Acto CXXXVII: ...Y justicia para todos

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Ventigard dejó atrás por un día Villa Dracorex para volver al lugar del que provenía: Phasmos.
Hacía meses que no visitaba el cuartel que había comandado por tantos años, y para aquellos momentos su segundo al mando ejercía el liderazgo. Ventigard desconocía cómo debían ir las cosas bajo su mandato, así que llegó a la conclusión de que una visita de supervisión era lo más conveniente.
Sobre su lujoso automóvil marchó con entusiasmo a Phasmos, la ciudad de la justicia y capital del continente de Leurs. Al acceder a sus dominios, bajar la ventanilla y respirar el aire del lugar en el que se había criado, no pudo evitar suspirar. El aroma a metal de refinería mezclado con residuos industriales era su debilidad, pues le evocaba recuerdos de la más tierna infancia.
El cuartel de los Cazadores de Élite de Phasmos era de gran tamaño, recubierto de varias capas de pintura azul y roja, colores del emblema del cuerpo. El edificio se encontraba situado en el núcleo de la ciudad, próximo al Ayuntamiento y los Archivos. Para aparcar, el jefe tuvo que recorrer cantidad de callejuelas, todas ellas repletas de vehículos, incluso en doble fila. La población no dejaba de crecer en la gran metrópolis, hasta el punto de empezar a resultar casi imposible la convivencia.
Habiendo conseguido al fin aparcamiento, Ventigard caminó por la calle con ilusión, recordando todas las veces que había hecho el mismo recorrido para llegar al trabajo. Una vez abrió la puerta del cuartel, el corazón bombeando sangre a toda prisa, un sonido nostálgico lo deleitó. Provenía de la campanilla situada sobre la puerta, que indicaba a los agentes que alguien había llegado. También les recordaba que era crucial atender sus necesidades, fueran las que fuesen. Ese era su deber.
Nada más oír el ruidito, un agente se dirigió hacia la puerta para atender al visitante. Su sorpresa fue considerable al descubrir que aquel no era un cliente corriente.
—¡Je-je-jefe Ventigard! —exclamó el sobresaltado agente.
—Hola, Stan —saludó sonriendo Ventigard, sin emocionarse en exceso. El resto del ambiente lo tenía embelesado. No había cambiado en absoluto desde su partida.
—El jefe Ruth estará deseando verlo, jefe Ventigard —dijo el agente—. ¿Quiere que lo conduzca hasta él?
Convencido, Ventigard asintió.
—Sígame, por favor —y así lo hizo.
Desde luego Ventigard sabía cómo llegar, pues era a su propio despacho adonde se dirigían, pero le hacía ilusión ser tratado de esa manera. Veía en los gestos de sus súbditos una admiración sincera, cosa que amaba con locura.
Por el camino al que alguna vez fue su despacho, todos los agentes reconocieron a Ventigard y expresaron a sus variables maneras entusiasmo por su retorno. El jefe de Élite llegó incluso a encontrarse con algunos de sus hombres custodios de Palacio Boureaux, que parecían haber vuelto al cuartel después de su marcha. Advirtió que faltaba cantidad, probablemente debido a su intervención en el caso de Augusto Della Reina. Estaban perdiendo el tiempo, lo sabía, pues era evidente que aquel joven señor estaba muerto. ¿Cuánto tardarían en darse cuenta?
Ventigard se despidió de todos ellos sin dejar de sonreír y entró junto al agente Stan al despacho.
—Buenos días, jefe Ventigard —pronunció el capitán provisional, observándolo con una hipnótica mirada, los dedos cruzados frente al rostro—. Me enorgullece verlo de nuevo por aquí.
Ventigard bajó levemente la cabeza en señal de respeto. Después de dejarlo al mando había obtenido un puesto semejante al suyo, por lo que debía mostrarse tan cortés como con un superior.
Eso en caso de que lo tuviera.
—Encantado de verlo de nuevo, jefe Ruth —pronunció Ventigard solemnemente.
Rutherwulf Palacei, conocido vulgarmente como Ruth por sus allegados, llevaba desde su juventud ascendiendo en la comisaría de Phasmos. Había sido largo tiempo la mano derecha del jefe Ventigard, por lo que este lo tuvo como primera opción para dejarlo al mando desde el principio.
Rutherwulf era de esos hombres a los que no había más que ver para entender de dónde provenía su poderío. De mediana edad, alto, lampiño y portentoso, adiestrado para el combate. Pasaba las horas libres en el gimnasio del cuartel, ejercitando sus músculos bronceados. Tenía el pelo rubio y corto, y sus ojos eran enormes con pequeñas pupilas rodeadas de un gris desalmado. Su constante sonrisa se balanceaba entre la cortesía y el juicio. Lucía el símbolo del cuerpo en el cuello, al igual que Ventigard, un detalle para ambos de su predecesor.
Con sosiego, Rutherwulf mantenía las piernas cruzadas frente a la mesa de su despacho. Tenía una pila pendiente de trabajo por delante, aunque no parecía preocuparle. No era de esos.
—Tome asiento, por favor —el jefe Ruth señaló a la silla que tenía frente a su mesa, dejando claras las muchas visitas que aún debía tener.
Incómodo, el agente Stan miró hacia todas direcciones. Acto seguido, el jefe Ruth le dirigió una mirada siniestra. Por bien que lo conociera, no pudo evitar pegar un violento respingo. Enseguida se esfumó, cerrando con delicadeza la puerta.
—Y bien, jefe Ventigard, ¿para qué ha venido? —preguntó el jefe Ruth frunciendo su par de espesas cejas.
—Quiero información sobre la nueva organización del cuartel —Ventigard se acomodó sobre la mesa—. Como bien sabrá, llevo desde el pasado año sin pasar por aquí.
Rutherwulf asintió.
—Así es, jefe. Pues... —extendió las manos abiertas— no tiene por qué preocuparse. Conmigo ocupando su puesto, los Cazadores de Élite de Phasmos aún conservan su prestigio y reputación. Estoy llevando de la mejor manera posible todos los casos pendientes, justo como me enseñó —Ruth volvió a unir las manos, apuntando a Ventigard con dos dedos.
El auténtico jefe se sintió aliviado, aunque no lo demostró con gestos ni muecas.
—Como esperaba —declaró seriamente—. Como cuerpo de seguridad más destacable de todo el continente, es nuestro deber darlo todo por la justicia. Somos la primera opción de los altos mandos y hemos de seguir siéndolo. Por curiosidad —le dirigió una profunda mirada, agudizada por el negro que corría bajo sus párpados—, ¿ha habido algún momento durante estos meses en que su vida haya estado en peligro?
El jefe Ruth lo sopesó. Estuvo al borde de negarlo, pero decidió ser honesto.
—No exactamente —dijo—, pero sí que hubo un momento en el que todo se complicó.
—Relate, por favor.
Rutherwulf no entendía a qué quería llegar Ventigard, pero por si acaso decidió hacerle caso. Conocía a la perfección el poder y ambición de sus palabras, y podía estar perfectamente jugando con él.
—Hace unos meses salí valientemente con los agentes a detener un atraco. Me dijeron que podría ser peligroso, que era mejor que no me arriesgara, pero ignoré sus sugerencias. Me metí de lleno en la refriega —indicó como si pretendiera enorgullecerse—. Y así fue, junto a los agentes abatimos al atracador y conseguimos liberar a los rehenes. El otro delincuente huyó, pero mis hombres no tardaron en detenerlo en la avenida Haast. Nos adelantamos a los Actuarios, quienes, a diferencia de nosotros, llegaron con quince minutos de retraso.
—Si sentiste en ese instante la llamada de la justicia —dijo Ventigard—, es que en efecto eres el jefe ideal para el cuartel.
Complacido, Rutherwulf sonrió de oreja a oreja, la única forma en que sabía hacerlo.
—Así es, jefe. Acude a mí cuando las cosas no van como deberían ir. Siempre ha estado en mi interior.
—Puedo decir lo mismo, aunque no siempre se manifiesta como uno cree.
Entonces, Ruth dejó caer los brazos y cambió la expresión de su rostro a una más curiosa.
—Hábleme sobre su nuevo oficio, jefe. Me interesa con creces.
—Básicamente consiste en mantener la seguridad de Dorann Dracorex, hijo adoptivo del célebre Felix Schwarz, como supongo que ya sabes —Ventigard vio a Ruth asentir firmemente—. Es un trabajo satisfactorio, pero agota incluso durante los tiempos de descanso. Convivir diariamente con un sujeto como Dorann es... complicado —su tono se volvió cansino, como si hablara con desgana—. Me estoy planteando dejarlo todo y volver al cuartel, pero no sé si debería decírselo al señor Dorann. No es de los que se lo toma todo a la ligera.
Rutherwulf ladeó ligeramente la cabeza.
—Díselo y punto, carajo, Ventigard —dijo de forma informal—. Lo entenderá, sobre todo si le has servido bien durante tanto tiempo. Además, así podrás volver de una vez al cuartel. Se te echa de menos.
A continuación, el más circunspecto Ventigard arrugó la nariz.
—¿Quiere decir que las cosas no van como es debido actualmente?
A toda velocidad, Rutherwulf lo negó con ambos dedos índices.
—¡Para nada! —ladró—. Tan solo quiero decir que es el jefe Ventigard, el preciado líder de los Cazadores de Élite, y que todo funcionaría aún mejor con su impecable servicio encabezando el cuartel —el jefe Ruth agachó la mirada—. Además, si le soy sincero, este trabajo es agotador incluso para alguien tan enérgico como yo. Demonios, necesito un respiro.
Ventigard lo sabía: sus ojos inyectados en sangre denotaban agotamiento.
—Lo entiendo —dijo—. Si todo vuelve a la normalidad, seríamos más felices con lo que hacemos. Deberíamos restaurarlo todo. De vuelta a las viejas costumbres.
El jefe Ruth lo corroboró con un asentimiento.
—Sí. Nos centraremos en la justicia. Nosotros dos y todos los demás Cazadores de Éllte. Hay mucho trabajo que hacer, jefe Ventigard. Las amenazas van en aumento, y de drástica manera —anunció con sinceridad, volviendo a cruzar los dedos. El asunto era realmente serio cuando lo hacía, Ventigard lo sabía—. Sé que solo alguien como el valorado jefe Ventigard Lowks de Phasmos puede detener lo que está por venir. Le ruego que me haga caso, aunque la última palabra queda en sus labios.
Ventigard quedó reflexionando acerca de a qué se refería con un inminente peligro, sin llegar a ahondar en una hipotética pregunta. Mientras tanto, los ojos cenicientos de su allegado lo observaban con atención, como los de un monstruo que lo devoraría en cuanto se diera la vuelta.

La Leyenda Perdida I: El Fin Del CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora