin y al cabo, aquel vacío le beneficiana. Así no tendría que hablar con nadie en todo el día. En un día tan desolador, era preferible estar sola.
Una vez en la cafetería, se llevó únicamente un vaso de café con leche. No sentía hambre ninguna, por lo que se contentó con aquello que al menos la espabilaría un poco.
La cafetería estaba prácticamente desocupada. Tan solo podían verse allí a la camarera y su ayudante, un par de señores mayores que tomaban sus respectivos cafés mientras charlaban y la propia D'Erso, que, tras descubrir tan deprimente ambiente, decidió volver a su habitación.
Se dispuso a abrir la puerta de la cafetería, mas una cara familiar lo hizo por ella. Recibió una sonrisa algo artificial.
—Buenos días, D'Erso —saludó Luna con aparentes ánimos al otro lado de la puerta.
No había que ser demasiado astuto para percatarse de la falsedad en la que se sumía la alegría de Luna. Era obvio que seguía muy afligida por la desaparición de Tyruss, D'Erso lo sabía. Probablemente estaría empezando a asumir su fallecimiento, aunque nadie podía asegurarlo. La chica no sabía si había algo que pudiese hacer por ella, pero lo dudaba.
—Buenas —se limitó a saludar D'Erso, su voz dulce pero cansada.
—Que tengas un buen día.
Inesperadamente, Luna cortó de raíz la conversación. Estaba claro que, al igual que a D'Erso, no le apetecía hablar largo y tendido. Por eso mismo cesó enseguida sus palabras y marchó en solitario hacia el interior de la cafetería.
Mientras la rubia mujer caminaba rápidamente hacia el expositor de alimentos, D'Erso se fijó en lo poco cuidada que estaba su ondulada melena. Tenía el pelo encrespado y despeinado, repleto de nudos. Había incluso perdido su reluciente dorado habitual.
"—¿Tanto apreciaba a Tyruss como para entrar en tan honda depresión?"
Sin embargo, aunque estuviera interesada en los trágicos asuntos de su amiga Luna, D'Erso decidió marcharse hacia su cuarto para tomarse el café sin la molestia que suponían los problemas de los demás. Ya hablaría con Luna, se dijo. Aunque Tyruss no volviera, aún había mucho por lo que luchar. Se lo haría ver tarde o temprano.
De pronto, un pensamiento inesperado interrumpió todo lo que recorría su transitada mente. Se trataba de Kayt, a quien añoraba con pasión. Llevaba sin verlo un buen número de días, aunque no sabía exactamente cuántos. Cuando se acordó de él, D'Erso comprendió que la forma de llenar aquel vacío que había venido naciendo en su interior era volver a verlo. Lo echaba tanto de menos que penaba por él. Ahora comprendía mejor a Luna, aunque ella lo tenía mucho peor.
¿Por dónde podría andar Kayt?, dudaba D'Erso. No sabía si volvería pronto o dentro de mucho tiempo, o si simplemente no lo haría. Incluso podría haber muerto en un trágico accidente, o por la intervención de Dorann. De ser así, jamás lo sabría. No eran suposiciones dulces.
Recordar a Kayt aumentó extrañamente la curiosidad de D'Erso en varios aspectos, lo que hizo que cambiara de planes. En lugar de cerrarse al mundo y ocultarse en su alcoba, decidió ir a la biblioteca a informarse sobre algunos asuntos. Estaba interesada en leer algo sobre la geografía del continente, y luego, de tener tiempo, buscaría un libro sobre el poder de la mente. Dudaba encontrar algo así en un lugar como Bastión Gélido, pero nunca se sabía.
Cuando abrió las gruesas y antiquísimas puertas de la biblioteca, situada al fondo oeste del edificio principal, la presencia de Azmor sorprendió a D'Erso. El maestro del sombrero, sentado sobre un sillón, leía con calma un añejo volumen de hojas amarillas ajadas a causa del paso del tiempo. Mientras repasaba atentamente cada una de las palabras del libro, Azmor bebía un cálido té rojo en una taza de barro. Para poder pasar las páginas depositaba con cuidado la taza sobre una pequeña mesa, donde reposaba su característico sombrero de copa negro. No cualquiera tenía la suerte (si así se podía decir) de ver su cabeza desnuda.
—Qué sorpresa verte por aquí —Azmor levantó la mirada para estudiar con detenimiento a la chiquilla.
D'Erso esbozó una sonrisa tímida. La biblioteca tenía un ambiente silencioso y refinado, muy ameno, justo como le gustaba. Las portentosas estanterías repletas de libros y los delicados sillones oscuros hacían de la estancia un lugar perfecto para pasar una mañana sin preocupaciones.
—Yo tampoco lo esperaba, pero me apetece leer un poco. Es algo que nunca viene mal —le dijo D'Erso con mayor ánimo que antes. El calor de los radiadores próximos durante una gélida mañana invernal alegraba a cualquiera—. Aprender se agradece siempre.
—Perfecto —sonrió Azmor. Ello produjo en su rostro algunas arrugas—. Se está perdiendo el hábito de la lectura entre los jóvenes de hoy en día, por lo que es un consuelo verte aquí. Ahora, adéntrate en los confines de nuestra humilde biblioteca y descubre nuevos mundos de papel. No te dejarán indiferente —apuntó con la mano abierta hacia las vastas estanterías, que se extendían una tras otra.
D'Erso agachó la cabeza con sumo respeto.
—Gracias —dijo, y justo se dirigió hacia dicha zona. Mas antes de entrar volteó la cabeza. Tenía una duda—. ¿Cómo están clasificados los libros?
—Por categorías —respondió el sabio Azmor—. Encontrarás los libros por distintas clasificaciones dependiendo de su género. Dentro de cada especificación se encuentran en orden alfabético. No tiene pérdida —dio un sorbo a su té y guiñó un ojo a la chica.
—Muchas gracias —volvió a decir D'Erso, y marchó definitivamente hacia las estanterías.
La primera en la que se fijó, alta y de oscura madera, custodiaba infinidad de volúmenes de historia. Podía ser interesante repasar alguno para informarse de tiempos más remotos del continente, aquellos que por su falta de educación desconocía, pero no era lo estaba en concreto buscando.
Al dar unos cuantos pasos más se vio frente a la estantería de literatura romántica, de la que pasó por completo. Desde siempre le había parecido un género estúpido, mucho más irreal que la propia ciencia ficción.
Recorrió el largo y oscuro pasillo ignorando la literatura fantástica, la ficción general, el drama y la novela gráfica. Aunque no le generase gran interés, había de reconocer que el lugar era esplendoroso. Lúgubre pero cálido al mismo tiempo, con cientos de historias recopiladas en cada tomo. El tiempo parecía detenerse entre aquellas cuatro paredes.
D'Erso llegó pronto a una zona en la que un pequeño cartel prometía: "Geografía y Política". La anotación no mentía, y se decantó por un grueso volumen de tapa dura y más de mil páginas llamado Geografía de Leurs. El libro pesaba un quintal, tanto que la esbelta joven tuvo que agarrarlo con ambas manos para que no se le cayera al suelo. No se olvidó de depositar el café en el hueco que la ausencia del grueso libro había dejado.
D'Erso caminó con el volumen hasta un sillón situado no muy lejos, a menos de un metro de distancia de uno de los radiadores. Era por tanto perfecto para empezar sobre su suavidad cualquier lectura. Tras recoger el café y dejarlo sobre la mesa a su lado, se dispuso a disfrutar del placer de aprender por aprender y no por obligación.
Geografía de Leurs. Desde luego, el título no era engañoso. Sus atentos ojos se pasearon largo y tendido por sus viejas páginas. Según lo que Kayt le había contado antes de marchar, Aia y él darían la vuelta a la región principal para marchar después a Bistario, la gran y salvaje isla del este. Sentía ganas de conocer de primera mano los lugares que probablemente Kayt tenía que haber recorrido, así que empezó a estudiar la geografía continental cual niña pequeña que descubría los secretos de su mística tierra natal.
Al darse por satisfecha con su lección autodidacta, D'Erso llevó el libro hasta la estantería y lo devolvió con sumo cuidado para no dañarlo. Como se le había acabado el café, arrojó el vaso de plástico a una papelera cercana al sillón. Dio algunas vueltas por el espacio antes de continuar con sus asuntos. Había pensado en buscar algún libro que tuviera relación en el esoterismo y el poder de la mente, aunque consideraba que sus oportunidades de tener éxito eran escasas. No obstante, decidió ponerse manos a la obra.
Como no sabía en qué categoría podría encontrar semejantes obras, D'Erso se dirigió hacia la mayor estantería, situada al fondo del pasillo principal. Esta contenía en sus baldas un enorme conjunto de libros, todos ellos desordenados y sin clasificar. Si en esa limitada biblioteca había un libro que tocara dichos asuntos, debía estar ahí.
D'Erso rebuscó con ansias, repasando los títulos de cada una de las obras. No encontró gran cosa, solo volúmenes que a nadie interesaban. Ninguno parecía tener relación con lo que estaba buscando, mas no por ello desistió.
Pasó algunos minutos más revisando cada rincón de la estantería. Leyó de nuevo cada título para comprobar que no se hubiera saltado alguno, pero no fue así. No parecía haber nada interesante.
D'Erso se sintió decepcionada, así que suspiró y se dio la vuelta para así marchar. Simple mala fortuna, comprendió. Ya era costumbre. Sin embargo, un instinto parecía llamarla se repente. Tornó su cuerpo velozmente hacia la estantería, y entonces sintió una presión proveniente del fondo. Era como si alguien estuviese realmente llamándola, por lo que respondió con la búsqueda de sus manos.
Retiró algunos libros, aunque no pareció encontrar nada. Quizá solo hubiese sido un ilusorio deseo de esperanza, supuso. Pero, tras fijarse bien en las profundidades, percibió que los libros seguían como si hubiera oculta una segunda estantería colindante. Sonrió.
Después de retirar un par de obras desconocidas, D'Erso encontró un libro delgado y raído por la edad, titulado Menta: Ocultos.
Definitivamente, aquel libro maldito la había estado llamando. No sabía cómo, tampoco por qué, pero así debía haber sido. Quizá conservase la esencia de aquellos sobre quienes hablaba.
Con gran interés, D'Erso empezó a leerlo en pie allí mismo. El libro relataba los tiempos de Menta en sus inicios, cómo la organización había ido creciendo y extendiéndose por todo el continente, también la posible lógica que manejaba el poder de la mente tras un desarrollo favorable del cerebro. D'Erso repasó por encima con suma curiosidad el libro hasta acabarlo. No contaba con más de cincuenta páginas, por lo que fue algo rápido.
La vida de los antiguos miembros de Menta resultó a D'Erso interesante, aunque un tanto insulsa. Aun así, fantaseó con ser como ellos. Todos las ventajas que tenía el manejar semejante poder hacían a cualquiera soñar con poseerlo. D'Erso no fue menos. Comprendió que quizá así podría tener el mismo valor y fuerza que Kayt, y se emocionó hasta ruborizarse.
Totalmente satisfecha, la joven decidió dejar la biblioteca para volver a su cuarto a descansar. Había encontrado todo lo que se propuso, lo que era un gran mérito. En concreto, el descubrimiento de aquel libro sobre Menta había sido su mayor victoria. Desde siempre, el poder de la mente había supuesto una gran intriga para su mundano ser. Llevaba años viendo a Kayt y a sus compañeros manejar una fuerza etérea como antiguos dioses, aunque nunca había llegado a comprender del todo su funcionamiento. Durante sus sueños nocturnos una energía similar despertaba en ella para así poder seguirlos y luchar junto a ellos cada guerra. Luego despertaba, y la amargura cubría sus labios.
Con las manos vacías, D'Erso marchó de una vez por todas. Frente a la puerta de entrada y salida, Azmor seguía leyendo con plena calma. Prestaba tanta atención a aquel libro que parecía que ni se había percatado de la presencia de D'Erso. Aunque, teniendo en cuenta la existencia de sus poderes, eso era poco probable.
D'Erso tenía una duda que consultar con Azmor, así que hizo sonar su garganta para llamar la atención del hombre. Al escucharlo, el maestro levantó la cabeza y miró con ojos de un azul como el mar en calma a la chica.
—¿Sí? —preguntó, dubitativo.
—Tengo una pregunta algo curiosa, ¿puedo...?
Azmor se limitó a asentir, dispuesto a atender a lo que fuese. Sin más, D'Erso, que confiaba totalmente en él desde hacía años, formuló la pregunta:
—¿Puedes decirme dónde se encuentran Kayt y Aia a través de la mente? —D'Erso esperaba que su respuesta fuera un "sí".
Entonces, Azmor comenzó a frotarse la frente arrugada, aparentemente pensativo. Justo después cerró los ojos solo para abrirlos de sopetón segundos más tarde. Su rostro indeciso lo decía todo, aunque la chica aún conservaba la esperanza.
—Siento decepcionarte pero no, no soy capaz. Mis limitadas habilidades no me lo permiten. No tengo tanto nivel de comunicación como otros. Lo mío se centra más en el control de mentes y en la potencia —Azmor simuló dar un puñetazo al aire y rio discretamente—. Cosas simples, locales. Y la sabiduría, por supuesto, aunque para obtener este poder no hace falta ser un privilegiado.
D'Erso agachó la cabeza, disgustada. Ni siquiera atendió a sus últimas palabras.
—Jo —la joven miró con ojos tristes a Azmor—. Bueno, no pasa nada. Gracias de todas formas.
Azmor colocó el dedo índice sobre la página que estaba leyendo para no perderse mientras conversaba con D'Erso.
—No hay de qué. Esperemos que vuelvan pronto. Echo a ambos bastante de menos, especialmente a Kayt. Ese chiquillo siempre ha sabido cómo relucir. Tiene mucho futuro, y es una suerte que un hombre como Aia lo esté entrenando. Puede decirse que fue el Kayt de su generación, je.
—Qué curioso —D'Erso sonrió afablemente—. En fin, ojalá les vaya bien.
—Eso es seguro —Azmor asintió con firmeza, intentando expresar su seguridad—. Kayt y Aia no son de la clase de personas que se dejan vencer fácilmente. Si hiciera falta, arremeterían contra una tormenta y saldrían victoriosos. Lo darían todo antes de caer, y diablos si ese par de guerreros natos tienen mucho que dar.
—Es un alivio saberlo —D'Erso agachó la cabeza, señal de respeto y compromiso—. Hasta luego, maestro Azmor.
"—¿Maestro? Al fin alguien que se refiere a mí como es debido. Acabas de caerme mucho mejor, pequeña D'Erso."
En solitaria quietud, D'Erso se dirigió presta hacia su habitación. Meditó entonces sobre ciertos asuntos, y dedujo que no le vendría nada mal alguna afición para entretenerse. El aburrimiento comenzaba a ser uno de sus villanos principales. Y, como Kayt haría, debía aprender a combatirlo. Después de todo, ¿qué era el ser humano sin algo a lo que dedicar su vida? Nada, D'Erso lo sabía bien. No había muchos recursos entre los que elegir, pero se las apañaría. Siempre lo hacía.
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La Leyenda Perdida I: El Fin Del Camino
AvventuraUn mundo desolado por la cruel y mezquina mano del hombre. Un joven atormentado por un arduo pasado en busca de respuestas. Una humanidad afectada por una vertiginosa caída, seguida por un hilo de muerte a la espera de segar almas. Poderes ocultos s...